(CNNMéxico) — Cotidianamente escucho la pregunta sobre si el bullying o acoso escolar ha crecido, decrecido, es igual, o en qué es diferente a lo que se vivía hace algunos años en México.
Es imposible saberlo, no hay mecanismos de medición; solo podemos suponerlo, siempre a partir de la experiencia propia. Pero es cierto que hay algunos cambios sociales que inciden en la forma, intensidad, frecuencia o percepción de lo que se vive.
Entre ellos, hay que tener en cuenta que la
Esto provoca que lo perciban como una forma aceptada de relación social, de manera más normal y cotidiana.
También hay que reconocer el lado positivo de tener un avance en el reconocimiento de los derechos individuales (la actual generación menor de 18 años nació en su totalidad después de ratificada la Convención de los Derechos del Niño), lo que hace que se busque defenderlos aún sin conocerlos y sin contar con los medios adecuados: queremos ejercer todos los derechos, pero sin perder privilegios, ni aún los conseguidos de manera autoritaria.
Valga como dato recordar que, según datos de la
, los adolescentes entre 14 y 17 años aceptan de mejor manera la diversidad sexual, religiosa o política que otros grupos de edad, pero también legitiman más la violencia contra las mujeres, ciertas formas de intolerancia, o piden con más énfasis la regulación de la migración indocumentada.El reconocimiento de los derechos no cambia en automático las prácticas colectivas, si los grupos sociales no impulsan las acciones necesarias para aprender a vivir en una sociedad de derechos.
Además, la posibilidad de contar con opciones de difusión inmediata –al alcance de la mano— como las redes sociales, las cuales suponen una capacidad de expansión y a veces la magnificación de ciertas situaciones.
Y a todo ello se suman otros factores que a veces no parecen relacionados, pero que inciden, como el adultocentrismo, estrés escolar, el sistema educativo tradicional, la inmadurez emocional, la adolescencia, problemas psicológicos, y situaciones de conflicto social.
Sin duda es un problema complejo y multifactorial. Quizá sobre todo porque casi siempre es
Este no es en lo general un problema provocado solo por un chico, una chica, o un grupo agresor, y que se pueda eliminar con su expulsión de la escuela.
Sin una intervención integral, es un error reproducir esquemas de populismo punitivo: castigos, expulsiones, vigilancia, exclusión; ello puede responder a ciertos casos, pero no modifica ambientes sociales.
Aunque no son lo mismo, bullying y discriminación tienen elementos comunes:
No se pueden eliminar las diferencias identitarias, de condiciones de vida o de preferencias. Ni siquiera se debe intentar matizarlas, so pena de violentar la dignidad y los derechos. Por el contrario, son esas mismas diferencias –la riqueza de la diversidad humana- la que se protege con los derechos reconocidos legalmente; éstos nos deben permitir y cuidar el complejo camino personal y social de ser quienes somos.
Y justo para eso es que es imperativo que las autoridades, y las comunidades educativas tomen en sus manos la responsabilidad de hacer que cada ambiente escolar sea –como lo pretendemos para todo el país- una sociedad de derechos.
Si en cada escuela –de todo tipo y en cada lugar de México— los niños, niñas y adolescentes no pueden ver protegidos sus derechos, estar seguros y ver respetada su dignidad, es casi imposible lograr que suceda en espacios sociales más amplios.
La reforma educativa, en derechos humanos, y la que debemos hacer en las prácticas y la cultura social para hacer que el ejercicio de los derechos acabe por expulsar, no personas en particular, sino
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Ricardo Bucio Mújica.