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OPINIÓN: La sencillez del Papa marca un curso diferente para la Iglesia

Francisco ha elegido ejercer su mandato con una vida más sencilla, una señal de los cambios que pueden venir en la Iglesia católica
sáb 30 marzo 2013 07:58 AM

Nota del editor: Steven M. Avella es un sacerdote de la Arquidiócesis de Milwaukee y profesor de historia en la Universidad Marquette

(CNN)— El papa Francisco ha tenido menos de un mes. Aún así, ha tenido gestos audaces para alertar al mundo acerca de que las cosas en la Iglesia católica no regresarán a la normalidad.

Para los católicos, las imágenes transmitidas de una forma genuina pueden significar realidades más profundas. Somos una Iglesia sacramental. Dios nos habla a través de su palabra, pero frecuentemente esa palabra está acompañada por rituales, gestos y símbolos.

El papa Francisco realmente cree en la simplicidad. Hasta ahora, ha dicho adiós a cualquier vestigio de opulencia (cruces de oro en el pecho o túnicas de armiño), camina en lugar de subirse a una limusina con chofer, y al menos por ahora se rehúsa a vivir en el Palacio Apostólico (un complejo paradójico, ¿o acaso los apóstoles vivieron en un palacio?). Escoge vivir en una menos pretenciosa casa de huéspedes.

Invoca al santo patrón de la pobreza evangélica, San Francisco , pero eso también viene de su formación jesuita. El voto de pobreza y el compromiso con los pobres se toma en serio entre los hijos de Loyola, al menos los que yo conozco. Formar a la gente joven para ser “hombres y mujeres para los demás” no es un eslogan para un cartel en un poste de luz. Los jesuitas realmente lo hacen y lo hacen bien.

Ante los cínicos esto parece un simple espectáculo de relaciones públicas, y algunos de esos cínicos están en la Iglesia. Pero algo me dice que esto es real. Así vivía en Buenos Aires . Pudo haber tenido un palacio y todos los accesorios de una vida lujosa, y aún así elegía algo más, algo simple y cercano a la gente a la cual quería servir.

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Este jueves, lavó los pies a varios jóvenes delincuentes en un centro de detención en Roma. Entre ellos había dos mujeres; una de ellas era musulmana. Que los católicos del mundo tomen nota. Solo puedo maravillarme de este gesto amoroso y generoso.

Pero en la vida católica, los rituales usualmente están acompañados de palabras. Algunas palabras son difíciles de entender o se leen en tonos llanos y aburridos como si el oficiante no creyera en ellas. Pero cuando la palabra y el ritual se unen de la mejor forma, pueden encender fuego en los corazones humanos.

El papa Francisco ha pronunciado algunas palabras maravillosas acompañadas de sus acciones. Para su frágil predecesor: “Somos hermanos”. Para los jardineros y conserjes del Vaticano: “Si tenemos un corazón cerrado, tenemos un corazón de piedra”. A los sacerdotes, un exhorto a “rezar por las realidades de la vida cotidiana” de los parroquianos, y “sus problemas, sus alegrías, sus cargas y sus esperanzas”. A los jóvenes en la prisión: “Ayúdense unos a otros. Eso es lo que Jesús no enseña. Eso es lo que yo hago y lo hago con todo mi corazón”.

Palabras directas, simples, del corazón de un pastor; palabras que la gente recordará porque están acompañadas de acciones.

Eventualmente, la novedad de todo esto se disipará, pero las próximas tareas para la Iglesia católica no se irán. Reparar su destrozada credibilidad, especialmente entre los jóvenes, esperará al papa Francisco cada mañana con su café.

¿Quién lo aconsejará? ¿Qué tipo de hombres elegirá como obispos? ¿Qué tan fuerte será para enfrentar cierta oposición interna y externa a la Iglesia? Eso lo veremos. “Francisco, reconstruye mi Iglesia”, dijo el Señor al Poverello de Assisi.

Estoy seguro de que el papa Francisco también escucha eso, “una voz pequeña, quieta”.        

Pero quizá haya más sorpresas.  El nuevo pontífice aún debe completar el ritual de tomar posesión de sus cuatro basílicas en Roma. Estos eventos altamente protocolarios están acompañados por manadas de cardenales y otros clérigos, y ofrece al Papa una nueva oportunidad para decir unas palabras para marcar la ocasión.

Fue durante esa ceremonia, en enero de 1959, en San Pablo Extramuros, que el papa Juan XXIII impactó al mundo al convocar al concilio ecuménico.

¿Podría hacer lo mismo el papa Francisco?

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Steven Avella

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