OPINIÓN: Promesas incumplidas y corrupción alimentan protestas en Brasil
Nota del editor: Rogério Simões, periodista brasileño y exdirector de la delegación de la BBC en Brasil, es editor ejecutivo de la revista Época. Vive y trabaja en Sao Paulo.
(CNN) — Ni siquiera el futbol pudo detenerlos. Mientras se celebra la Copa Confederaciones, un torneo previo a la Copa del Mundo 2014, cientos de miles de brasileños tomaron las calles de Sao Paulo, Río de Janeiro, Porto Alegre, Belo Horizonte y otras ciudades importantes del país.
Al principio eran pocos, en su mayoría jóvenes molestos por el alza de 20 centavos (10 centavos de dólar) en la tarifa del autobús y del tren . Después de la violenta respuesta de la policía, se sumaron brasileños de todas las edades, con sus propios motivos para protestar: la corrupción, los malos servicios públicos, la inflación creciente , la falta de seguridad y la ahora no tan querida Copa del Mundo.
En momentos en que Brasil debería estar celebrando, las calles están llenas de enojo, cánticos, enfrentamientos con la policía y destrucción generada por una minoría de manifestantes radicales. Un número significativo de brasileños está muy molesto con la situación del país.
El aumento a la tarifa del transporte fue cancelado este miércoles después de que las autoridades locales de Sao Paulo y Río aceptaron dar marcha atrás en un intento de recuperar la paz y el orden en las calles. El alza en las tarifas del autobús en los años anteriores no había ocasionado una reacción popular significativa.
El grupo que inició las protestas de este mes, el Movimiento Passe Livre (Movimiento Paso Libre o MPL), había sido activo en los años recientes. Después de cada anuncio de una nueva tarifa de autobús, cientos de personas, o docenas en algunas ocasiones, tomaban las calles sin causar mucho revuelo.
Las autoridades esperaban que sucediera lo mismo en 2013. El último incremento, de menos del 7%, fue el primero en dos años. Al gobierno, a la prensa, a la policía e incluso a los observadores les tomó por sorpresa. De alguna manera, el momento fue simplemente perfecto para una revuelta nacional.
En la década pasada, cuando el país sacó de la pobreza a casi 30 millones de personas, los brasileños disfrutaban de ver lo que el país y su gente habían logrado: más empleo formal, mayor inversión, mayor crecimiento, mayor capacidad económica para aquellos que no la tenían, más seguridad y una mejor expectativa de vida.
Brasil había logrado el privilegio de ser el anfitrión de dos eventos deportivos mundiales: la Copa Mundial de futbol y los Juegos Olímpicos de verano (invierno en Brasil) en 2014 y 2016, respectivamente. Parecía que Brasil lo tenía todo, pero no era así.
El día a día empezó a recordar a muchos brasileños que sus vidas no eran tan buenas como el gobierno sostenía. Mientras la gran cita deportiva se acercaba, lo que implicaba mayores gastos públicos sin beneficio aparente para la gente. Muchas personas empezaron a ver su país de otra manera. En lugar de enfocarse en los logros, se fijaron en lo que no tenían, y esta visión pareció llegar tan lejos como el Amazonas.
En 2010, después de ocho años con un presidente con gran popularidad, el antiguo trabajador metalúrgico Luis Inázio Lula da Silva, los brasileños eligieron como sucesora a la exministra Dilma Rousseff, también del Partido de los Trabajadores (PT), de izquierda. Tras dos años y medio, Rousseff todavía es popular entre los más pobres. Las protestas recientes las encabezó un grupo diferente: la clase media tradicional. En las calles, personas con educación y de áreas urbanas céntricas gritaban que se les había vendido una mentira.
La inflación es una de las principales preocupaciones, cada vez hay más crímenes violentos, los casos de corrupción ocupan los titulares, la sanidad es precaria, los proyectos de infraestructura no se han materializado y el tráfico en las calles es deprimente, está peor que nunca.
Mientras la televisión mostraba inauguraciones de estadios de futbol muy costosos y lujosos, las personas sentían que sus vidas estaban empeorando día con día. Después de todo, la Copa del Mundo costará a la nación casi 15,000 millones de dólares y la herencia prometida en infraestructura todavía no está a la vista.
Lo peor de todo es un gobierno acostumbrado a navegar a salvo en su popularidad asegurada principalmente por la distribución de dinero a los más pobres no sentía la necesidad de escuchar. El mensaje de Rousseff en televisión ha sido que el país simplemente no puede estar mejor.
El Congreso Nacional tiene aún más culpa, con representantes a los que ataca la opinión pública por sus grandes privilegios, altos salarios y casos de inmoralidad.
Una encuesta realizada esta semana por el Instituto Datafolha en la ciudad de Sao Paulo muestra una caída drástica en el prestigio de las instituciones políticas en la última década. Solo el 19% de los que respondieron dijeron que tienen en alta consideración a la oficina de la presidencia en comparación con el 51% en 2003. El porcentaje de encuestados con una alta consideración por el Congreso Nacional ha caído del 30% en 2003 al 12% en la actualidad.
Muchos de los que salieron a las calles en Brasil e inspiraron a brasileños alrededor del mundo a hacer lo mismo en sus países adoptivos llevaban mantas que decían "No solo es por los R$0,20". Lo que querían decir es que tal vez el alza en la tarifa del transporte es la menor de sus preocupaciones. La corrupción, la falta de rendición de cuentas y percatarse de que muchas promesas no se han cumplido fue lo que los llevó a las calles.
La suspensión en el alza de la tarifa del transporte puede llevarlos de vuelta a sus vidas normales. Sin embargo, estos temas no desaparecerán pronto. Y a menos que se les haga frente de manera adecuada, estos problemas pueden ocasionar que la gente salga a las calles de nuevo.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Rogério Simões.