OPINIÓN: Protestas en el poderoso Brasil, ¿reminscencia del EU de 1960?
Nota del editor: Genaro Lozano es candidato a Doctor en Ciencia Política. Ha impartido el curso de Protesta y Disidencia: Movimientos Sociales en Perspectiva Comparada en el ITAM, entre otros. Es columnista en el Grupo Reforma y analista político en CNNMéxico. Síguelo en su cuenta de Twitter: @genarolozano
(CNNMéxico) — La reciente ola de protestas registrada en varias ciudades brasileñas ha causado asombro en el mundo. Después de todo, la narrativa de los últimos años había construido la imagen de un país en crecimiento, de una economía que había sacado a millones de la pobreza y que consolidaba una clase media importante, la narrativa de un Brasil que se ofrecía al mundo ya no como una economía emergente en el grupo de los BRICs (Brasil, Rusia, India y China) sino como una verdadera potencia regional, como una especie del "Estados Unidos" de Sudamérica.
Y cómo no iba a ser así. Después de todo, Brasil es una democracia en donde se han sucedido gobiernos electos democráticamente y sin mayores contratiempos desde que los militares dejaran el poder en 1985. Más aún, los gobiernos de izquierda de los últimos 10 años habían presumido haber sacado de la pobreza a casi 30 millones de personas, de acuerdo con datos de la Fundación Getulio Vargas y de haber llevado a unas 40 millones de personas a la clase media desde el 2003.
Brasil se convirtió durante la década pasada en lo que Vicente Fox y Felipe Calderón deseaban para México: el chico del póster, el caso de éxito de estabilidad económica, consolidación democrática y reducción de la desigualdad.
En gran parte gracias a esos resultados, pero también a la hábil maquinaria de diplomacia pública encabezada por el carismático expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, Brasil logró lo que solo otro país latinoamericano (México) había logrado hace ya casi 50 años: ser la sede consecutiva del Mundial de Futbol en 2014 y de los Juegos Olímpicos en 2016.
Por ello varios no dan crédito a lo que ven. De la noche a la mañana, las calles de las ciudades brasileñas se han llenado de miles de manifestantes que se sienten excluidos de ese "milagro" brasileño. Si bien esos miles de manifestantes no son los millones que salen a marchar en eventos como la marcha del orgullo gay en Sao Paolo o Río, sí son números que tienen asustada a la clase política brasileña.
De repente, cuando la presidenta Dilma Rousseff le asegura al mundo una y otra vez que Brasil está más que listo para la Copa Mundial de futbol y para los Juegos Olímpicos, que la seguridad está garantizada, que los visitantes encontrarán el mejor servicio de transporte público, miles de jóvenes salen a las calles y denuncian los malos servicios públicos, exigen un transporte público gratuito y se sienten agraviados por el despilfarro invertido por el gobierno de Rousseff en las Olimpiadas, cuando un 20% de los brasileños vive por debajo de la línea de pobreza y un 4% en la pobreza extrema, o cuando todavía existe en el gigante sudamericano un 10% de la población que no sabe leer ni escribir.
A pesar de lo anterior, existen personas que siguen sorprendidas con las marchas porque piensan en la Primavera Árabe o los recientes sucesos en Turquía como referente, y entonces buscan similitudes entre esos países que no tienen nada que ver con Brasil y buscan causas y factores en común. Se sienten perplejos porque no conciben que en una democracia cercana a México haya tal nivel de descontento y que se marche en contra de un gobierno de izquierda. Como si los gobiernos de izquierda no necesitaran que sus ciudadanos salieran a protestar porque en algo le están fallando a sus ciudadanos.
Si tuviera que establecer paralelismos, yo compararía al Brasil de hoy con el Estados Unidos de la década de 1960. Porque si bien es cierto que hoy Brasil se une a lo que el académico Sydney Tarrow ha llamado los "ciclos de protesta", que en el siglo XXI iniciaron con las marchas en contra de la ocupacción y guerra en Iraq, en el 2003, y no con las acampadas en Madrid del 2010 o con OccupyWallStreet en el 2011.
Comparo a Brasil con los Estados Unidos de la década de 1960 porque me parece que ambos países son dos democracias que enfrentan un descontento plural y masivo de su población que se expresa en las calles, durante la gestión de gobiernos de izquierda (Kennedy y Johnson eran demócratas, y ésa es la izquierda dominante en EU) y en ambos países un evento sirvió para potencializar las marchas y convocar a grupos tan diversos a las mismas.
En el caso de Estados Unidos la guerra contra Vietnam sirvió como el detonante de un agravio colectivo que unió a grupos tan diversos como los afroamericanos, las feministas, los hippies, los gays y quienes salieron a marchar rompiendo la apatía y desafiando las reglas de la acción colectiva. En el caso de Brasil, la próxima visita del Papa en julio, la Copa Mundial del 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016 han sido la perfecta oportunidad política para las protestas que ahora vemos en las calles.
Precisamente por esa oportunidad política extraordinaria, lo sorprendente sería que las calles de Brasil estuvieran como pueblo fantasma y sin protesta. Después de todo, Brasil tiene una larga historia de movimientos sociales. Desde los primeros movimientos que lucharon por abolir la esclavitud en el siglo XIX hasta los que empujaron el fin de la dictadura militar en la década de 1980 y de ahí a todos los movimientos sociales que han tenido eco con la izquierda brasileña y en específico con el partido de Lula da Silva.
Por ello las protestas brasileñas son síntoma no de un malestar democrático, sino de una fortaleza. No hay democracia que perdure en el tiempo sin una sociedad civil robusta y organizada que tome las calles cuando es necesario. Existen en Brasil grupos sociales bien organizados que ahora tienen en las protestas la oportunidad de ganar autonomía frente al Partido de los Trabajadores que les ha dado cobijo como ningún otro en Brasil.
Los riesgos de la protesta no implican que no se lleve a cabo ni la Copa del Mundo de futbol ni los Juegos Olímpicos, sino que de esta protesta la derecha brasileña se organice, capitalice el descontento y ello le conceda resultados electorales favorables en las próximas elecciones. Brasil debería observar lo que pasó justo en la década de 1970 en Estados Unidos y el surgimiento de una derecha más organizada y más efectiva en la incidencia de políticas públicas.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Genaro Lozano.