OPINIÓN: El evangelio de Tony Soprano
Nota del editor: El padre Edward L. Beck es analista de CNN en asuntos de fe y religión.
(CNN) — La única vez que me encontré con James Gandolfini, hablamos de Dios.
Fue un encuentro al azar en la obra de Broadway God of Carnage en la que él actuaba. Fui tras bastidores a ver a alguien más, pero me presentaron a James.
Cuando se enteró de que yo era un sacerdote, sonrió y dijo, "Caramba padre, espero que no haya creído que esta obra se trata de Dios".
"No, no lo hice", dijo, "pero me sorprendió saber que de hecho lo era".
Se veía perplejo por mi respuesta, dudó un momento y después dijo: "Bueno, tendremos que hablar de esto en alguna ocasión".
Por supuesto, nunca lo hicimos. Fue la primera y última vez que lo vi.
Sin embargo, lo había visto muchas veces en televisión es uno de mis programas favoritos, Los Soprano.
Tal vez no sea muy inteligente que un sacerdote católico reconozca ser admirador de Los Soprano, pero confieso que lo he utilizado más de una vez como carne de cañón para la homilía dominical. Resulta que creo que fue uno de los programas más espirituales de la televisión. Si le hubiera dicho eso a James, podría haber estado tan sorprendido como por mi broma sobre la obra God of Carnage.
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Tony Soprano era todos los hombres y quizá todas las mujeres también. Por eso, semana tras semana sintonizamos el programa, porque nos veíamos reflejados y queríamos averiguar qué sucedería con nosotros.
Mientras la mayoría de nosotros nunca pertenecimos a la mafia o matamos a alguien, todos hemos hecho cosas de las que no estamos orgullosos, cosas que desearíamos que nadie supiera.
Sí, básicamente somos buenas personas, pero tenemos un lado oscuro también. Tratamos de esconderlo o disfrazarlo, pero de vez en cuando emerge, tal vez hace algún daño y después regresa a los lugares más recónditos de nuestras mentes, hasta nuestro siguiente tropiezo. Muy parecido a Tony.
A pesar del asesinato o la infidelidad ocasional, la mayoría de nosotros pensábamos que Tony era un hombre bastante bueno. Pensamos que solo golpeaba a los malos que se ponía en el camino del peligro con la profesión que había elegido.
Creíamos que amaba a su esposa, aún cuando la engañaba. Teníamos confianza en que se preocupaba por sus hijos, a pesar de que decía palabras soeces.
Sí, Tony era una masa de contradicciones, pero por eso nos gustaba. Nos hacía sentir mejor sobre nuestras propias vidas contradictorias, porque parecían ser angelicales en comparación con la suya.
En las Escrituras también existen precedentes de héroes dudosos. Muchos de los más importantes nombres bíblicos llevaban vidas que difícilmente estaban exentas de ambigüedad moral.
Abraham pretendía que su esposa era hermana y la ofrecía a poderosos reyes como objeto sexual. Noé bebía demasiado. Lot ofreció a su hija virgen para que fuera violada en grupo. David era adúltero y un asesino. Sansón era un mujeriego. Y Moisés era un asesino con problemas de autoestima.
Aún a pesar de sus evidentes pecatas minutas, son nuestros héroes porque Dios los utiliza a pesar de sus debilidades.
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Hay una escena en Los Soprano en la que A.J., el hijo de Tony, citando al filósofo alemán Nietzche, proclama solemnemente "Dios está muerto". Por tanto, A.J. le dice a Tony que no quiere ser confirmado en la iglesia católica.
Tony, sabiendo que su esposa Carmela frecuentaba la iglesia y tenía una amistad con el sacerdote, no lo aceptaría y dice, "irás a la escuela católica. Y tu madre lo quiere así… Ella sabe que aún si Dios está muerto, le besarás el trasero".
Ese es nuestro Tony, soez y directo. Lo apoyamos aún más porque aún cuando arruina su propia vida, hace su mejor esfuerzo para asegurarse de que sus hijos no arruinen las suyas. "Hagan lo que digo, no lo que hago". ¿Cuantos de nosotros hemos oído este sabio consejo de nuestros amorosos padres?
Los informes sobre el último día en la vida de James Gandolfini parecen hacer referencia a una persona que vivió en grande, literalmente y figurativamente.
Si le creemos al New York Post (y no siempre lo hago), Gandolfini disfrutó de una bacanal de cuatro shots de ron, dos piñas coladas, dos cervezas y dos órdenes de langostinos fritos, así como una gran cantidad de foie gras —hígado—.
Pero para que nuestra última memoria no se vea manchada por su aparente caída en el pecado de la glotonería, nos dicen que acababa de llegar de un paseo por el Vaticano.
Suena como algo que Tony haría.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Edward L. Beck.