OPINIÓN: El Caro Quintero que yo conocí sabía dar consejos en la cárcel
(CNNMéxico) — A Rafael Caro Quintero lo conocí en diciembre del 2008. Nunca me pareció el delincuente del que se habló en los medios de comunicación cuando dieron cuenta de su captura en 1985.
Cuando lo vi en el pasillo 2-B del módulo uno de la cárcel federal de Puente Grande, en Jalisco, ya no había ni rastros de aquella imagen que en su momento vimos hasta el cansancio en televisión: el 'narco' bigotón, de melena larga y abundante. Yo conocí al hombre cansado por la cárcel, pero con un carácter firme que pocas veces había visto.
Nunca hablé con él sobre su aspiración de libertad ni su proceso, pero me parece que era evidente –como en todos los presos- que deseaba con toda su alma salir de prisión y dejar atrás las altas y sucias paredes de concreto, coronadas por serpentinas de alambres frías y filosas. Él tenía 56 años cuando lo conocí y ya llevaba más de 24 años encarcelado.
Nunca fue un diablo en la cárcel, más bien muchos lo vieron como un ángel que siempre estaba presto a dar un consejo y a tranquilizar a aquellos presos que de pronto se sumían en la depresión de la soledad.
Su carácter era reservado. Hablaba poco con los internos. Casi siempre se concentraba en sus propios pensamientos y para ello se alejaba de los grupos de presos. Él prefería la soledad de una banca, al sol. Ahí pasaba los pocos minutos que se nos permitía estar fuera de la celda.
A veces la mirada se le iba como buscando algo a lo lejos. Se quedaba pensativo y quieto, como en espera de pescar algún recuerdo mientras hacia el recuento de sus cosas en la cabeza, y poco a poco iba desmarañando ese laberinto de ideas en el que él solo se metía y del que al término del día, también solo, salía.
Dejó la cárcel este viernes. Rafael Caro Quintero ya es un hombre totalmente libre, con 'todas las de la ley' –como dicen en la cárcel, cada vez que sale un preso-. Me parece que los medios de comunicación debaten cuestiones morales, ajenas al Estado de Derecho que priva en México, preguntando si su liberación es o no aceptable.
Los medios de comunicación están inundados de expertos en leyes que hablan y opinan sobre el derecho y la justicia en nuestro país. Considero que esa discusión tiene poca trascendencia para el reo que alcanzó finalmente su libertad.
Al margen de los cuestionamientos públicos y de si es moralmente aceptable o no la liberación de Caro Quintero, creo que hay algo de cierto en todo esto: otro reo –más allá de si está o no rehabilitado- le ha ganado a la cárcel y a la ferocidad de las rejas que todos los días le tiraban a matar.
Salir vivo de una cárcel de alta seguridad, como Puente Grande, es ganarle a la muerte todos los días. Es en sí mismo un festejo de vida. Y me parece que Rafael Caro Quintero tiene hoy mismo ese festejo de vida muy al alcance de su mano, quedando atrás 28 años de pesadillas que difícilmente podrá borrar de su pensamiento, pues cuando se es preso una vez ya no dejas de serlo nunca más.
Me lo quiero imaginar llegando de regreso a su estancia en la cárcel de mediana seguridad -a donde fue trasladado el 31 de mayo de 2010-, con el gusto que no le cabe en las manos y no teniendo a nadie con quien compartirlo porque es de madrugada y todos los presos duermen el sueño de los justos.
Quiero imaginarme al Rafael Caro que conocí allá por diciembre del 2008, sonriente, caminando por los pasillos de una sucia cárcel, encaminando sus pasos a la libertad, a la calle, en donde lo espera la familia, y en donde me parece que habrá de ir diluyendo con el café de todos y el desayuno en un verde jardín, esos tristes y grises días de su estancia el pasillo 2-B del módulo uno de la cárcel federal de Puente Grande, donde era un hombre que parecía cansado por la cárcel, pero con un carácter de firmeza como pocas veces había visto.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen a J. Jesús Lemus.