OPINIÓN: El cambio climático no se trata de cuándo sino qué tan rápido
Nota del editor: David Frum es colaborador de CNN y editor de The Daily Beast. Ha escrito ocho libros, entre ellos la nueva novela, Patriots, y un libro electrónico sobre las elecciones de Estados Unidos: Why Romney Lost. Frum fue asistente especial del expresidente George W. Bush de 2001 a 2002.
(CNN) — Mientras las imágenes trágicas del desastre en Filipinas afligen al mundo, podemos notar que algo falta: no hemos escuchado hablar mucho sobre la relación entre los ciclones tropicales y el cambio climático global.
En 2007, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) emitió un reporte en el que advierte que el aumento en la temperatura provocaría tormentas más frecuentes y más violentas. El año pasado, el panel moderó dicha conclusión.
Aunque con el agua más tibia aumentan las probabilidades de que ocurran ciclones —y el aumento en el nivel del mar provoca que estas tormentas tropicales sean más peligrosas—, el cambio en los patrones del viento podrían contrarrestar esos peligros. Para los estadounidenses en particular, 2013 fue la temporada de huracanes más tranquila desde 2002.
Sin embargo, los huracanes son solo un ejemplo de evento climático extremo. En enero de 2013, el diario The New York Times estudió los casos más importantes que ocurrieron en todo el mundo:
"China vive el invierno más crudo en casi 30 años. Brasil está bajo el azote de una terrible ola de calor. El este de Rusia está tan frío —46 grados bajo cero y sigue a la baja— que los semáforos dejaron de funcionar recientemente en la ciudad de Yakutsk".
"Los incendios azotan Australia, alimentados por una ola de calor nunca antes vista. Pakistán quedó inundado inesperadamente en septiembre. Una tormenta violenta con lluvia, nieve e inundaciones golpeó a Medio Oriente. En Estados Unidos, los científicos confirmaron esta semana lo que la gente podía saber con tan solo salir: el año pasado fue el más cálido que se había registrado".
Cuando hablamos de cambio climático, tenemos dos temas que a menudo son considerados uno solo: ¿El cambio climático es real? Si es así, ¿ el clima cambia a causa de la actividad humana ?
La segunda pregunta incita intensas pasiones —aunadas a los enormes intereses económicos involucrados— que pueden provocar que la gente juzgue precipitadamente la pregunta número uno. Dentro de la primera pregunta hay dos más: ¿Qué tan perjudicial es el cambio climático? ¿Qué tan rápido avanza?
Podemos encontrar las respuestas a estas preguntas en una nueva obra sobre historia: Global Crisis. Se trata del examen que Geoffrey Parker hace del impacto climático más reciente que los humanos hemos experimentado: la Pequeña Edad de Hielo.
Después de medio milenio de temperaturas muy benignas, el hemisferio norte empezó a enfriarse gradualmente después de 1550. Para 1620, el enfriamiento paulatino se había transformado en congelamiento profundo.
Para el siguiente medio siglo, los pueblos del hemisferio norte sufrieron una catástrofe climática tras otra:
Durante el invierno de 1620-1621, el Bósforo —río que separa a Europa de Asia, ubicado en lo que hoy es Turquía— se congeló por primera y única vez en la historia.
El verano de 1627 fue el más húmedo de Europa en 500 años; 1628 fue uno de los inviernos más fríos que ha sido registrado.
En 1641, el Gran Canal que conectaba a Beijing —la mayor ciudad del planeta— perdió su suministro de alimentos en el sur de China debido a la falta de lluvias ocurrida por única vez, de acuerdo con los registros. China perdió varias cosechas durante la década de 1640 a causa de las sequías y el exceso de agua.
En 1641 sucedió el tercer verano más frío que en el hemisferio norte; en 1642 fue registrado el número 28 más frío y en 1643 el décimo. Se perdieron las cosechas de las islas Británicas y del centro de Europa en tres temporadas consecutivas.
El invierno de 1649 fue el más frío registrado en China.
En 1657, se congeló la bahía de Massachusetts, en Estados Unidos; más al sur, la gente podía caminar sobre el hielo en el río Delaware.
Al año siguiente (1658), la sonda danesa se congeló a tal punto que el ejército sueco y su artillería pudieron marchar desde Jutlandia hasta Copenhague, sobre lo que usualmente es el océano.
En Polonia hubo 109 días de heladas entre 1666 y 1667, a diferencia de los 63 días en promedio registrados en los últimos años.
El río Támesis, en Gran Bretaña, se congeló a tal punto que miles de personas lo usaron como camino durante seis semanas mientras transcurría el invierno de 1683-1684.
Estos eventos climáticos extremos son solo unos cuantos de los cientos de ejemplos que Parker cita en su profundo estudio de esa época. La casa editorial Yale University Press publicó Global Crisis a principios de este año.
Parker es más conocido como historiador especialista en la Guerra de los Treinta Años, el conflicto que desgarró a Alemania entre 1618 y 1648 y en el que la violencia, el hambre y las enfermedades cobraron la vida de tal vez un tercio de la población.
El cambio climático: los países encabezan la lucha
En esta obra enormemente ambiciosa, Parker estudia todo el mundo y sintetiza la violencia terrible que estalló en toda Eurasia durante los años más fríos e inclementes de la Pequeña Edad de Hielo: el derrocamiento de la dinastía Ming en China y la conquista del país más poblado del mundo a manos de los invasores de Manchuria; las guerras civiles en Irán y el norte de India; el colapso del poderío otomano; la persecución de los judíos en Ucrania; la peor masacre de judíos entre las Cruzadas y el Holocausto; la inclemente guerra de Nueva Inglaterra contra los indios pequot, la destrucción de Polonia, que en esa época era el mayor Estado de Europa; la rebelión de la Fronda en Francia; la guerra civil inglesa; el ataque de Oliver Cromwell contra Irlanda; las rebeliones de Portugal y Cataluña contra el imperio español…
Todos estos eventos iban acompañados por la peste y las hambrunas que culminaron en la mayor epidemia de peste bubónica de la historia de Europa en la década de 1660.
Europa solo vivió tres años de paz absoluta entre 1600 y 1700.
Los historiadores conocen bien la estadística que indica que una tercera parte de los alemanes murió durante la Guerra de los Treinta Años. Parker insinúa que esta cifra podría extenderse por casi todo el bloque continental, desde Lisboa al Pacífico, y que China sufrió las peores consecuencias.
Obviamente, la Pequeña Edad de Hielo no fue producto del hombre. El sol emitió un poco menos de energía de lo acostumbrado en el siglo XVII y hubo más erupciones volcánicas de lo usual. Para decenas de millones de seres humanos, las consecuencias de estos eventos inesperados fueron terribles y letales: muertes por violencia, por enfermedades, por hambre.
Parker insiste una y otra vez en la moraleja: lo más importante sobre el cambio climático no es cómo ocurre, sino qué tan rápido ocurre.
Nuestros debates contemporáneos sobre el clima parecen dar por sentado que el cambio ocurrirá gradualmente a lo largo del próximo siglo, lo que nos dará bastante tiempo para actuar.
En el siglo XVII, la catástrofe ocurrió con asombrosa rapidez —en el lapso de una vida humana— y los seres humanos murieron por montones.
En la historia de Parker hay una sola excepción a la infeliz historia: Japón en el tiempo de los shogunes, en donde los líderes efectivos encontraron formas de manejar y mitigar los desastres que no podían entender.
Si para algunos seres humanos fue posible estar preparados para lo peor en esos días anteriores a la era de la ciencia, seguramente es más posible para nosotros en esta era avanzada.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a David Frum.