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OPINIÓN: Philip Seymour Hoffman, un actor único e inigualable

A lo largo de su carrera, el histrión de 46 años demostró su talento para encarnar apasionadamente a personajes muy peculiares
mar 04 febrero 2014 12:38 PM
Philip Seymour Hoffman
Philip Seymour Hoffman Philip Seymour Hoffman

Nota del editor: Gene Seymour es crítico de cine y ha escrito sobre música, cine y cultura para las publicaciones estadounidenses The New York Times, Newsday, Entertainment Weekly y The Washington Post.

(CNN) — No había nadie como él, ciertamente no en nuestra época y es probable que nunca lo haya habido.

¿Es esta una exageración? Pongámoslo así: ¿Cómo podrías encasillar a Philip Seymour Hoffman? ¿Como mafioso? ¿Sacerdote? ¿Policía? ¿Supervillano? ¿Maestro? ¿Sibarita? ¿Vagabundo? ¿Presidente de Estados Unidos? Pongámoslo de otra forma: ¿A quién te imaginas haciendo todos estos personajes como nadie los había hecho antes?

Exacto. Nadie.

Hoffman tenía 46 años y lo encontraron muerto el domingo a causa de una aparente sobredosis de drogas; en algún momento hizo algunos de los papeles mencionados anteriormente y lo hizo con una agudeza cándida que desafiaba las presunciones y creaba posibilidades.

Cuando Hoffman figuraba en la pantalla, sabías que verías a una clase de persona a la que, aunque tal vez nunca hayas conocido en la vida real, reconocerías como ser humano, sin importar lo peculiar o confusa que fuera su personalidad.

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Ya sea que hiciera el papel de un líder de un culto manipulador, abusivo pero emocionalmente necesitado en la cinta de 2012, The Master; a un agente de la CIA irritable, desordenado pero ligeramente idealista en la serie de 2007, Charlie Wilson's War, o de un niño rico, consentido, egocéntrico pero obediente en la cinta de 1999, El talentoso señor Ripley, Hoffman empalmaba sus habilidades técnicas con compasión, reflexión y consciencia de los riesgos.

Esas habilidades no eran insignificantes. Contaba con una voz poderosa que podía elevar en varias octavas respecto de su usual tono totalmente áspero. (Para muestra basta su actuación ganadora del Óscar como protagonista de la cinta de 2005, Capote).

Desplegaba un meticuloso sentido de la precisión hecha a la medida de cada papel, sin importar lo ridículo (el maloso sucio, rico y sádico de Misión Imposible 3) o conocido que fuera (el entrenador ruidoso y poco impresionable de El juego de la fortuna (Moneyball).

Tenía esa versatilidad que comúnmente se relaciona con un actor que hace papeles peculiares y no con una estrella de cine. Sin embargo, el gran alcance de Hoffman y su profunda compasión lo hicieron, si no una estrella, una personalidad confiable del cine que perseguía algo más elevado de lo que el cine buscaba usualmente. Anhelabas ver el nombre de Hoffman en los créditos, aunque fuera solo para ver qué clase de peculiaridad tenía planeada.

Al principio no era evidente qué tan lejos y qué tan rápido ascendería la estrella extrañamente moldeada de Hoffman. Dependiendo de cuánto tiempo tengas yendo al cine, tal vez lo hayas notado primero en su papel de policía petulante y agresivo en la cinta de 1994, Nobody's Fool, o en su actuación como jugador de dados arrogante y ligeramente perturbado en la cinta de 1996, Hard Eight.

Ninguna de estas actuaciones te preparó para su dulce e inesperada encarnación de Scotty J., el asistente gay de un equipo de producción de películas pornográficas en la cinta Boogie Nights de 1997.

Después de un rato, lo único que esperabas de Hoffman era lo inesperado. En Almost Famous (2000) hizo una actuación persuasiva y tierna del desafortunado crítico de rock, Lester Bangs (cuya muerte prematura relacionada con las drogas, que no se retrata en la cinta, profundiza el patetismo de la de Hoffman).

A la sucesión de inadaptados, fracasados, neuróticos, soñadores frustrados y narcisistas autoengañados siguieron personajes contrastantes, tan complicados e intrigantes como el visionario director de teatro, Carden Cotard, en la cinta Synecdoche, New York (2008). Cotard es uno de los pocos personajes del currículo de Hoffman que satisface totalmente su necesidad enorme de sexo, adulación y control pero cuyos anhelos más fundamentales siguen insatisfechos. Incluso cuando no hacía el papel de una persona que se aferraba a los márgenes de la vida, Hoffman encarnaba a su peor enemigo.

Tal vez por eso es más entrañable para nosotros este ícono improbable del talento cuya presencia evocaba la forma en la que Dorothy Parker alguna vez describió a los personajes de las caricaturas de James Thurber: tenía la "apariencia de las galletas crudas".

Con esta serie de atributos físicos un tanto descuidados, Hoffman esculpió imágenes vivaces del corazón humano en el instante de mayor asedio y angustia. El esfuerzo que dedicó a estas actuaciones demostraba que le importaban los desafortunados, los raros y (a pesar de todo) los más intrépidos entre nosotros.

¿Es todo esto una exageración? Solo si puedes pensar en alguien más que pueda hacer lo mismo en su ausencia. Estoy atónito… y triste.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Gene Seymour.

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