OPINIÓN: ¿Será Obama el héroe que revitalice Occidente?
Nota del editor: Frida Ghitis es columnista de asuntos internacionales en el diario estadounidense The Miami Herald y en la revista World Politics Review. Fue productora y corresponsal de CNN y escribió el libro The End of Revolution: A Changing World in the Age of Live Television. Síguela en Twitter: @FridaGhitis .
(CNN) — En los años que han pasado desde que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llegó a la Casa Blanca, ha declinado la influencia de Occidente en el escenario mundial. Mientras las tropas rusas se acumulan en la frontera con Ucrania y el alto comandante de la OTAN advierte que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, podría estar preparándose para hacer una maniobra más tras la anexión de Crimea, existe otra prioridad urgente.
El presidente Obama llegó a Europa en lo que podría transformarse en un punto de inflexión en la historia. Es crucial que use esta tensa situación para implementar una estrategia para revigorizar la alianza del Atlántico, dar certidumbre a sus amigos y advertir a sus enemigos .
Obama y otros líderes de Occidente pidieron a Bachar al Asad, de Siria, que dimitiera, aunque se dice que desde entonces se ha fortalecido. El gobierno de Egipto, que alguna vez fue uno de los aliados cercanos de Occidente, se ha alejado. Rusia ignoró abiertamente los llamados de Estados Unidos y Europa a no invadir el territorio ucraniano. Sorprendentemente, Estados Unidos tiene poca influencia incluso en Afganistán, en donde conserva miles de soldados.
La pérdida de influencia estadounidense y europea no es solo la pérdida de poder geopolítico de un bloque. Occidente representa muchos de los principios que el mundo consagró como universales, tales como el estado de derecho, el respeto a las normas internacionales y la protección a los derechos humanos.
Estados Unidos y sus aliados europeos poseen un arsenal triple de enorme poder.
En primer lugar, personifican los ideales que tienen un poderoso atractivo universal. En segundo lugar, sus economías en conjunto superan por mucho a la de cualquiera de sus rivales a pesar de la recesión reciente. En tercer lugar, Estados Unidos y sus aliados siguen siendo la principal potencia militar indiscutible de la Tierra.
Obama debe implementar un programa para energizar nuevamente la sociedad del Occidente democrático y blandir la unidad de la alianza y la universalidad de los principios que profesa.
No, Europa y Estados Unidos no se han conducido en perfecta concordancia con esos principios, pero sus instituciones y leyes, aunque tengan defectos, siguen teniendo como fin crear un gobierno que obtenga el poder no por medio de la corrupción, la fuerza o la manipulación, sino de la voluntad del pueblo. Es un sistema en el que los individuos reciben un respeto solemne de parte del Estado y en el que las leyes se hacen y se aplican con justicia a todas las personas, incluso a quienes disienten del gobierno.
El declive del poder relativo de Occidente significa que las fuerzas que luchan por estas normas se han debilitado. Eso significa que hay menos fuerza para evitar o revertir las catástrofes actuales como la guerra en Siria o las infamias que tienen lugar todos los días en Corea del Norte.
Eso significa que Putin, cuyo régimen es cada vez más autoritario, ha descubierto que es posible moverse sin preocupaciones, cruzar lo que hasta hace unos días eran las fronteras internacionales y violar no solo el derecho internacional, sino un acuerdo que el gobierno ruso firmó en 1994, en el que se comprometía a respetar las fronteras de Ucrania. Un Occidente más débil permitió que Putin mostrara temerariamente su desdén ante cualquier reacción de la comunidad internacional mientras que sus ejércitos fuertemente armados amenazan a lo largo del lado este de la frontera con Ucrania y desde el sur, desde el interior de lo que solía ser la Crimea ucraniana.
Además, no tenía razones para temer que Occidente hiciera mucho para detenerlo.
La respuesta de Obama a los actos de Putin en Ucrania ha adoptado un carácter más creíble gradualmente. La más reciente ronda de sanciones que se anunció el viernes afecta un poco más al círculo cercano a Putin.
Putin menospreciará bravuconamente cada decisión. La decisión de no celebrar la siguiente cumbre del G-8 en Sochi , su resplandeciente ciudad reconstruida con un costo enorme para sus Olimpiadas de Invierno, tiene que doler.
Los rusos —a pesar de que muchos se sienten cada vez más desilusionados con Putin— han respaldado a su confiado presidente. Sin embargo, es común que crezca la popularidad de un líder en situaciones como esta. Los rusos no quieren que su país sea víctima del rechazo internacional. Tarde o temprano alguien verá claramente que lo que ocurre no es, como dice Putin, el resultado de un Estados Unidos agresivo o de un Occidente que pretende reducir y humillar a Rusia.
Los socios más cercanos de Putin, los hombres que se han enriquecido en su sistema autocrático, prometerán su apoyo. Pero ellos quieren tener acceso a los mercados mundiales y quieren el prestigio de codearse con las élites mundiales. Se consideran empresarios exitosos y sofisticados. No quieren que el mundo los perciba como cómplices y forajidos en un régimen aislado.
Los actos de Putin tienen una ventaja. Tal vez ayuden a que Occidente despierte de su letargo depresivo y sacuda a Estados Unidos de su ilusión de que puede poner menos atención al resto del mundo sin sufrir consecuencias.
Los últimos años han sido dolorosos para Europa y Estados Unidos y han socavado la relación. Las fricciones entre ambos lados del Atlántico han debilitado los fuertes lazos que aún unen a los aliados. Europa sigue luchando contra una profunda recesión y tiene la autoestima baja. Los estadounidenses tampoco se sienten particularmente orgullosos de sus instituciones democráticas, por una buena razón.
Sin embargo, los manifestantes que ocuparon la plaza en la capital de Ucrania ansían un sistema que se parezca al que ven en sus vecinos europeos, particularmente en el este de Europa que alguna vez estuvo bajo el dominio de Moscú.
Obama debe revitalizar la alianza. Recordarles a sus miembros y al mundo lo que representan y cuánto pueden hacer. Ayudar a poner fin a la dependencia europea del combustible ruso . Convencer a Londres y a París de que pueden arreglárselas sin el dinero de los oligarcas.
Debe programar reuniones de trabajo frecuentes y de alto perfil para tomar medidas para aislar a Rusia y dejar en claro lo que Occidente quiere: no dominar el vecindario de Rusia, sino un sistema de prosperidad y democracia que beneficie a todos los países, incluido Rusia, si decide seguir las reglas.
Entonces, la influencia de Occidente en el escenario mundial tal vez revierta el curso y eso se traducirá en malas noticias para los peores regímenes del mundo. Es un juego a largo plazo, pero ahora es la prioridad.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Frida Ghitis