OPINIÓN: ¿Los cristianos condenarán la persecución de los gays?
Nota del editor: LZ Granderson es colaborador de CNN, escritor sénior de la cadena ESPN y catedrático en la Universidad Northwestern. Los comentarios del exbecario del Instituto Hechinger recibieron reconocimientos de la Asociación de Noticieros en Línea, de la Asociación Nacional de Periodistas Negros y de la Asociación Nacional de Periodistas Lesbianas y Gays de Estados Unidos. Síguelo en Twitter en @locs_n_laughs .
(CNN) — El papa Francisco conmocionó al mundo en julio de 2013 al hablar sobre el tema de los gays en la Iglesia y optar no por recordarles las llamas del infierno a sus 1,600 millones de seguidores, sino hacer una pregunta: "¿quién soy yo para juzgar?" .
Eso no fue exactamente una defensa clara a la igualdad, sino una pregunta retórica que estaba a años luz de distancia de lo que estábamos acostumbrados a escuchar de boca de sus predecesores. Por eso percibimos un rayo de esperanza de que tal vez la comunidad cristiana en general daba señas de alejarse de la retórica hostil y de acercarse a un compromiso civil, tal vez incluso a la tolerancia.
Se dice que durante su reunión de casi una hora, el papa Francisco y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama , pasaron gran parte del tiempo hablando de la empatía.
"La falta de empatía es lo que hace que sea tan fácil que caigamos en las guerras", dijo el presidente después. Se cree que se refería a las guerras militares, aunque ese sentimiento obviamente se aplica también a la guerra cultural.
Solo la falta de empatía podría ocasionar que las autoridades de una escuela cristiana de Virginia, Estados Unidos, sugiriera a una niña de ocho años que asistiera a otra escuela porque no se comportaba de forma lo suficientemente femenina como para que se quedara en esa. La escuela señaló que no puede dar detalles por cuestiones de confidencialidad pero que "este asunto va más allá de una simple 'cuestión de corte de cabello y de conducta poco femenina' como se ha descrito incorrectamente".
Solo la falta de empatía podría llevar a que las autoridades de una escuela católica despidieran a un maestro querido por planear casarse con el amor de su vida. La falta de empatía explica el que Pat Robertson —conductor del programa de televisión estadounidense 700 Club— pueda mostrar descortesía al hablar de la lapidación de los gays en la época de Jesús o que Franklin Graham —el hijo del pastor cristiano estadounidense Billy Graham— pueda insinuar que la comunidad LGBT podría adoptar niños para "reclutarlos".
Todos estos incidentes ocurrieron después de que el papa Francisco preguntara: "¿quién soy yo para juzgar?", como si excluir a una niña poco femenina de una escuela primaria fuera la mejor respuesta que la fe cristiana pudiera ofrecer a esa pregunta.
El día en que la historia de la niñita llegó a los titulares de los diarios de todo el país, Dan Haseltine, vocalista de la banda cristiana Jars of Clay, tuiteó: "¿por qué a menudo desapruebo o me impaciento con los supuestos líderes cristianos?". Prosiguió: "me doy cuenta de que la manifestación más poderosa del amor ocurre cuando hacemos lugar para todos en la mesa".
Los comentarios de Haseltine fueron refrescantes porque muchos cristianos que están en la misma posición que él prefieren demostrar desaprobación en silencio en respuesta a las frases exageradas y a las historias desconcertantes como la de la niñita. Si te da curiosidad saber por qué cada vez más personas abandonan la Iglesia, tal vez se deba a que desde el púlpito les dicen: "ama al pecador pero odia al pecado" y luego ven que muchos fieles siguen con su vida como si el tan solo decir la palabra "amor" los eximiera de demostrarlo.
A muchos de los seguidores de Cristo tal vez les sea más fácil callar en lo que respecta a este tema sin que noten que el silencio se interpreta como aprobación, ya sea que estén de acuerdo o no con el discurso antigay. Cada vez que alguien pregunta: "¿quién soy yo para juzgar?", alguien cita alguna frase antigay de Bill Donahue (de la Liga Católica) en respuesta.
Para hacer que la pregunta del papa Francisco pase de ser un titular mundial a un cambio mundial, los cristianos deben dejar de permitir que el silencio sea el arma de elección contra la persecución sin sentido de la gente gay.
El 40% de los jóvenes indigentes de Estados Unidos se consideran parte de la comunidad LGBT y la gente que supuestamente los ama y los cuida echó de sus hogares a casi la mitad. Este es el tema de un sermón que no escuchamos todas las semanas… pero deberíamos.
Los dueños de esclavos solían citar Efesios 6:5 al principio de cada ceremonia religiosa en la plantación: "esclavos, obedezcan a sus amos terrenales con respeto y temor, y con integridad de corazón, como a Cristo".
"¿Quién soy yo para juzgar?" no fue suficiente para cambiar eso.
Alguna vez se obligó a las mujeres a quedarse al lado de esposos agresivos con las palabras: "esposas, sométanse a sus propios esposos como al Señor".
"¿Quién soy yo para juzgar?" no fue suficiente para empoderar a las mujeres y lograr que el sistema legal juzgara a sus atacantes.
Gracias a ese silencio se redactaron leyes en Uganda que originalmente castigaban la homosexualidad con la muerte . Las leyes encontraron legitimación en los lazos que algunos políticos ugandeses sostenían con evangélicos estadounidenses que visitaban regularmente el país. Los evangélicos se han distanciado desde entonces con las políticas antigay de Uganda, no gracias a un impulso moral en su alma, sino porque los pusieron en evidencia, porque el silencio se rompió.
Cuando en el programa Meet the Press de la cadena estadounidense NBC le preguntaron al cardenal Timothy Dolan sobre la revelación de la homosexualidad del candidato a jugador de la NFL Michael Sam, respondió: "la misma Biblia que nos dice… que nos enseña sobre las virtudes de la castidad y la virtud de la fidelidad y el matrimonio, nos dice también que no debemos juzgar a la gente".
Es una obviedad que los líderes cristianos antigay ignoran demasiado a menudo. Una obviedad que sus seguidores no reiteran lo suficiente.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a LZ Granderson