OPINIÓN: Más empleo pero menor ingreso, el balance laboral del sexenio
Nota del editor: Marcelo Delajara es Doctor en Economía. Actualmente es el director del Programa de Crecimiento Económico y Mercado Laboral en el Centro de Estudios Espinosa Yglesias, A.C. Es profesor Afiliado en la División de Economía del CIDE y conductor del programa Economía en Tiempo Real en RompevientoTV. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(Expansión) — Desde mediados de 2012, el empleo formal —el número de trabajadores con afiliación al IMSS— ha crecido a una tasa mayor que la tasa de crecimiento de la actividad económica (la diferencia ha sido de casi 2 puntos porcentuales). En otras palabras, se han creado empleos formales a un ritmo mayor al que crece la economía. Esto no fue así antes de esa fecha: el crecimiento de empleo formal y de la economía iban al mismo ritmo.
Este fenómeno ha tenido varias explicaciones, desde los efectos de la reforma laboral, hasta el resultado de las iniciativas gubernamentales diseñadas específicamente para incentivar la formalización del empleo en ciertos sectores en los que el trabajo es el factor productivo más intensivo.
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Algunos dirán que importa poco si fue una cosa o la otra, que lo relevante es que el empleo formal creció más rápido que el empleo total (suma del formal y del informal) y que ello derivó en una reducción de la tasa de informalidad laboral. Sin embargo, es innegable que la reducción de la informalidad ha sido frustrante: en un promedio móvil, dicha tasa pasó de 59.2% en 4T 2012 a 57.2 % en 1T 2017, una disminución de apenas dos puntos porcentuales. De seguir así, en 2050 la tasa de informalidad estará por encima del 40%, demasiado elevada si consideramos las aspiraciones de desarrollo, prosperidad y mayor igualdad de los mexicanos.
Otro resultado, aún más desalentador, es que durante este periodo hubo un deterioro en el ingreso laboral promedio. Aumentó la proporción de los trabajadores que ganan menos y disminuyó la proporción de quienes ganan más. Ello se debió principalmente a dos razones.
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La primera, que ya conocemos, es que el empleo formal creció más rápido que el ingreso nacional. Recordemos que la actividad económica se mide a través del PIB (Producto Interno Bruto), y éste es también una medida del ingreso nacional entendida como la suma de sueldos y salarios de los empleados y de beneficios de las empresas.
La segunda tiene que ver con el comportamiento de la tasa de desocupación durante y después de la recesión económica 2008-2009. Al inicio de la crisis, digamos en 2T 2008, la tasa de desocupación se ubicaba en 3.6%; al finalizar ésta, en 1T 2010, la desocupación subió hasta 5.5%; luego, desde 2010, la tasa presentó una trayectoria a la baja y a inicios de 2017 se situó otra vez en una cifra cercana a 3.6%.
Durante 9 años, la tasa de desocupación se ubicó muy por encima de los valores que podríamos considerar “estructurales” o “naturales”. En esa situación, los trabajadores pierden poder de negociación sobre las remuneraciones que acuerdan con sus empleadores. Y en México, con niveles de informalidad altos y un salario mínimo bajo, dicho poder de negociación ya es de por sí muy limitado.
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En la gráfica se muestra la evolución del porcentaje de la población trabajadora que se encuentra en cada nivel de ingreso laboral. Los datos son de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI. El porcentaje de la población subordinada y remunerada que gana menos de dos salarios mínimos (línea anaranjada) aumentó de 28.5% a 38.3% desde 2009. En cambio, la población que gana tres salarios mínimos o más (línea verde) se redujo de 34.7% a 22.7% en ese periodo. Por último, la que gana entre dos y tres salarios mínimos se mantuvo prácticamente constante en alrededor de 26% de los trabajadores (línea azul claro).
Es importante tener presente un potencial problema con estas estadísticas de ingreso. Y es que, desde que se levanta la ENOE, el porcentaje de la población que no especifica sus ingresos aumentó de manera sostenida, de aproximadamente 5% a 13%. Esto podría llevar a especular que el porcentaje de la población con salarios altos aumentó en lugar de disminuir.
No obstante, si se recalculan las cifras y se asigna todo el incremento de la población que no reporta ingresos al grupo de los que ganan más de tres salarios mínimos, sin duda se observa un aumento en el porcentaje de población en el grupo de ingresos altos, pero no se elimina la tendencia negativa, como se ve en el siguiente gráfico.
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Mientras que en los datos originales la tendencia a la baja en los salarios altos comenzó en 2008 (Gráfica 1), en los datos recalculados, el año de inicio de la tendencia a la baja se posterga hasta 2010 (Gráfica 2). No obstante, a partir de ese año persiste una clara tendencia negativa en el tamaño de la población con ingresos altos.
Las siguientes son dos posibles conclusiones de este análisis. Los esfuerzos para reducir la informalidad han sido claramente insuficientes; no son éstas las políticas públicas que lograrán reducir la informalidad de manera significativa y en un periodo razonable de tiempo.
El costo de la recuperación económica desde 2010 ha recaído sobre los asalariados; de manera congruente con una estrategia de reducción de la informalidad, se debe elevar la protección social efectiva y el salario mínimo de la población subordinada y remunerada. Por último, no hay que descuidar tanto la variable “empleo” en el diseño e implementación de las políticas macroeconómicas.
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