La cría de renos mantiene vivo al pueblo Sami (y no es el de Santa Claus)
Nota del editor: el siguiente texto es un fragmento del reportaje 'Renos, la verdadera historia', que fue publicado en la revista QUO del mes de diciembre de 2011.
(QUO) — Para la mayoría de la gente, Rodolfo, el legendario acompañante de Santa Claus, es la única referencia de un reno. Sin embargo, al otro lado del mundo, en el norte de Suecia, vive un pueblo cuya vida gira en torno a este cornudo animal.
Para los samis —indígenas que habitan el norte de Suecia, Noruega, Finlandia y Rusia— los renos significan cultura, tradición, alimentación y, para muchos, su única fuente de ingresos. No obstante, esta tradición centenaria se encuentra en peligro.
Samis y samebyar
Con una población de unos 75,000 habitantes —cerca de 20,000 en Suecia— los samis forman el único grupo indígena en toda Europa, según la Asociación Nacional de los Samis en Suecia.
Ellos vivían y trabajaban en las tierras árticas de la región nórdica —un lugar llamado Sápmi, la tierra de los samis—, mucho antes de que se llegaran a formar las naciones que hoy conocemos.
“En Laponia, se han encontrado señales de asentamientos que datan de la Edad de Hielo, hace 9,600 años, pero las primeras pruebas seguras de la cultura sami provienen de los años 500 a.C.”, explica Britta Lindgren-Hyvönen, etnóloga y arqueóloga en el Museo de Västerbotten, en la ciudad norteña de Umeå.
Originalmente se dedicaban a la caza y la pesca, pero en el siglo XVII empezaron a encargarse de los rebaños de renos, y con el paso de los años la crianza de esos animales se convirtió en uno de los pilares de su cultura.
Leif-Anders Blind, del pueblo de Arjeplog, no conoce otra vida que la de pastor de renos, porque desde que tenía 15 años comenzó a ayudar a su padre en esa labor.
“Yo era el único hijo varón, y se esperaba que siguiera con el negocio. Ya llevo 35 años cuidando a mis renos”, cuenta Leif-Anders, de 50 años.
Los samis dividen el año en ocho temporadas, basadas los movimientos de los renos. Cada una indica dónde encontrar pastoreo o eventos significativos, como el nacimiento de las crías o la matanza de los machos viejos.
Es un ciclo que se ha repetido año tras año, durante siglos. No obstante, con los avances de los suecos, la vida tradicional se ha visto afectada.
Conflictos de propiedad
Hasta el siglo XVI, los suecos habían considerado a Laponia como tierra inhabitable, pero se dieron cuenta de que en ella había riquezas no explotadas.
Como nómadas, según los suecos, los samis no podían pretender ser dueños de la tierra, y la región fue reclamada por colonos del sur.
Después de la colonización del norte, durante mucho tiempo los samis fueron considerados ciudadanos de segunda, así que muchos dejaron de practicar sus costumbres, para asimilarse a la sociedad sueca.
Por otro lado, como aún había quienes seguían criando renos, el Estado sueco estableció el derecho a esa tradición, por ley y como derecho exclusivo de los samis, en 1886.
“Ese derecho cada vez se cuestiona más. Y, muchas veces, la ley ha creado más problemas que resolverlos”, relata Jenny Wik Karlsson, abogada de la Asociación Nacional de los Samis en Suecia.
A principios del siglo pasado, muchas familias en las montañas fueron obligadas por el gobierno a reubicarse en las regiones bajas, donde tenían que compartir pastoreos con los samis del sur.
Solo los samis que pertenecen a un pueblo sami y con derecho hereditario a una “marca de renos” —cortadas en las orejas de los renos, que indican el dueño del animal— pueden entrar al negocio.
Según el gobierno municipal de la región de Västerbotten, aproximadamente 2,500 samis se dedican en la actualidad al negocio de los renos, con unos 230,000 animales repartidos por 51 pueblos sami.
Los samis y sus renos tienen el derecho de usar la tierra y el agua dentro de estas regiones sin el permiso del terrateniente. Al mismo tiempo, el Estado sueco y los terratenientes particulares tienen derecho de arrendar el terreno a quien quieran.
Es un acuerdo que no deja contento a nadie, explica Jenny Wik Karlsson: “La tierra se arrienda a empresas que construyen estaciones de esquí, centros deportivos y molinos de viento, reduciendo las áreas de pastoreo. El derecho a caza se otorga a gente del sector privado”.
“Vamos a perder 75% de todas las tierras de pastoreo dentro de 30 años, si seguimos con este ritmo de explotación. Nuestro derecho a esta tradición no vale nada si nos quitan las condiciones necesarias para el ganadero”, añade la abogada.
Renos modernizados
Aunque el trabajo sigue siendo pesado, los samis cuentan ahora con tecnología que les facilita su labor, porque utilizan helicópteros, motos e incluso chips GPS para rastrear a los renos con su celular, o desde cualquier dispositivo con internet.
El rebaño necesita vigilancia constante por la amenaza de los lobos, o incluso del tránsito en las carreteras, así que la jornada de trabajo comienza en la madrugada y culmina en la tarde, casi sin días libres.
Ser pastor de renos se considera uno de los trabajos más riesgosos del mundo. Hay mucho estrés psicológico debido a la baja rentabilidad del negocio y el peligro latente, no sólo por los depredadores, sino también por la invasión de empresas forestales, entre otros factores.
En los últimos años, muchos jóvenes dedicados a la cría de renos se han suicidado. La mecanización del pastoreo de renos también ha hecho que el trabajo sea más pesado.
A pesar de todo, a Leif-Anders le gusta su trabajo. La carne que produce —más saludable que cualquier bistec de res— ahora se puede hallar en cualquier supermercado sueco.
“Hay quienes no entienden por qué matamos a los renos; piensan en Santa Claus y Rodolfo y creen que los renos son como mascotas. Pero es buena carne, es un negocio y nosotros vivimos de ellos. Usamos todas las partes del animal que se pueda”, cuenta Leif-Anders.
Con la piel hacen botas y pantalones; los cuernos los usan para artesanías o los venden en polvo a los japoneses, que suelen tomarlo como un tónico para la virilidad.
Por muy importante que sea la tradición, el número de personas que se dedican a la cría de renos está en descenso.
“Yo nunca tuve la opción de elegir otra cosa. Mis hijos, que tienen nueve y dos años, me han acompañado al trabajo. Pero yo quiero que tomen ellos su propia decisión de si quieren seguir o no”, dice Leif-Anders.
El negocio tiene que cambiar para que la tradición siga viva, opinan tanto Leif- Anders como Jenny Wik Karlsson. Una opción sería abrirlo a gente no indígena.
“Ha sobrevivido porque hemos cambiado con la sociedad. Hoy usamos otras tecnologías. Cuando se trata de desarrollo, todavía estamos atrás de los agricultores. Con un pueblo sami más abierto podríamos beneficiarnos de otros conocimientos e ideas innovadoras”, refiere Leif-Anders.
“La sociedad sueca no entiende o acepta la necesidad de la cría de renos. Muchos samis acabarán muy mal si no pueden practicar su trabajo. No sabrán ser samis sin sus renos”, asegura la etnóloga Britta Lindgren-Hyvönen.
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