Los simios bonobos del Congo luchan por sobrevivir en medio de conflictos
Son conocidos como los hippies del reino de los simios, una especie pacífica y afectuosa que está más interesada en hacer el amor que en matarse unos a otros.
Los bonobos, unos de los simios más escasos del mundo, son parientes cercanos de los chimpancés y comparten con los humanos el 98.7% del ADN. Sin embargo, a diferencia de sus parientes primates, incluidos los humanos, los bonobos evitan enfrascarse en conflictos violentos.
En vez de eso, comparten la comida, se acicalan entre ellos y recurren a una variedad de actividades sexuales para entablar relaciones, promover los lazos sociales y fortalecer las alianzas.
Es irónico que la existencia misma de esta afable especie esté amenazada por las décadas de guerra y deforestación en una de las partes más conflictivas de África.
Los bonobos habitan exclusivamente en la República Democrática del Congo (RDC), en los bosques lluviosos de las tierras bajas del país, a lo largo de la margen sur del río Congo.
En los últimos meses, las tensiones volvieron a surgir en el extenso país luego de que los rebeldes lanzaron una importante ofensiva en la conflictiva parte oriental de la RDC.
Aunque el hábitat del bonobo se localiza a varios cientos de kilómetros del epicentro de la crisis, los ambientalistas dicen que la prolongada inestabilidad del país ha hecho prácticamente imposible el estudio de los bonobos y el descubrimiento de su ubicación o de la cantidad de especímenes que quedan.
A la vez, la expansión del comercio ilegal —la venta de carne de animales silvestres, como la del amenazado bonobo— amenaza aún más la supervivencia de estos simios.
“La década de guerra a finales de los noventa resultó en un extenso desplazamiento de la población, movimientos militares y rebeldes y un mayor acceso a las armas y las municiones, lo que contribuyó al aumento de la caza de animales silvestres, incluidos los bonobos”, dice Dominique Morel, de Amigos de los Bonobos, un grupo que apoya a Lola Ya Bonobo, el primer y único santuario en el mundo para la amenazada especie.
La creciente amenaza de la caza ilegal hizo necesario que Claudine Andre, una ambientalista belga que trabajaba como voluntaria en el zoológico de Kinshasa, fundara Lola Ya Bonobo a mediados de la década de los noventa.
Fue entonces cuando Andre, quien se mudó al Congo con su padre (que era veterinario) a la edad de tres años, vio un bonobo por primera vez, encuentro que cambió su vida para siempre.
Andre, madre de cinco hijos, se enamoró de los bonobos y empezó a rescatarlos uno por uno, llevándolos a su casa. Sin embargo, conforme crecía el número de bonobos que adoptaba vio que necesitaba un sitio más grande. El gobierno congolés pronto intervino para ayudarle a establecer un hogar más permanente que se convertiría en Lola Ya Bonobo.
El santuario, localizado a las afueras de Kinshasa en un bosque primario de cerca de 30 hectáreas, alberga al menos a 65 bonobos, muchos de ellos son huérfanos jóvenes que fueron rescatados de la selva o llevados al refugio luego de que sus padres fueran muertos por los cazadores.
“La caza ilegal no termina”, dice Andre. “No tenemos la solución y cada año recibimos más huérfanos”.
Una parte importante de la labor del santuario es rehabilitar a los bonobos heridos rescatados del bosque y con suerte, regresarlos algún día a su hábitat natural.
“La conservación nos exige que tratemos de regresarlos al bosque”, dice Andre. “Así que lo hemos intentado dos veces desde 2009, un grupo de bonobos de aquí regresó al bosque. Para ellos fue un éxito porque después de dos o tres meses, están en casa”.
El santuario también busca educar al público acerca de los bonobos. El equipo de Lola Ya Bonobo dice que cerca de 40,000 personas los visitan cada año, incluidos turistas y escolares locales, así como alumnos graduados que llevan a cabo investigaciones relativas a todo, desde el comportamiento de los bonobos hasta la la evolución del cerebro humano.
Los ambientalistas dicen que la estabilidad en la RDC es vital para asegurar que los programas de conservación de los bonobos no estén en riesgo.
“Promover la conservación de la vida salvaje siempre es una batalla en un país pobre como la RDC”, dice Morel.
“En tiempos de crisis, cuando las necesidades básicas y de seguridad de la población civil no están garantizadas, es un reto aún mayor. Si los guardias ecológicos y el equipo tienen que ser evacuados de ciertas zonas por su seguridad, el equipo, la infraestructura —y a veces los animales— sufren.
"Solo se pueden implementar con éxito las inversiones a largo plazo en la conservación de la vida salvaje —investigación, conservación, educación, protección del hábitat por parte de la comunidad y turismo ecológico— a través de la paz y la estabilidad”, explicó.