¿Cultivar en el desierto?, sí, basta con agua de mar y energía solar
En el desierto de Qatar, los científicos están demostrando que el agua salada puede ser utilizada para cultivar.
A través de una iniciativa de investigación en una hectárea de terreno, llamada Proyecto Sahara Forest —modesta en cuanto a tamaño, mas no en cuanto a ambiciones—, durante los últimos meses se produjo una cosecha de cebada, pepinos y arúgula gracias a una combinación de ingredientes que usualmente no se relacionan con éxito en la agricultura: agua de mar y el abundante suministro de calor de Qatar.
Las primeras instalaciones del Proyecto Sahara Forest se concibieron en Noruega e iniciaron operaciones en noviembre de 2012 para que coincidiera con la Cumbre de Doha. Con el proyecto se implementan varias tecnologías de vanguardia amigables con el medio ambiente y se aprovechan los elementos que abundan en Qatar —calor y agua de mar— al transformarlos en una variedad de recursos valiosos.
"Estas ideas podrían parecer demasiado buenas para ser verdad", reconoce el director general del proyecto, Joakim Haugue, quien agregó que en los inicios del proyecto hubo tanto entusiasmo como escepticismo.
"Esto se basa en un principio muy sencillo. Nuestro punto de partida fue tomar lo que tenemos en abundancia —agua de mar, calor— y usarlo para producir lo que más necesitamos: agua, energía y una producción de alimentos sostenible".
El proyecto tiene un alcance mundial. Ostenta unos invernaderos enfriados con agua de mar, energía solar concentrada y producción de algas. Todo funciona simbióticamente para resolver varias de las crisis ecológicas del mundo en un mismo intento.
"Qatar tiene uno de los climas más desafiantes del mundo para trabajar con esta clase de cosa", dice Virginia Corless, gerente científica y de desarrollo. "Las altas temperaturas y la humedad representan un desafío para nuestra tecnología. Sin embargo, si la tecnología funciona aquí, como ha sucedido, demuestra que es factible en varios sitios en el mundo ".
Además de producir alimentos y agua desalinizada en regiones en las que originalmente escasean, las instalaciones también tienen como objetivo reverdecer el desierto y generar fuentes de combustibles alternas y ecológicas.
La sinergia es una de las bases del proyecto: es lo que permite abordar varios problemas a la vez, como si fuera una complicada máquina Rube Goldberg ambiental. Las instalaciones cuentan con una planta de energía solar concentrada, que transforma el calor en vapor y luego, por medio de turbinas y generadores, se transforma en electricidad que se utiliza para bombear el agua de mar que se usará para enfriar los invernaderos.
El agua dulce de desecho que produzcan los invernaderos se usa para regar las plantas en la parte exterior. Unos setos estratégicamente sembrados afuera del invernadero ayudan a filtrar el sobrante, lo que crea un ambiente húmedo y más fresco para las plantas que reciben el viento.
Finalmente, el agua salada se usa para cultivar algas que se pueden utilizar para producir bioenergía a gran escala, aunque actualmente dicha planta todavía se encuentra en la fase de investigación. Corless dice que la producción de algas por sí sola puede ser costosa y tiene limitaciones geográficas (usualmente tiene que desarrollarse en terrenos costeros caros y codiciados).
"Lo que hicimos es incluir un sistema de cultivo de algas en un sistema más amplio para distribuir los costos y aumentar la energía. Uno de los mayores costos compartidos que tenemos es la infraestructura para el agua de mar", dice.
Neil Crumpton, presidente y director general de Planet Hydrogen —una ONG que promueve la energía verde—, dice que el proyecto tiene el potencial de "cambiar las cosas".
"Los problemas más importantes en la actualidad son el cambio climático y los recursos hídricos en todo el mundo; estas sencillas tecnologías pueden abordar ambos", dice. "No puedo evitar pensar que esto es visión y no un espejismo".
Sin embargo, algunos expertos dudan que el Proyecto Sahara Forest sea la mejor forma de usar los recursos. La construcción de las instalaciones, que financiaron empresas como Yara International y Qafco, costó 5.3 millones de dólares.
"Con ese mismo capital, podrías restaurar ecosistemas y ayudar a la gente de forma más eficaz por medio de la gestión comunitaria de los recursos naturales", dice Patrick González, ecologista que ha realizado investigaciones en la región del Sahel, en África del Norte, con la Universidad de California en Berkeley.
"En vez de verter agua en las arenas del desierto que no han tenido mucha vegetación en siglos, puedes restaurar tierras que hasta hace poco contaban con una cubierta de árboles sanos. La regeneración natural de los árboles en el Sahel es menos llamativa y más difícil, pero podrías beneficiar directamente a las familias que dependen de los árboles", agrega.
A pesar de las críticas opuestas, Hague dice que el sitio ha demostrado su eficacia con las nuevas cosechas y agregó que muchos escépticos quedaron convencidos.
"Es útil que la gente lo vea en el terreno, que prueben los pepinos y que vean que esto es real", dice. "Hemos demostrado que esto sí se puede implementar".