En una región sin médicos ni medicamentos, su solución es el opio
En un lejano rincón en el norte de Afganistán, Aziza busca en su alacena de madera oscura, revuelve un poco el cajó, y saca un pequeño terrón envuelto en plástico.
Lo desenvuelve, rompe un pequeño pedazo como si fuera chocolate, y se lo da en la boca a su hijo de cuatro años: Omaidullah. Es su desayuno: un terrón de opio puro.
“Si no le doy opio, no se duerme”, dice. “Y no me deja trabajar”.
Aziza proviene de una familia pobre de tejedores de alfombras en la provincia de Balkh. No tiene educación, ni idea de los riesgos de salud involucrados, ni de que el opio es adictivo.
“Damos a los niños opio cuando se enferman también”, dice, agazapada en su telar.
Sin ninguna atención médica verdadera en estos lugares y debido al alto costo de los medicamentos, lo único que conocen las familias de aquí es el opio .
Es un ciclo de adicción transmitido por generaciones. Los adultos toman opio para trabajar más horas y aminorar sus dolores.
La anciana suegra de Aziza, Rozigul, rueda una pequeña bola entre sus dedos y la introduce en su boca con una pequeña sonrisa, antes de pesar una pieza a su hermana.
“Tenía que trabajar y criar a los niños, así que empecé a usar drogas”, dice. “Éramos personas muy pobres, así que usé opio. No tenemos nada más que comer. Por eso tenemos que trabajar y usar drogas para mantener callados a nuestros niños”.
Toda la familia es adicta.
Esta parte de Afganistán es famosa por sus alfombras. Se encuentra tan remota que no existen caminos verdaderos: Los sucios caminos que existen son a veces bloqueados por movimientos de tierra.
El centro gubernamental de rehabilitación de drogas más cercano está a cuatro horas de distancia en un vehículo, pero cuenta con sólo 20 camas y un puñado de personas para lidiar con la epidemia.
“El opio no es nada nuevo en nuestros pueblos y distritos. Es una vieja tradición, algo como una religión en algunas áreas”, dijo el Dr. Mohamed Daoud Rated, coordinador del centro.
“La gente usa el opio como droga o como medicamento. Si un niño llora, le dan opio, si no pueden dormir, usan opio, si un niño tose, le dan opio”.
El centro está realizando un programa de alcance externo en las áreas más afectadas.
La mayoría de los afganos no están conscientes de los peligros a la salud del opio , y sólo unos cuantos están comenzando a comprender los peligros de la adicción”.
“Era una niña cuando empecé a usar drogas”, dice Nagibe, de 35 años.
Ella dice que su cuñada fue la primera en darle un poco cuando era una joven esposa adolescente, de sólo 14 años de edad. Sus hijos se volvieron adictos también.
Cuando su esposo murió, se volvió a casar. “Mi nuevo esposo no usa drogas ni tampoco su familia. Debido a eso pude venir aquí y recibir tratamiento. Ahora como adulto, comprendo y quiero dejar esto atrás".
Ella ha estado sobria durante meses, pero cada día es una lucha.
La fabricante de alfombras Rozigul, de 30 años, está en un programa de desintoxicación con su hijo de tres años Babagildi, que tiene su rostro regordete cubierto de manchas. Ella comenzó a usar drogas hace seis años.
“Cuando estaba embarazada de este bebé estaba usando drogas. Así que nació adicto y siempre estaba llorando. Trataba de mantenerlo callado y hacerlo dormir, así que le seguí dando opio”, dijo.
Su adicta suegra usa la cama próxima a ella, acurrucada y murmurando para sí misma.
Tres generaciones de una familia, todas luchando contra la maldición que aflige a más de un millón de afganos.