Los seres humanos percibimos el mundo en términos de emociones positivas, negativas o neutras. Y tanto las agradables como las desagradables están profundamente arraigadas en nuestra biología.
La mayoría de las respuestas de las reacciones emocionales han existido desde hace mucho tiempo y surgieron como parte de un proceso de adaptación y supervivencia de la especie humana.
Las emociones negativas son nuestra defensa en contra de amenazas externas, y nos ayudan a enfrentarlas.
Las emociones positivas como la alegría, el placer, la serenidad, la esperanza o la tranquilidad también cumplen un propósito evolutivo, ya que se ha encontrado que amplían nuestros recursos intelectuales, físicos y sociales, y permiten construir reservas que nos ayudan a enfrentar amenazas.
Cuando tenemos un estado positivo, las personas nos buscan; emergen la amistad y el amor y se dan las alianzas.
El placer físico es resultado de un aumento de neurotransmisores cerebrales como la dopamina y la serotonina. Se puede producir por una experiencia sensorial o sexual o por rutas más complejas.
La ausencia de emociones negativas es esencial para la felicidad, porque tan pronto sentimos miedo, enojo o tristeza, se reduce el placer. La amígdala y el hipotálamo son las estructuras responsables de las emociones negativas. Enfocarnos en tareas mentales no emocionales inhibe la actividad en la amígdala, y es por ello que se dice que hay que "mantenerse ocupado para alejar los malos pensamientos".
Sin embargo,
El hemisferio cerebral derecho es más sensible a lo negativo, mientras que la actividad en la corteza prefrontal izquierda genera sentimientos positivos que inhiben el flujo negativo de la amígdala. Esta actividad se puede lograr a través de utilizar nuestra capacidad racional para reinterpretar y manejar nuestros problemas.
* La autora es Directora del Laboratorio de Neuropsicología de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México.