Las mujeres en Tanzania tienen otra oportunidad de vida con una cirugía
El temperamento tímido, pero alegre de Rukia Shabiby desmiente una existencia cauterizada por el dolor, la vergüenza y el aislamiento.
Las dos terceras partes de sus 39 años las ha pasado en un estado de desesperación. A los 13 años, cuando vivía en Zanzíbar frente a las costas del territorio continental de Tanzania, se casó y quedó embarazada.
Con un cuerpo todavía en desarrollo , Shabiby era incapaz de gestar al niño, el cual nació muerto.
Pero eso fue sólo el comienzo de sus problemas. Durante el prolongado parto, sufrió una fístula obstétrica, que es un desgarre entre el canal de parto y la vejiga o el recto. Eso deja a la mujer, o en este y muchos otros casos, a la niña, con incontinencia.
Sin la cirugía correctiva es casi imposible mantenerse limpia y llevar una vida normal. El olor y la percepción de falta de limpieza a menudo conducen a la estigmatización social , como sucedió con Shabiby.
La peor parte es que Shabiby pensaba que era la única. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estima que más de 2 millones de mujeres viven con la enfermedad en países en desarrollo.
Ahora, 26 años después, Shabiby está lista para un nuevo comienzo.
Escuchó un comercial de radio de un hospital especializado en discapacidades en Tanzania llamado Rehabilitación Basada en la Comunidad Integral, que tiene sede en la capital comercial del país, Dar es Salaam. Allí, ella podría conseguir una operación gratuita para corregir su problema.
“Un informe del Banco Mundial las llamó 'mujeres muertas vivientes'”, dice Tom Vanneste, subdirector del hospital. “Eso muestra lo horrible que es su condición, cómo están completamente avergonzadas y excluidas socialmente. Así que vienen aquí muy deprimidas, muy asustadas, inseguras de cuál será su futuro”.
Después, dice Vanneste, se sienten liberadas: “Después de la cirugía, regresan a casa con su dignidad restaurada, como nuevas damas y madres que pueden volver a salir y tener una vida maravillosa por delante”.
Mientras Shabiby está sentada fuera de la sala de fístula en su último día en el hospital, pacientemente muestra a Eric Ndambiri una habilidad que aprendió mientras estuvo allí: el ganchillo.
Ndambiri es una enfermera registrada que trabaja en la sala de fístula, calmando los temores de las mujeres antes de la cirugía, y preparándolas para el regreso a la sociedad.
Dice que Shabiby, al igual que muchas de las mujeres, se va con una misión: “Cuando se va, ella está pensando que será una buena embajadora para decirle a otras que incluso tú, que sientes que tu condición es incurable, en algún lugar hay un solución a tu problema”.
Muchas de las mujeres en países en desarrollo que padecen fístulas son de zonas rurales pobres.
Incluso si se enteran de que pueden ser curadas, a menudo no tienen los recursos para pagar el boleto de autobús a Dar es Salaam.
Para resolver ese problema, el hospital cuenta con lo que llama “embajadores” para buscar mujeres con fístulas, condenadas al aislamiento.
Cuando encuentran un posible caso, entran en contacto con el hospital para recibir asesoramiento y el pasaje de autobús.
“Cuando estamos seguros de que es una paciente de fístula —dice Vanneste— usamos el sistema de transferencia monetaria a través de teléfono móvil para transferir el dinero para el transporte del embajador, quien, básicamente, recibe un SMS que dice: 'Mira, has recibido 20 dólares del hospital CCBRT'. Él convierte el dinero electrónico en efectivo, recoge el dinero, compra el boleto de autobús para la paciente, ayuda a la paciente a subirse al autobús, y, básicamente, nosotros recogemos a la paciente aquí en la estación de autobuses y la operamos la semana siguiente”.
Durante la rehabilitación de dos a cuatro semanas después de la cirugía, las mujeres y niñas tienen la oportunidad de relacionarse y escuchar las historias de las demás. Muchas de ellas siguen en contacto después de su regreso.
Otras se quedan en Dar es Salaam durante un año, preparándose para ser más autosuficientes cuando regresen a un mundo que les dio la espalda.
Cada año, 18 mujeres que se someten a cirugía de fístula en el hospital son seleccionadas para unirse al Centro de Entrenamiento Mabinti, donde aprenden costura, impresión y fabricación de joyas. También se les enseña a hablar inglés y dirigir una pequeña empresa.
“Cuando llegué aquí, me dije: 'Oh, éste es mi nuevo comienzo. Y tengo que aferrarme a esto para poder reconstruir mi vida de nuevo'”, dice Jane Rugalabamu, una de los alumnas.
No será la única con esa nueva vida. Rugalabamu planea unirse a varias de las mujeres de Mabinti para iniciar un negocio.
Además, Rugalabamu planea difundir la información, asegurándose de que otras mujeres y niñas no pasen años, o a veces décadas, en el aislamiento por una enfermedad que puede curarse con una operación que toma menos de dos horas.
David Lindsay es editor general de Global Health News Frontline .