En las cárceles del DF, el amor se abre paso a través de las cartas
Sólo basta una carta clandestina para desatar el amor entre presos e internas de las prisiones del Distrito Federal. Algunos llegan hasta el matrimonio, aunque sólo se hayan visto un par de veces.
Leonor sale de su celda para buscar un poco de silencio. En el cuarto de menos de seis metros cuadrados en el que vive junto con otras cinco mujeres siempre hay ruido. Necesita encontrar inspiración
Es domingo y es día de carta. Junto a Leonor hay varias reclusas más intentando escribir. Ella es una de las 1,600 mujeres presas en el Reclusorio Femenil de Santa Martha Acatitla, pero con una característica que cada vez se ve más entre las internas de las cárceles del DF: encontró el amor ahí, por carta.
Por correspondencia, conoció a Javier, recluido en el Reclusorio Preventivo Varonil Sur. Es su “hombre”.
El amor no es la única razón que motiva a los reclusos para encontrar destinatarios en los otros penales. Ni siquiera la soledad. Los reclusos y reclusas que purgan condenas por delitos federales, como el narcotráfico, enfrentan día a día el temor de que en la madrugada lleguen los custodios y a empujones les digan que preparen sus cosas: “Has sido trasladado”.
Las mujeres, además, cuentan con otra razón: la mera subsistencia. A ellas sus familiares dejan de visitarlas, en promedio, a los tres meses de haber ingresado a la cárcel.
“Si dos integrantes de la misma familia, digamos hermano y hermana, van a dar a la cárcel, la madre de ambos preferirá, siempre, visitar al varón”, explica Eleuteria Román, especialista del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres).
Es así que en pleno siglo XXI, cuando Facebook y Twitter concentran a más de 600 y 175 millones de usuarios, respectivamente, cuando todos los días se realizan videoconferencias de polo a polo y centenares de gadgets permiten una comunicación en tiempo real, los reclusos y reclusas encuentran en la pluma y el papel el único método para conocerse detrás de las rejas.
Cartero y cupido
Afuera de la cárcel, Camila era extorsionadora. Era la encargada de cobrar los botines de las extorsiones que su marido fraguaba desde el Reclusorio Preventivo Varonil Sur. Hasta que a ella también la apresaron.
Adentro de Santa Martha, Camila es cartera. A ella le gusta más autonombrarse cupido. Fue quien, con ayuda de su esposo Sebastián, encontró destinatario para las cartas –y las ganas– de Leonor.
Las visitas íntimas entre gente de distintos reclusorios son los lunes. Las mujeres –siempre son ellas– dejan los reclusorios femeniles (Santa Martha o Tepepan) por la mañana y son conducidas al centro penitenciario donde se encuentra su pareja. Ahí pasan la noche, en habitaciones de aproximadamente 15 metros cuadrados, amueblados por una cama matrimonial, un buró y el baño, el cual está equipado con regadera, lavamanos y excusado.
El martes por la mañana, Camila y Sebastián se despiden. Antes de irse, Camila le da una carta a Sebastián: "Es para Javier", le dice.
Entregar esas cartas podría ser motivo de castigo. No existe prohibición alguna en el reglamento de los reclusorios, pero es una de esas leyes no escritas: nada de cartas entre los internos.
Leonor y Javier comenzaron su historia a mediados de 2009. Ambos cuentan con celular, pese a estar prohibidos, por lo que pagan una cuota de 500 pesos a la semana –cada uno– a los custodios de sus respectivos penales.
Pese a no verse, en las cartas y en esas llamadas han quedado registradas no sólo el enamoramiento o las fantasías sexuales, sino también las rupturas.
Ambos llevaban sus casos ante jueces del Reclusorio Preventivo Varonil Oriente, así que acordaron ir la misma fecha a revisar sus expedientes. Ese fue el escenario del primer encuentro entre Leonor y Javier; la mala reputación y el olor a orín del lugar quedaron en segundo término. Fue como un reencuentro entre dos viejos conocidos:
“Le prometí que lo primero que haría al verlo sería plantarle un besote”, recuerda Leonor.
“Lo cumplió”, dice Javier, ambos en entrevistas separadas, pero recordando cada detalle como si compartieran una misma memoria. Durante meses las cartas continuaron llegando y las llamadas fueron haciéndose más frecuentes. En julio de 2011, después de haberse visto en persona sólo un par de veces, se convirtieron en esposos.
Después de la cárcel
Leonor y Javier –hasta la última ocasión en que hablamos con ellos– aún mantienen su relación por carta, pues los papeles para que Leonor lo visite en su reclusorio no han sido aprobados.
Mientras tanto, él se protege ante la incertidumbre de no saber si esta historia sólo durará a través de esas palabras escritas y desaparecerá cuando alguno de los dos recupere su libertad.
“Yo voy a estar con ella el tiempo que esto dure. Si salgo yo, antes que ella, la voy a ir a ver, porque yo sé bien lo que es estar encerrado. Pero si Leonor sale antes... pues ya será cuestión de ella. Yo no espero nada”, agrega.
Leonor, desde Santa Martha, se muestra segura de que el amor los acompañará a las calles, como lo hizo adentro. Para ella es algo real, no sólo una fantasía entretejida por el encierro.
Las palabras que ahora significan libertad en sus oídos son beneficio de libertad condicional, en el caso de Javier, y amparo, que está buscando Leonor. Son los procedimientos legales que los dejarían fuera de los barrotes. Ellos confían en que pronto podrán decirse “buenas noches”, pero cara a cara.
Este texto es un fragmento del reportaje Amor tras las rejas, que fue publicado en la revista Chilango de febrero de 2012.