Las parejas del mismo sexo toman el camino largo hacia el altar
Gail Dosik llegó a una fiesta, colgó su abrigo y se enamoró; 26 años después, por fin pudo casarse legalmente con la hermosa desconocida que conoció aquella noche.
Desde entonces, han pasado muchísimas cosas.
Seis meses después de haberse conocido, Dosik y Jackie Stevens celebraron su compromiso, una empresa radical tratándose de la década de 1980. La pareja pronunció sus votos, firmó un documento que encontraron en una guía legal para personas del mismo sexo y celebraron su unión ante familiares y amigos. Para ellas era muy significativo, pero para la ley no significaba absolutamente nada.
Un noviazgo de medio año podría parecer corto, pero si Dosik y Stevens hubieran sido una pareja heterosexual, habrían podido casarse el día que se conocieron. Se vieron obligadas a esperar a que las uniones del mismo sexo recibieran reconocimiento para poder casarse oficialmente, cosa que hicieron un cuarto de siglo después en el ayuntamiento de Fairfield, Connecticut.
Los baby boomers homosexuales como Dosik, quien tiene 59 años, han vivido la mayor parte de sus vidas sin que haya señales de que se reconozca legalmente su matrimonio. Mientras algunos de ellos aspiran a ganar el derecho de consolidar sus uniones oficialmente, otros se han adherido con recelo a la institución después de una vida de ambivalencia o de total rechazo a la idea.
Aunque no todos los integrantes de una pareja del mismo sexo quieren casarse, algunos se dan cuenta de que quieren hacerlo cuando la posibilidad se vuelve una realidad. Las votaciones y las reformas constitucionales a nivel nacional han puesto a prueba las convicciones de muchas parejas homosexuales sobre el matrimonio.
En 1996, el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, promulgó la Ley para la Defensa del Matrimonio, en el que se prohibía que los matrimonios del mismo sexo recibieran reconocimiento federal y se definía al matrimonio como "una unión legal entre un hombre y una mujer como esposo y esposa". Aunque cada estado puede determinar la legalidad de las uniones del mismo sexo, no se reconocen a nivel federal ni en muchos otros estados.
Sin tener la opción del matrimonio, las personas del mismo sexo que están en relaciones duraderas y comprometidas se ven abandonadas a su suerte cuando negocian la obtención del estatus fiscal conjunto, prestaciones de supervivencia en la Seguridad Social, derecho a visitas en hospitales y beneficios de inmigración y seguros.
En 1999 ocurrió un cambio radical cuando la Suprema Corte de Vermont declaró que las parejas gay deberían tener los mismos derechos que las parejas heterosexuales. En 2003, la Suprema Corte de Massachusetts determinó que la prohibición a los matrimonios del mismo sexo era anticonstitucional y empezó a celebrar matrimonios entre personas del mismo sexo en mayo de 2004.
Mientras tanto, las brasas de la esperanza en la igualdad del matrimonio se extinguieron casi tan rápido como se encendieron: en febrero de 2004 el Condado de Sandoval, en Nuevo México, emitió 26 autorizaciones de matrimonio para parejas del mismo sexo que el fiscal general del estado anuló ese mismo día.
En San Francisco, casi 4,000 parejas del mismo sexo obtuvieron la autorización para contraer matrimonio hasta que la Suprema Corte de California ordenó que se dejaran de emitir y el alcalde de New Paltz, en el estado de Nueva York, recibió una orden de cese permanente tras casar a una docena de parejas del mismo sexo. En febrero de ese año, el presidente George W. Bush anunció que apoyaría una reforma federal a la Constitución con la que se prohibiría el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Mientras que en los tribunales de todo el país se libraba una guerra, en el frente doméstico las cosas seguían como siempre. Las parejas amorosas, que durante décadas se habían llamado "marido" y "mujer", llevaban a los niños a la escuela, iban a trabajar, pagaban sus impuestos y soñaban con el día en el que, en palabras del chef Bill Smith, dejen de "decirme por escrito que soy un ciudadano de segunda".
Smith, de 64 años, dijo que al igual que a muchos hombres gay de su generación, el matrimonio siempre le ha provocado indiferencia.
Como resultado, siempre ha pensado que el que dos homosexuales vivan juntos es tanto un acto político como romántico. Eso fue hasta 2012, cuando el estado en el que vive, Carolina del Norte, hizo un referendo sobre una reforma constitucional en el que se prohibían específicamente las uniones del mismo sexo y se definía al matrimonio entre un hombre y una mujer como la única unión doméstica válida en el estado a pesar de que nunca se habían reconocido las uniones del mismo sexo.
Smith consideró que la votación organizada por Carolina del Norte era un acto hostil en contra de gente amorosa y dijo: "Me he dado cuenta de que aunque estoy absolutamente en paz conmigo mismo, los demás no lo están".
Para desilusión de Smith, la propuesta sometida a votación fue aprobada, pero conserva la esperanza de que se dé marcha atrás.
"En verdad estoy esperando que, tarde o temprano, la Suprema Corte deseche todas esas leyes bajo el argumento de la protección equitativa de la ley", dijo.
Stephen Lyles, de 58 años, se vio llamado a actuar gracias a un grito de guerra de una sola palabra: "Cónyuge". Lyles nunca se ha identificado particularmente con la cultura gay ("No creo en la segregación", dijo) y se consideraba sumamente afortunado de haber encontrado a su pareja, el fotógrafo de golf Leonard Kamsler, en 1978, antes de que la crisis del sida acabara con tantas personas de su generación.
Se mudaron a Nueva York y siguieron con su vida juntos; se casaron discretamente en 2011 luego de que el estado lo permitiera.
"Creo que solo le dije a Leonard: 'Quiero una boda' y él dijo: 'Muy bien', aunque para él no era muy importante".
Para Lyles, el poder de un lazo legal se hizo patente el año pasado, cuando Kamsler, de 78 años, fue internado a causa de algunos problemas de salud menores. Lyles descubrió que poder invocar legalmente la palabra "cónyuge" en todas las formas posibles lo empoderaba profundamente y eso provocó que por primera vez en su vida defendiera activamente la igualdad del matrimonio.
Kamsler "no es mi novio, mi compañero de casa, ni mi amante: es mi cónyuge", dijo Lyles. El que el personal del hospital lo considerara algo normal fue muy importante para él. También le dio esperanzas el que sus dos hermanos le llamaran para decirle lo mucho que querían a Leonard, su "cuñado".
"Su situación quedó clara", dijo Lyles. "El lenguaje tiene poder y por primera vez pensé que nadie podría atreverse a negarlo ante mí o ante nadie".
El que Lyles se haya sentido aliviado por el trato que recibió en el hospital nace de una dolorosa realidad para los baby boomers homosexuales. Como dice Creig Seligman, el espectro del "gran enfermero" que impide el acceso a un ser querido enfermo acecha a una población que envejece y que ha visto a sus amigos, colegas y amantes diezmados a causa de la epidemia del sida. Sin un estatus legalmente reconocido, la gente se veía obligada a mirar indefensa mientras el cuidado de su pareja quedaba en manos de los familiares y agencias gubernamentales que no reconocían su lazo.
"Cuando era más joven y radical, sentía que el matrimonio era una institución heterosexual opresora y que ninguna persona gay decente querría casarse", dijo el esposo de Sligman, Silvano Nova , un diseñador de accesorios.
La pareja se conoció cuando trabajaban para la revista Mother Jones en San Francisco y han estado juntos por casi 30 años. Formalizaron su unión en Connecticut en su 25º aniversario con una ceremonia que ofició el primo de Seligman, un juez de paz.
"Ciertamente teníamos sentimientos encontrados, ya que sentíamos que siempre habíamos estado casados en el mejor sentido de la palabra", dijo Nova. Ambos gozan de reconocimiento como pareja doméstica ante el estado de Nueva York desde 1994.
"Para nosotros era importante la cuestión de la protección legal", dijo Nova y agregó que ese era otro factor que influyó. "Fue divertido pensar en poder estar casados legalmente y decirlo. Tenemos amigos heterosexuales que se han casado después de mucho tiempo por las mismas razones".
El reportero investigador y escritor Steve Silberman dijo que espera que el matrimonio de personas del mismo sexo se vuelva simplemente "matrimonio", que la gente que se ha resistido a la idea se dé cuenta de que no hay una diferencia fundamental.
"A nosotros (los baby boomers) nos criaron con los mismos valores tradicionales y la mayoría de nosotros básicamente queremos una relación estable y duradera. Nos criaron con el concepto de 'felices para siempre'", dijo. "Esto es un servicio público, ¿cómo puedes pelear una guerra contra la felicidad?".
E.J. Graff, periodista y autor de What Is Marriage For?: The Strange Social History of Our Most Intimate Institution (¿Para qué sirve el matrimonio? La extraña historia social de nuestra institución más íntima), cree que la visibilidad tiene el poder de normalizar el matrimonio de personas del mismo sexo ante el público en general.
"Hace 20 años, la gente pensaba que éramos unos fiesteros descarriados porque (el desfile del Orgullo Gay) era la única ocasión en todo el año en la que nos veían. Ahora somos muy visibles como personas ordinarias, de las que podan su césped y pertenecen a la Asociación de Padres y Maestros. La gente nos mira y dice que nada ha cambiado, solo que la gente es más feliz".
La felicidad era solo uno de los muchos sentimientos que Dosik y Stevens sintieron cuando pronunciaron sus largamente postergados votos. Tan pronto como la oficiante sacó sus notas para empezar la ceremonia, Dosik rompió en sollozos. Stevens, quien nunca llora, también quedó pasmado.
"Un gobierno estatal nos estaba reconociendo como pareja y nos estaba dando validez", dijo Dosik. "Lloré durante todo el tiempo que la oficiante leyó y me las arreglé para pronunciar mis votos y decir: 'Acepto'. Nos declararon como 'casadas', nos besamos y reímos, lloramos y suspiramos aliviados".
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