La edad de oro de los viajes, un nuevo libro que es una travesía al pasado
En una mañana de septiembre de 1830, una multitud de gente se reunió en las ciudades inglesas de Liverpool y Manchester para presenciar una proeza de la modernidad. Nobles, obreros y políticos atestiguaron la inauguración del Ferrocarril de Liverpool y Manchester, la primera vía férrea en el globo cuyos vagones no eran movidos por caballos.
Casi cien años después, Charles Lindbergh realizó el primer vuelo sin escalas entre América del Norte y Europa continental, cuando descendió de su monoplano los parisinos coreaban "Vive l'Americain!"
Era 1927, y después de un siglo de nuevas tecnologías, guerra y comercio masivo recién globalizado, los viajes se habían transformado.
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Ese período entre esas dos hazañas extraordinarias es el foco del nuevo libro de Marc Walter y Sabine Arqué de la editorial Taschen, The Grand Tour: The Golden Age of Travel (La edad de oro de los viajes).
La escritura de Arqué acompaña las reproducciones de la extensa colección de imágenes de viajes antiguos de Walter.
Símbolos de un mundo cambiante
"En el transcurso de cien años, tanto las condiciones como el propio concepto de viaje se transformaron progresiva y permanentemente", escribe Arqué.
Para el viajero moderno, la colección de postales, fotografías y material impreso del libro está llena de nostalgia romántica.
Las postales antiguas muestran las calles de Nueva York en tonos rosados y los carteles publicitarios anuncian elegantes cruceros. A bordo del Expreso de Oriente reluce el cristal de los comedores, mientras que los viajeros en trajes de época suben las pirámides o la cumbre del Monte Vesubio.
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Según Arqué, los viajeros contemporáneos habrían visto esas imágenes como emblemas de un mundo cambiante.
"Hoy parece bastante romántico y anacrónico", dice Arqué por teléfono desde su estudio de París, "pero las imágenes de la época se centraron en lo que era moderno en ese momento: los ferrocarriles, los primeros automóviles, todas esas invenciones".
Un siglo de tecnología
Entre 1830 y 1930, el mundo vio un estallido de innovación tecnológica.
En 1900, tres años antes de que los hermanos Wright surcaran el cielo de Kitty Hawk, el dirigible Zeppelin LZ1 despegó sobre el lago Constanza, Alemania, haciendo realidad la fantástica posibilidad de viajar en avión.
Una postal de 1905 en The Grand Tour muestra el talento alemán antes de la guerra y el encuentro de dos tecnologías: al fondo un Zeppelin flota sobre el centro histórico de un pueblo frente al lago, mientras en primer plano vemos un humeante bote propulsado por carbón.
Después de que el Ferrocarril de Liverpool y Manchester abriera al público en 1830, un frenesí de líneas ferroviarias tomó la tundra de Siberia, las montañas del oeste estadounidense y los elegantes centros turísticos de la Riviera francesa.
Aunque los viajes masivos abrieron el mundo a una parte de la clase media, muchos viajes combinaban la velocidad de vanguardia con la opulencia que solo los ricos podían pagar. El Expreso de Oriente de 1883, que unía París con Constantinopla (hoy Estambul), convirtió un viaje agotador a través de Europa en una experiencia opulenta.
En una de las fotografías en blanco y negro del libro, las mesas del comedor del Expreso de Oriente están cubiertas con manteles y claveles, mientras que un menú de cena escrito a mano en 1884 nos habla de un festín que comienza con perles du Japon o tapioca, y concluye con una crema de chocolate.
La madera incrustada resplandece dentro de los compartimentos de lujo, que también contaban con calefacción central y agua caliente, más de medio siglo antes de que la mayoría de los hogares estadounidenses disfrutaran de las mismas comodidades.
La carrera de los transatlánticos
Mientras los trenes circulaban en seis continentes, los transatlánticos competían por el prestigioso Blue Riband, un trofeo otorgado al trayecto transatlántico más rápido.
En 1938, el SS Great Western, entonces el mayor barco de pasajeros del mundo, hizo el viaje de Bristol a Nueva York en casi 15 días, superando el récord anterior de 18 días establecido por SS Sirius el día anterior.
Al final del libro de Walter y Arqué, el trayecto había bajado a cuatro días y 17 horas. Mucho antes de que el RMS Titanic de última generación se hundiera en el Atlántico Norte, las naves luchaban por recorridos cada vez más rápidos, a veces viajando a velocidades que ponían en peligro el confort y la seguridad de los pasajeros.
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"Los ganadores del Blue Riband", escribe Arqué, "tomaron grandes riesgos para llevarse el premio, que suponía una valiosa publicidad".
Cada cruce transatlántico en tiempo récord era una hazaña de audacia y tecnología, con todo, las imágenes en el libro muestran las elegantes cabinas de los barcos.
Una serie de fotografías nos dejan ver la opulencia del SS Kronprinzessin Cecilie, donde el comedor de primera clase luce un techo de cristal y una habitación está decorada con columnas jónicas y sillones afelpados.
El alojamiento de lujo, por supuesto, no era la norma. Arqué señala que a pesar de las imágenes ostentosas que aparecían en los anuncios de la época, transportar a la clase trabajadora era un negocio aún más rentable.
Ella escribe que “las compañías navieras... obtuvieron sus ganancias abarrotando pasajeros de tercera clase, es decir, inmigrantes, en la bodega”, donde las condiciones solían ser deprimentes.
Un vistazo a lo exótico
A medida que los viajeros llegaban a cada rincón del planeta, la popularización de la fotografía cambió la forma en que recordaban sus viajes.
"La fotografía se volvió comercial porque los viajeros no tenían cámaras", dice Marc Walter. "Así que el negocio de la fotografía comenzó en los años de 1860 y 70".
"Los fotógrafos se instalaban en lugares muy turísticos, como Venecia o Jerusalén, y vendían series de impresiones, impresiones fotográficas y álbumes. Los turistas pedían un álbum de su viaje o compraban fotografías mientras viajaban y las ponían en un álbum en casa".
En The Grand Tour, las imágenes de la colección de Walter recopiladas durante más de 40 años incluyen retratos de turistas tomados por fotógrafos que montaban su estudio en cada destino.
En la cima del Monte Vesubio en Italia, los turistas vestidos según la época victoriana posan con sombrillas, mientras uno es transportado en una litera por cuatro hombres. Viajeros con elegantes sombreros posan sobre camellos y burros ante la Esfinge y la Gran Pirámide de Giza en Egipto.
Estas no fueron las primeras imágenes para fanfarronear de vacaciones de vuelta en casa, los aristócratas del siglo XVIII solían pagar a artistas para que los pintaran con las ruinas griegas y romanas como telón de fondo. Y aunque muchas de estas fotografías solo podían permitírselas los viajeros adinerados, el mundo de la impresión de postales y fotografías se convirtió en una primera visión del mundo para muchas otras personas.
"En Nueva York había muchas agencias que vendían imágenes de Estados Unidos, de Europa y colecciones de arte", explica Walter. "Era una invitación a viajar, pero las personas que compraron estas reproducciones no viajaban necesariamente".
Después de que un inventor suizo creó el proceso del fotocromo para crear fotografías en color, la tecnología viajó rápidamente a Estados Unidos.
"Cuando los suizos tuvieron la idea de implementar estas primeras postales en Estados Unidos", cuenta, "también tuvieron la idea de fotografiar todos los grandes paisajes estadounidenses para que las personas que no tenían oportunidad de viajar pudieran comprarlas".
Desató una moda. Después de que el Congreso de Estados Unidos aprobara la Ley de Tarjetas Postales Privadas en 1898, los estadounidenses aprovecharon la oportunidad de enviarse tarjetas postales similares a las de The Grand Tour.
"Tenían los lugares más turísticos, como el Gran Cañón y el Niágara, los lugares inevitables, pero también había un enfoque más documental", dice Walter. "Las postales se reunieron en pequeños folletos e incluso se distribuyeron en escuelas de Estados Unidos".
Viajes clásicos
En el libro The Grand Tour, seis capítulos evocan viajes a seis regiones del mundo, desde la ruta norte a través de Europa hasta la larga y aventurera travesía a Australia.
Los fotocromos, con esas tonalidades que hoy asociamos a los filtros de Instagram, nos recuerdan que los viajeros de hoy se sienten atraídos por los mismos lugares que encantaron a sus predecesores del siglo XIX.
Las formaciones rocosas de Half Dome y El Capitan tienen un tono cálido en las primeras imágenes de Yosemite. Vemos a turistas alimentar palomas en la Plaza de San Marcos en Venecia, y parejas sonrientes posan en la base de las enormes columnas del Partenón.
Otras reproducciones, sin embargo, muestran un mundo que ha sido transformado por algo más que la cambiante tecnología. En imágenes de África, los viajeros vestidos con trajes y vestidos blancos son transportados en literas y carritos en un momento en que gran parte del continente todavía estaba oprimido por el dominio colonial.
Aleppo, alguna vez considerada una de las ciudades más bellas del mundo, tenía hoteles elegantes, mientras que los visitantes de la capital siria de Damasco paseaban por hermosos jardines y plazas a lo largo del río Barada.
Y al igual que algunos de los lugares representados en los primeros fotocromos, el viaje ha cambiado para siempre.
La Ruta 66
La Ruta 66 se completó en 1926, una cinta de pavimento a través del territorio estadounidense que marcó la siguiente era de los viajes por carretera. Unos 20 años después, Jack Kerouac emprendió una serie de travesías que inspiraron On the Road (En el camino), un libro que definiría los viajes de espíritu libre para las generaciones venideras.
"Sabía que, a lo largo del camino, habría chicas, visiones, de todo; que, en algún punto del camino, pondrían la perla en mis manos", escribió Kerouac.
En la introducción a The Grand Tour, Arqué cita las palabras de Kerouac junto a las del escritor francés Alexandre Dumas, destacando la brillante independencia que ambos encontraron en un largo viaje, incluso cuando escribieron con más de un siglo de diferencia.
"Viajar es vivir en todo el sentido de la palabra", escribió Dumas, "respirar el aire libre, sentir la alegría de vivir, convertirse en parte integral de la creación".
Es un mensaje que Arqué invita a tomar en serio. "La edad de oro del viaje ha terminado", escribe, "pero el espíritu del viaje sigue vivo".