Los escoltas de Kennedy recuerdan cómo fue el asesinato, hace 47 años
Luego de evadirse del centro de atención por casi medio siglo, muchos de los ex agentes del Servicio Secreto que custodiaban a John F. Kennedy dan su testimonio sobre lo que ocurrió un lunes como hoy hace 47 años.
Cuando el primer disparo alcanzó al presidente, el ex agente Clint Hill dice: “Vi que apretaba su garganta y se reclinaba a la izquierda. Así que salté y corrí”. Hill es el hombre que se ve correr hacia la limusina en la famosa filmación del tiroteo capturada por un testigo presencial llamado Abraham Sapruder.
Hill saltó al interior del vehículo presidencial en un desesperado intento de proteger al presidente.
“Justo antes de llegar al auto, el tercer disparo le alcanzó la cabeza”, dice Hill. “Fue demasiado tarde”.
La primera dama, Jackie Kennedy, había trepado hacia la parte trasera del auto pero Hill la regresó a su asiento y los cubrió a los dos en caso de que hubieran nuevos disparos en el momento en que el auto aceleró con rumbo al hospital.
Con la cabeza del presidente reposando en su regazo, Jackie dijo: “Ay, Jack, que te han hecho?”, dice Hill que dijo la primera dama.
Un recuento con nuevas revelaciones del asesinato se hace en el libro La escolta de Keneddy, del ex agente Jerry Blaine, escrito a cuatro manos con la periodista Lisa McCubi, y basado en entrevistas con muchos de los ex agentes que protegían a Kennedy.
El ex agente Hill, que casi nunca ha dado entrevistas sobre el atentado, redactó un prefacio para el libro.
Blaine y Hill dicen que siguen apesadumbrados porque no pudieron mantener a salvo al presidente ese día en Texas.
“No podíamos hacer nada, pero para nosotros es como si hubiéramos fallado”, dice Blaine. “Es un terrible sentimiento”.
A Hill le reconocieron la valentía que demostró durante el tiroteo pero, dice, se refugió por años en su sótano, bebiendo y fumando y sintiéndose culpable de no haber podido alcanzar la limusina a tiempo para recibir un balazo destinado al presidente.
“Sentía que era algo que yo debía haber hecho”, dice. “Ser más rápido, reaccionar más pronto, llegar en instantes previos pudo haber cambiado lo que pasó”.
Hill tuvo pesadillas y, en ese tiempo, la terapia postraumática no esa una práctica común. Sólo se pudo recuperar con el paso del tiempo y repitiéndose a sí mismo que había hecho su mejor esfuerzo. “Tengo que aceptarlo y vivir con ello, de la mejor forma posible”, dice.
Días antes del crimen, escribió Blaine, Kennedy se quejó por la presencia tan cercana de su equipo de seguridad. Durante una caravana en Tampa, Florida, les pidió no viajar con él en su limusina.
“Pídele a los charlatanes elitistas que se trepen al coche de atrás”, le dijo Kennedy a uno de los agentes. “Se aproxima una elección y el punto es que tengo que estar cerca y abierto a la gente”.
Hill y Blaine desechan la idea de que las órdenes de Kennedy en Tampa pusieron en riesgo su seguridad en Dallas. Fotografías de la caravana de autos demuestran que, a pesar de la instrucción presidencial, Hill viajaba en la parte trasera del auto durante una buena parte de la ruta.
Pero cuando la caravana llegó a la calle donde ocurrió el asesinato los agentes no podían treparse a la defensa de la limusina, dice Blaine.
“Estábamos a punto de dirigirnos a una vía rápida, donde la velocidad es de entre 91 y 112 kilómetros por hora, por lo que de todos modos no hubieran habido agentes ahí”.
Algunos de los agentes ven en el libro una oportunidad de superar algunas de las teorías de la conspiración de quienes nunca aceptaron que Lee Harvey Oswald hubiese sido un asesino solitario.
“No hay duda de que él era el asesino”, dice Hill. “Yo estuve ahí. Yo sé lo que pasó”.
Blaine dice por primera vez que el mismo día en que Kennedy murió, Lyndon B. Johnson, el presidente que lo reemplazó, casi recibe un disparo también, por accidente. A unas horas de que Johnson juramentó a bordo del Air Force One, el avión presidencial, Blaine resguardaba su casa, acumulando 40 horas sin dormir.
“Eran las 2:15 de la madrugada en The Elms, la residencia de Johnson antes de asumir la presidencia. De pronto, escuché que alguien se acercaba”, dice Blaine. Apuntó con su pistola y puso su dedo en el gatillo, pero entonces vio que se trataba de Johnson.
“Se puso blanco, luego dio la vuelta y siguió caminando y esa fue la última vez que lo vi”, dice el ex agente.