El secreto del cirujano que operó un corazón en medio del sismo
El doctor David Arellano pensó que no podía ser cierto que lo sacudiera un fuerte sismo en el aniversario del sismo que devastó la Ciudad de México en 1985. Lo que no pensó fue en salir corriendo, pues estaba realizando una cirugía a corazón abierto a un recién nacido.
Arellano vio desde el quirófano la nube de polvo que dejó un edificio derrumbado por el sismo del 19 de septiembre de este año, e hizo lo que había hecho el 7 de septiembre, cuando otro sismo lo sorprendió en una cirugía a una niña de nueve años: controlar el miedo y enfocarse en la operación.
Cuando golpeó el sismo, los doctores que lo acompañaban en el quirófano miraron hacia varios lados y rápidamente sostuvieron su equipo.
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"El movimiento fue muy brusco, fue muy intenso, tuvimos que de plano sostener el equipamiento que tenemos dentro del quirófano", dice el médico de 57 años a la AFP.
Ajenos al caos que se vivía en la ciudad por el sismo que dejó 369 muertos en México, el doctor Arellano y su equipo estaban concentrados en mantener operando una máquina que bombea sangre a todo el cuerpo del paciente en sustitución del corazón y que es vital en ese tipo de cirugías.
"Si uno cae en el ambiente del pánico probablemente haga tonterías y lo que nos ayudó fue saber que teníamos nuevamente una enferma conectada a una máquina", dice el doctor en su oficina del Centro Médico La Raza, un hospital que atiende a cerca de 2,000 pacientes y que solo tuvo daños superficiales en el sismo.
El médico relata que su trabajo y la concentración que requiere le ayudó a ignorar el sismo. "Si alguien se va o alguien hace tonterías, se acabó", agrega con el tono de voz de quien está ya acostumbrado a la posibilidad de que un sismo golpee la ciudad en medio de una de las siete u ocho cirugías que realiza por semana.
Por protocolo del hospital, en un sismo las personas en los primeros dos pisos evacúan a la calle y del tercer piso hacia arriba la gente se ubica en zonas de resguardo para después salir.
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nullPara los quirófanos en el séptimo piso, en donde estaban Arellano y su equipo, es otra historia, pues no hay forma de detener las operaciones a corazón abierto.
"Esos enfermos, con o sin temblor, dependen de la circulación extracorpórea (con la máquina) para mantenerse con vida, y que funcione esa máquina depende del personal que está ahí", dice el médico.
Cuando pasó el sismo, lo más importante era hablar con los padres del recién nacido y tranquilizarlos, al igual que con los padres de la menor de nueve años.
Sin saber nada de ella
Durante el sismo de 8.2 grados del 7 de septiembre, a Ricardo Garduño solo le importaba saber que su hija estaba bien.
"Primero teníamos el nervio de la cirugía porque ya llevaban cinco horas y nadie nos había dado alguna noticia. Sí se sintió muy fuerte el sismo pero lo que más me ponía nervioso era no saber nada de ella", dice Garduño, de 34 años, sin poder esconder la sonrisa que hoy le provoca saber que su hija pronto será dada de alta.
Garduño cuenta que lo primero que le dijo el doctor Arellano fue "salió bien", lo que le tranquilizó.
"El hecho de que ellos mantuvieran la calma, el profesionalismo, para mí es algo muy admirable", dice a la AFP.
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La madre del recién nacido que estaba siendo operado resaltó también la paciencia de los médicos. "Ellos siguieron operando, no salieron en ningún momento", dijo en declaraciones a la prensa local.
El recién nacido salió bien librado de la operación, aunque su recuperación será todavía lenta porque padece defectos congénitos complejos en el corazón.
Controlar el pánico
El control que mantuvo el médico en la operación viene desde el 19 de septiembre de 1985, cuando un poderoso sismo devastó la capital y dejó cerca de 10,000 muertos.
En ese momento, era residente del Hospital General de México, un edificio que sufrió derrumbes que mataron a decenas de personas, entre ellas, varios de sus compañeros.
"Lo que yo aprendí en esa ocasión fue a controlar el pánico porque puede matarte o lesionarte seriamente", dice Arellano.
Cuenta que ese día estaba en un área anexa al edificio que se derrumbó y que para salir a la calle tenía que pasar por el vestíbulo principal. Por salir más lentamente se rezagó, mientras que sus compañeros que salieron corriendo fueron alcanzados por el derrumbe de la estructura.
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"Muchos de mis colegas probablemente hubiesen podido salir si no se hubiesen dejado llevar por ese pánico", concluye.