OPINIÓN: Putin y Trump lidian con las limitantes consecuencias de sus errores
Nota del editor: Edward Lucas es un editor senior de The Economist y fue jefe de redacción en Moscú de 1998 a 2002 para ese mismo medio. También es vicepresidente del Center for European Policy Analysis, un grupo de expertos en Washington. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.
(CNN) – Tenemos que hablar. Tanto Estados Unidos como Rusia pueden estar de acuerdo en eso. Y la oportunidad de la cumbre del G20 en Hamburgo este fin de semana es ideal. Da pie para cualquier cosa, desde una reunión formal hasta un encuentro informal en el que ambas partes inviertan capital político mínimo. Pero no nos hagamos ilusiones.
En un mundo racional, la agenda de los dos líderes estaría repleta de problemas por solucionar. Las fuerzas estadounidenses y rusas, y sus representantes locales, están peligrosamente cerca de chocar en Siria. Los incidentes se han vuelto casi rutinarios en el Mar Báltico. El ejercicio militar ruso, Zapad-17, programado para septiembre, está causando nerviosismo en los estados fronterizos de Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, miembros de la OTAN.
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El sistema de control de armas legado al mundo al término de la antigua Guerra Fría está en ruinas. La guerra en Ucrania sigue, en medio de una diplomacia en punto muerto. Sumemos sanciones, guerras de espionaje y desacuerdos sobre el Ártico, y tenemos suficiente material para una batería de cumbres, no sólo una reunión.
Aunque el secretario de Estado Rex Tillerson se ha reunido con el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, e incluso con el propio Vladimir Putin, el desafortunado encuentro de Donald Trump con Lavrov en la Oficina Oval en mayo provocó controversia tanto por su excesivo secretismo (ningún medio estadounidense pudo estar presente) como por la excesiva indiscresión (Trump habló frívolamente sobre la inteligencia secreta proporcionada por Israel).
En un mundo racional, Rusia sería la que haría concesiones. La bravuconería y la firmeza del Kremlin son engañosas: la economía de Rusia (que en 2105 llegó a 1.36 billones de dólares, más o menos la mitad del tamaño de la economía de California) apenas está comenzando a salir de una recesión, derivada en parte de las sanciones de Occidente.
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Los bajos precios del petróleo han retrasado los ambiciosos planes de Putin de modernizar la milicia. La diplomacia es grande en apariencia, pero débil en sustancia. Mientras China sube, Rusia cae.
La principal razón por la que Rusia está en condiciones de negociar con Trump es que Estados Unidos ha despilfarrado en seis meses su prestigio mundial de una manera casi inédita en la historia moderna.
Como muestra la última encuesta de Pew Research, en el mundo hay más personas que confían en Putin que en Trump. Cuando el líder estadounidense se reúna con sus homólogos del G20, lo tratarán con recelosa lástima, junto con la británica Theresa May, que representa a otro país que se está lanzando por un despeñadero geopolítico.
nullLos temores no son porque se espere una estrategia mala. Pocos esperan que Trump realice un "gran pacto" con el líder ruso, que intercambie la seguridad europea a cambio de apoyo contra el terrorismo y por concesiones en el comercio y la inversión. Los aliados de Estados Unidos ahora consideran que el sello distintivo de la presidencia de Trump es la parálisis y la contradicción.
Hay mucho margen para las malas decisiones, pero muchas de ellas serán ineficaces.
Mientras tanto, otros países e instituciones hacen su trabajo. El Congreso estadounidense encabeza la consolidación de las sanciones contra Rusia. El Senado aprobó ya sanciones y envió el proyecto de ley a la Cámara para una votación final.
La industria energética de Estados Unidos está mellando el filo del arma energética del Kremlin en Europa del Este: Trump visitará Polonia antes de que comience la cumbre del G20, a invitación del presidente polaco. La visita coincide con la reciente llegada del primer buque cisterna que transporta gas natural licuado estadounidense a ese rincón de Europa.
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Y aunque es probable que el presidente Trump elogie la liberalización de las exportaciones estadounidenses de petróleo y gas natural como un enorme acierto, tal vez no diga que son efecto de las políticas implementadas por la administración anterior. De cualquier forma sus anfitriones polacos conservadores y nacionalistas lo aclamarán. Nadie se dará cuenta.
Mientras tanto, los intentos de Rusia por dividir y dominar Europa han fracasado. La supuesta intromisión en las elecciones francesas le salió contraproducente. El gobierno y la presidencia de Emmanuel Macron han adoptado una línea dura con Rusia que Francia no había visto en muchos años.
Cuando Angela Merkel sea reelegida en Alemania este otoño, fortalecida en su cuarto mandato por lo que parece una victoria electoral inevitable, el Kremlin será un gran objetivo. Ella y Macron comparten las mismas ideas sobre Rusia (y en muchos temas más). Las cabezas de puente de Rusia -Hungría, Grecia, Bulgaria- parecen insignificantes comparadas con este nuevo eje franco-alemán .
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Los intentos de Rusia de intimidar a sus vecinos también han salido mal. Suecia y Finlandia, que no pertenecen a la OTAN, están reforzando sus defensas y aumentando rápidamente su cooperación militar regional. La propia OTAN ha desplegado fuerzas en los países de primera línea: insuficientes para resistir un ataque ruso a gran escala, pero suficientes para disuadir al Kremlin de una apropiación de tierras rápida e indolora.
Este es el panorama militar europeo más desfavorable para Rusia desde 1991, cuando se derrumbó la Unión Soviética.
La falta de liderazgo estadounidense, en resumen, es lamentable, pero no letal. El resto de Occidente está aprendiendo a salir avante. Rusia, como de costumbre, jugó un brillante juego táctico mientras marchaba hacia un callejón estratégico sin salida.
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Tal vez el ejemplo más claro de esto es el efecto de la intromisión rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses del año pasado. Dejando de lado si fue decisiva, y si el propósito real era elegir a Trump (en mi opinión, el plan era perjudicar a Hillary Clinton y sembrar la discordia y el rencor). El resultado ha sido proyectar un implacable reflector sobre la política de Trump con Rusia. Cada uno de sus pasos será seguido con atención.
Si Trump intenta hacer concesiones, será ferozmente atacado. Si se implica en negociaciones diplomáticas, por muy superficiales que éstas sean, los aliados lo acusarán de traición. Si no hace nada, socava sus autoproclamadas capacidades de negociador. Lo más probable es que entre en la reunión sin preparación alguna, con resultados previsiblemente caóticos.
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Estos calvarios de la política exterior trumpiana acaso diviertan, pero en la práctica no son útiles para el Kremlin. La debilidad estadounidense ha creado efectivamente vacíos, en Oriente Medio, en Asia Oriental, en América Latina y en África. Pero la historia hasta ahora es que estas no son oportunidades que Rusia pueda aprovechar.
La reunión de Trump y Putin será seguida muy de cerca y generará un montón de reportajes entretenidos (¿Cómo manejarán el apretón de manos? ¿Tuiteará Trump al respecto? ) Pero más allá del espectáculo, ambos líderes están lidiando con las limitantes consecuencias de sus propios errores.
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