En 1950, un profesor de la Universidad de Cornell, Clive McCay, estudió los efectos de sumergir un diente en refresco Coca-Cola.
El experimento se enfocó en la alta concentración de ácido fosfórico de la bebida y encontró que el diente se volvía más áspero debido a al daño en el esmalte.
Esto logró que, más adelante, la empresa redujera la cantidad de ácido fosfórico en su refresco.
La propia marca, incluso, admite que alimentos y bebidas ácidas con altas dosis de azúcar, pueden generar caries y erosionar los dientes si se consumen con frecuencia.
No obstante, la investigación de McCay fue distorsionada y convertida en un mito urbano que afirma que el diente se disolvía por completo, lo cual no es verdad.
Esto representó uno de los primeros capítulos de lo que más tarde se denominaría la Guerra de las colas, la rivalidad entre Coca-Cola y Pepsi que ha continuado por décadas.
Pero, ¿qué hay de cierto sobre aquella creencia de que un diente puede desaparecer por completo entre refresco, de un día para otro?