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'El baño sangriento', una auténtica batalla del waterpolo olímpico

La revolución húngara contra la URSS se mudó a la alberca de Melbourne en 1956, en uno de los episodios más icónicos del deporte olímpico
lun 05 marzo 2012 02:13 PM
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"Trata de imaginar la situación", dice Dezso Gyarmati, capitán del equipo olímpico de waterpolo de Hungría en 1956.

"Una superpotencia destruye con armas y tanques tu país, un país que nunca ha pedido que ese poder este ahí, y después de que la revolución es aplastada tienes que enfrentar a los representantes de esa potencia", asegura.

La Revolución Húngara de 1956 estuvo en medio de uno de los más famosas contiendas en la historia de las Olimpiadas, donde la sangre que se derramaba en la arena deportiva simbolizaba la sangre de la lucha de una nación contra un opresor brutal, la ex Unión Soviética.

Los acontecimientos de los Juegos de Melbourne en diciembre de ese año fueron conocidos como el Baño Sangriento, pero cuando el equipo de waterpolo de Hungría arribó a Australia a principios de noviembre de ese año, la demanda de libertad todavía cimbraba las calles de Budapest.

Protestas masivas y peleas que empezaron el 23 de octubre habían terminado después de que se ordenó el cese al fuego, y las fuerzas armadas soviéticas comenzaron su retirada.

Gyarmati había participado en la protesta inicial, dejando el campo de entrenamiento del equipo en las colinas de Budapest para unirse a los manifestantes en las calles.

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Pero para cuando llegaron a tierras australianas, Gyarmati y sus compañeros fueron informados de un brutal acontecimiento: las fuerzas soviéticas habían reafirmado despiadadamente su control sobre la capital húngara.

Más de 2,000 protestantes fueron asesinados en la pelea, y cientos más fueron heridos, mientras miles fueron forzados a abandonar el país.

Fue un preludio sangriento al enfrentamiento en semifinales con el equipo de waterpolo soviético.

Gyarmati recuerda un partido difícil, pero muy disciplinado, que se volvió agridulce en los últimos momentos cuando el jugador soviético Valentin Prokopov le dio un codazo a la estrella húngara Ervin Zador en la cara, cortándolo por debajo del ojo.

“Le dije (a Zador) que se saliera de la alberca”, recuerda Gyarmati, “pero no a donde estaba, sino a que nadara a través de la alberca para ir a la tribuna con 8,000 personas”.

“Para cuando acabó de nadar, la sangre se había escurrido a su pecho. Parecía que había salido de una carnicería. El público explotó”, recuerda el excapitán húngaro.

El titular "La Guerra Fría explota la violencia en las Olimpiadas de Melbourne" salió al siguiente día en el Sydney Morning Herald, que reportó que muchos de los espectadores dejaron sus asientos en las gradas, gritando que era un abuso y escupiendo a los rusos.

La imagen de Zador parado afuera de la alberca, con el chorro de sangre en su torso, le ganó un público mucho más grande. Se apoderó de la imaginación de un mundo devastado por el levantamiento húngaro, mientras ofrecía un poco de consuelo a una nación traumatizada mientras los húngaros vencían 4-0.

El equipo ganó la final, derrotando a Yugoslavia 2-1 para llevarse el cuarto oro olímpico de la nación en la competencia.

Zador, que no jugó la final, nunca regresó a Hungría, prefirió quedarse en Estados Unidos y volverse entrenador de natación en California.

La victoria sobre los soviéticos inspiró la creación de un documental Freedom’s Fury (La Furia de la Libertad) y de la película Szabadsag szerelem (Niños de Gloria), ambas lanzadas en el marco del aniversario número 50 de la Revolución Húngara.

El documental, coproducido por el director hollywoodense Quentin Tarantino, era narrado por el siete veces campeón olímpico Mark Spitz, que entrenó a Zador cuando era joven en la década de 1960.

Los sucesos dramáticos en Melbourne forman el centro de una herencia rica y orgullosa en el deporte que ha visto ganar a los húngaros nueve medallas de oro, más del doble que cualquier otro país.

El Baño Sangriento continúa inspirando y motivando a los héroes modernos del waterpolo en Hungría incluyendo a Gergely Kiss, quien creció en el declive de la era comunista.

“Derrotar a la bestia, al gran enemigo fue un sentimiento tan grande para cada húngaro. Ayudó mucho a la revolución”, aseguró Kiss.

El deportista de 34 años fue parte del equipo húngaro que venció a los rusos en la final de los Juegos Olímpicos de Sydney en el 2000, que terminaron con un total de 24 medallas de oro.

El éxito siguió en Atenas en el 2004 y en Beijing cuatro años después. Kiss buscará el récord de cuatro medallas de oro seguidas en los juegos de Londres este año.

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