Corea del Sur es el séptimo país importador de café en el mundo, con más de 500 tazas tomadas por persona al año, según datos de la agencia Yonhap News. En 2019, las importaciones alcanzaron un récord de 150,185 toneladas y, aunque en 2020 tuvieron una caída por el COVID-19, es un mercado que firmas como KB Financial Group prevé que seguirá en aumento, debido a la alta demanda entre los jóvenes.
Todo esto a pesar de que en Corea del Sur el café es caro: los consumidores pagan hasta cinco dólares por un americano. La competencia va más allá de cadenas como Starbucks, porque se suman los cafés temáticos, los de estudios, los de bajo precio, las barras para llevar, los cafés de los idols de K-pop y las franquicias asiáticas.
Lepine decidió apostar por un establecimiento en una zona concurrida. No era fan del café, pero se capacitó para ser barista. Y con una inversión de 70,000 dólares, inició su negocio. Le tomó un año recuperar esa cantidad. Y tenía crecimientos de entre 13.5% y 11% anual, cuando llegó el coronavirus. La pandemia frenó el crecimiento y sus planes de apertura de una segunda sucursal.
“Sólo pudimos mantener el café por los ingresos de la academia de español y el apoyo del gobierno”, asegura. Hasta ahora Lepine ha recibido cerca de 3,500 dólares por parte del programa de ayudas gubernamentales.
No solo café, se vende espacio
“Aquí el café no funcionó”, dice. Al iniciar su empresa, apostó por traer un café mexicano pero la gente no distinguía y lo confundía con una bebida especial. Su producto estrella terminó no siéndolo y su lugar lo ocuparon las charlas de intercambio de idiomas. Fue aquí donde descubrió la esencia de ‘Hola Café’. “El negocio de las cafeterías no es el café, es el espacio. La gente viene a quedarse aquí, por el lugar”, detalla Lepine.
En Corea del Sur, por la cultura, no es tan común que las personas inviten a otras a sus casas a estudiar o trabajar en algún proyecto, por lo que el punto de reunión son las cafeterías, ya que los restaurantes no permiten hacer sobremesa. De este modo, estos espacios se convierten en una especie de coworking o lugares de estudio.
La pandemia ha detenido al producto estrella: las sesiones de intercambio de idiomas. Lepine también tuvo que cerrar los últimos meses del 2020, la propietaria del local contribuyó al no cobrar la renta del lugar, y el emprendedor siguió con las clases privadas con grupos pequeños para cumplir las regulaciones durante todo el día. Ante ello, no baja la guardia y ve con esperanza que estas regresen.