El proyecto quiere incrementar la actividad industrial en los estados en los que dos de los tomadores de decisiones de la política energética podrían tener un papel relevante el próximo año. Tabasco y Veracruz vivirán elecciones estatales en 2024 –a la par de la elección presidencial– y los nombres de Octavio Romero Oropeza, director de Pemex, y Rocío Nahle, titular de la Secretaría de Energía, podrían ser los que aparezcan por Morena en la boleta electoral.
Pierce repite, de manera constante, que el sur del país merece contar con electricidad confiable y que el proyecto que TC Energía lidera quiere proveerle de eso: “Será clave para la prosperidad económica y para la equidad social entre el sur y el norte en tanto que el gas dará más oportunidades para que se detone la industria. (...) Todo mundo merece tener electricidad y, en estos días, todos deberían tener la oportunidad de tener electricidad limpia, confiable y accesible. Lo que hace ese proyecto es que México pueda ofrecer eso a la gente del sureste”.
Asuntos como el nearshoring, la transición energética y, sobre todo, la migración, dice Pierce, ayudan a completar el rompecabezas detrás del sí al proyecto. El gobierno federal espera, según explica, que si la industria se detona en el sur del país, entonces se contenga –en cierta medida– la ola migratoria del sur mexicano y Centroamérica hacia Estados Unidos, uno de los grandes temas detrás de las estrechas y polémicas negociaciones con la administración estadounidense. “Es una prioridad para esta administración, esperamos que lo sea también para la siguiente y lo es también para los estadounidenses y canadienses. Los problemas que tenemos son los mismos, esto ayuda a responder la pregunta de cómo llegamos ahí”.
La discusión que precedió
Era 2019, apenas habían pasado unos meses desde la toma de posesión presidencial y las advertencias comenzaban a tornarse en hechos. El gobierno de López Obrador inició con la cancelación de subastas eléctricas y de las rondas petroleras, pero de pronto un grupo se convirtió en el blanco de la disputa: las compañías que firmaron contratos para la construcción de gasoductos durante el sexenio pasado, entre ellas, TC Energía, que tenía dos proyectos involucrados, quizás el más ambicioso de ellos, el gasoducto marino Texas-Tuxpan.
El gobierno decía que estos contratos habían sido “excesivos y leoninos”, término este último que protagonizó el debate público. La administración de Enrique Peña Nieto había desembolsado una serie de pagos por la ejecución de una cláusula de fuerza mayor –que obliga al gobierno a pagar cuando los proyectos están detenidos por causas sociales, ambientales o políticas– y los acuerdos incluían una tarifa que aumentaba con el tiempo. Y entonces en los titulares el nombre de TC Energía (en esa época, TransCanadá) apareció de manera constante.
El gobierno abrió algunas demandas preliminares ante tribunales internacionales en contra de las constructoras de los gasoductos, incluida TC Energía, que recibió una solicitud por el marino Sur de Texas-Tuxpan, que se adjudicó en una asociación con IEnova –ahora Sempra Energy–. Pero la negociación fue productiva, las compañías no debieron enfrentarse ante un proceso de arbitraje internacional y en agosto de aquel año se anunció un acuerdo que, según el gobierno, significó ahorros por 4,500 millones de dólares. Pese al pacto, a la par, se abrieron otros dos procesos de arbitraje internacional contra la canadiense: la administración quería modificar algunas cláusulas de los gasoductos Tuxpan-Tula y Tula-Villa de Reyes. Las demandas siguieron vigentes hasta hace unos meses.