La presión financiera como brújula
La percepción de alzas de precios se volvió prácticamente unánime. Nueve de cada diez latinoamericanos aseguran ver incrementos, y México sigue esa misma lectura cotidiana, incluso con una inflación general más controlada. En la práctica, los consumidores sienten que todo cuesta un poco más, suficiente para obligarlos a ajustar.
Ese ajuste comienza, principalmente, fuera de casa. México y Colombia son los países donde más se ha recortado el gasto en restaurantes y cafeterías, una señal de que los momentos de ocio son los primeros en amputarse cuando la economía familiar se estrecha. No se trata de dejar de salir, sino de salir menos, bajo mayores promociones o hacia opciones más baratas.
La despensa también se racionaliza. La categoría de alimentos es la más afectada en Latinoamérica, con 42% de los consumidores recortando gasto; México replica ese patrón: los consumidores sustituyen marcas, reducen cantidad y reconsideran compras que antes eran automáticas.
Ese comportamiento anticipatorio es generalizado. Casi siete de cada diez consumidores de la región ya han recortado gastos, y otro grupo significativo planea hacerlo pronto. México se mueve en la misma dirección: los ingresos no han colapsado, pero el riesgo de que las presiones persistan obliga a prepararse antes de que sea necesario.
Un comprador más móvil y menos fiel
La incertidumbre dio paso a un fenómeno clave para las marcas: la experimentación. En toda la región, 48% de los consumidores probó una marca distinta en los últimos tres meses. México sigue esa tendencia y se ha vuelto un mercado donde la lealtad es flexible y la sustitución ocurre rápidamente si el precio o el valor lo justifican.
La Generación Z y los millennials son los aceleradores de este cambio. Ambos grupos son los más dispuestos a probar, comparar y migrar entre opciones. Para las empresas, competir por estos segmentos implica ofrecer valor inmediato, pues la afinidad emocional ya no es suficiente.
El mapa de los canales también está en transformación. En México crece la presencia en tiendas de descuento, tiendas de barrio, mayoristas y comercio en línea. Todas estas opciones tienen un común denominador: permiten pagar menos. La ruta del consumidor actual no es la del hábito, sino la del ahorro.
En el comercio electrónico, esto es aún más evidente. El envío gratis o de bajo costo es el primer motivador para comprar en línea; después se colocan los precios bajos y las promociones. La conveniencia sigue siendo importante, pero no es lo decisivo: el costo determina la elección.
Los programas de lealtad se fortalecen con esta lógica. En la región, seis de cada diez consumidores están inscritos a alguno y México sigue esa misma corriente. Más que fidelizar por identidad, estos programas funcionan como un mecanismo para ahorrar, acumular recompensas o acceder a ofertas exclusivas. Son herramientas financieras tanto como comerciales.
Incluso con estos mecanismos, la holgura sigue siendo reducida. Solo 9% de los consumidores latinoamericanos —México incluido— puede ahorrar sin ajustar su consumo. Otro 20% reconoce dificultades incluso para cubrir lo esencial. El resto navega en un punto medio donde cada decisión es un equilibrio entre necesidad y posibilidad.
Crece el gasto en apuestas digitales y cuidado de la salud
La hiperconectividad agrega otra capa al rompecabezas. Muchos mexicanos dicen querer reducir su tiempo en actividades digitales, pero estas siguen dominando el ocio: redes sociales, videojuegos, videos cortos. La intención de desconectarse choca con hábitos instalados.
El crecimiento de las apuestas en línea es un ejemplo concreto. Cerca del 50% de los consumidores mexicanos reconoce haber participado en plataformas de apuestas. Para una parte de ellos, esto implica desplazar gasto desde otras categorías o reducir su nivel de ahorro, una señal de cómo lo digital reconfigura prioridades.
La salud, sin embargo, se mantiene como contrapeso. Perder peso, dormir mejor y mejorar la condición física son los objetivos más mencionados en toda la región; México sigue esa misma línea. Esta tendencia impulsa mayor consumo de proteínas, probióticos, productos locales y opciones con menos azúcar o grasas. La canasta saludable se está reescribiendo.
Para las marcas, esta radiografía plantea un reto claro: no basta con estar presentes. Se trata de ofrecer eficiencia, flexibilidad, promociones relevantes y experiencias coherentes con un consumidor que vive en alerta permanente.