¿Amigos o enemigos? La larga y complicada relación del arte con la religión
Nota del editor: Aaron Rosen es profesor de Pensamiento Religioso en el Rocky Mountain College y profesor visitante en el King's College de Londres. Este es un extracto editado de su libro Art & Religion in the 21st Century , publicado en inglés por la editorial Thames & Hudson.
(CNN) — Cuando entras al mundo del arte, entras en el reino de la religión, te guste o no. Piensa en algunas de las obras de arte más famosas del mundo: los mármoles del Partenón, los budas de Bamiyan, La última cena, la Mezquita Azul… queda bien claro lo mucho que la historia de la religión ha permeado en la historia del arte.
Pero todos estos son ejemplos de épocas más antiguas. ¿Qué hay de las épocas más recientes?
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Como el arte moderno ya no está sujeto a comisión de parte de las instituciones religiosas y está libre para explorar temas procedentes de varias religiones o de ninguna, queda claro que ha dejado de ser el siervo fiel de la religión que fue en otros tiempos.
A pesar de todo, desde su surgimiento en el siglo XIX, el arte moderno ha seguido explotando extensamente los temas e imágenes religiosos.
Aunque era un ateo declarado, Pablo Picasso incorporó sutilmente la iconografía religiosa en obras maestras como Las señoritas de Aviñón (1907) y Guernica (1937).
Mark Rothko, quien tiene antepasados judíos, consideró que sus pinturas abstractas para una capilla eran su máximo logro.
Por otro lado, Andy Warhol iba regularmente a la iglesia y creó una serie poderosa de versiones de La última cena en sus últimos años de vida.
A pesar de esta historia rica de influencia mutua, se sigue considerando que la religión y el arte moderno son enemigos a muerte. Este malentendido es particularmente intenso cuando se trata del arte contemporáneo. Si juzgamos simplemente con base en los titulares, parecería que el arte y la religión van rumbo a un duelo apocalíptico.
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A finales de 2000 y principios de 2001, se exhibió en un museo de arte moderno de Varsovia una escultura del papa Juan Pablo II derribado por un meteorito, obra de Maurizio Cattelan. Dos indignados miembros del Parlamento polaco entraron en la galería, sacaron la roca rodando y dejaron una carta en la que difamaban el "origen judío" de la directora del museo, quien se vio obligada a renunciar.
En 2008, el papa Benedicto XVI pidió que se retirara de una galería del norte de Italia la escultura Zuerst die Füsse (1990), obra de Martin Kippenberger que representa a una rana crucificada, mientras que un funcionario electo comenzó una huelga de hambre en protesta.
Durante el gobierno de Vladimir Putin, ha aumentado la cantidad de artistas rusos acusados con incitar el odio religioso, entre ellos Avdey Ter-Oganyan y Oleg Mavromatti, quienes huyeron del país para evitar el encarcelamiento.
Es atractiva la idea de que los artistas contemporáneos son maleantes impíos que buscan ofender. Pero a pesar de todo, solo cuenta una parte de la historia. Tenemos que tomarnos un momento para desmantelar el estereotipo del artista iconoclasta y analizar a quién beneficia.
Es probable que se vean con mayor claridad los intereses de varias partes en el caso de dos obras que han desatado una amplia controversia en Estados Unidos a lo largo de las pasadas dos décadas: Piss Christ (1987), de Andrés Serrano, y The Holy Virgin Mary (1996), una representación de la virgen María adornada con heces, obra de Chris Ofili.
En ambos casos, las batallas culturales que desataron resultaron ser un negocio inmensamente rentable. La carrera de Serrano se benefició más con la censura de Jesse Helms a Piss Christ que con el respaldo de cualquier crítico de arte.
El valor de Piss Christ no solo aumentó radicalmente, sino que instantáneamente se volvió un símbolo de libertad artística, situación que se afianzó recientemente porque los legisladores republicanos estadounidenses y los analistas del noticiero Fox News exigieron al entonces presidente Barack Obama que censurara la obra cuando se volvió a exponer en 2012 en la ciudad de Nueva York.
Aunque la obra de Ofili se vio eclipsada por el trabajo de Marcus Harvey, Damien Hirst y los hermanos Chapman cuando se inauguró la exposición Sensation en la Royal Academy de Londres, en 1997, en Nueva York ocupó el centro de la atención gracias a las críticas de Giuliani, del cardenal John O'Connor y de William Donohue, de la Liga Católica.
A pesar de que la colocaron detrás de una placa de plexiglás, un anciano logró mancharla con pintura blanca con la esperanza de —en sus propias palabras— hacer que la virgen mancillada quedara "pura y limpia".
Al reconocer el arma de mercadotecnia que tenían en las manos gracias a Ofili y a otros artistas, el museo publicó una advertencia sanitaria para los visitantes, lo que duplicó el éxito gracias al escándalo.
Como se esperaba, la tentación fue mucha para los neoyorquinos, quienes acudieron en masa a la exposición y llenaron las arcas no solo del museo, sino de Charles Saatchi, propietario de muchas de las obras y uno de los patrocinadores de la exposición, cosa que causó controversia por su propia cuenta.
Como los políticos, los medios, los museos y los artistas se benefician en mayor o menor grado, no sorprende que el estereotipo del artista moderno blasfemo tenga un poder tan persistente.
Es irónico que los verdaderos perdedores en esta ecuación sean los principales involucrados: el arte y la religión. Aunque la controversia llama la atención e infla los precios, rara vez nos ayuda a entender mejor las obras de arte.
Las obras individuales se pierden en el diálogo combativo que se arremolina a su alrededor y se vuelven símbolos de ideologías en conflicto, en vez de retener la indeterminación que define al buen arte.
Tomemos por ejemplo a Piss Christ. Ciertamente es posible que tenga un elemento de iconoclasia. Sin embargo, también puede interpretarse fácilmente como una imagen devocional de un artista que nació y creció en un barrio de Brooklyn imbuido de catolicismo. ¿Qué mejor forma de meditar sobre los tormentos y la degradación de Cristo (tanto en su tiempo como en el nuestro) que ver su figura sumergida en orina?
De igual forma, el resplandor de la imagen, bañada en una luz dorada y nebulosa, como un icono, parece indicar que Cristo tiene la capacidad de triunfar sobre la ignominia.
Entonces, estas obras no solo son más complicadas de lo que parece a primera vista, sino que tienen el potencial de evocar significados, respuestas y cuestiones religiosas poderosas.
"¿Cuál es la diferencia entre lo sagrado y lo profano?", se preguntan. ¿Se puede creer de igual manera en los símbolos del pasado? Y tal vez lo más importante: ¿cuál es la diferencia entre desafiar la tradición y rechazarla?
Estas son preguntas cruciales, particularmente ahora.
El libro Art & Religion in the 21st Century, de Aaron Rosen, de la editorial Thames & Hudson, ya está a la venta.
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