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Buen trabajo, Martínez

No se engañen: sus jefes no piensan como ustedes, no sienten como ustedes, no sueñan los simples s
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Ser jefe no es cosa fácil. Resulta bien complicado eso de coordinar el trabajo de otros, atender las minucias administrativas de cada día, ser el responsable directo del bienestar general de los subalternos, vivir con la angustia perenne de tener la última palabra y, encima, que todo lleve nuestra aprobación final (y lo peor: que caiga bajo nuestra directa responsabilidad). ¿Quién no ha sufrido las angustias de estar al frente de algo que, quizá, nos sea tan ajeno como un primo en cuarto grado que desde hace 20 años vive en la Polinesia?

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Creo que con estas palabras podría resumirse la sensación de ser la cabeza y el líder de un equipo. Pero lejos de volverse un logro profesional y una satisfacción, para algunos al parecer se trata en realidad de una maldición, una pesada losa que cae sobre sus hombros y los aleja, insensiblemente, del resto de los simples mortales, condenándolos a la soledad. No se engañen: sus jefes no piensan como ustedes, no sienten como ustedes, no sueñan los simples sueños de ustedes. Quizá por ello es que muestran tal frialdad de sentimientos a la hora de reconocer el esfuerzo de los demás. Me imagino que es como cuando Moisés bajó de la montaña, con las tablas de los mandamientos bajo el brazo, la mirada perdida en el horizonte... Por supuesto que el santo varón no tenía tiempo ni presencia de ánimo para poder compartir con los demás su experiencia, embargado como estaba de ese sentimiento de gloria y grandeza que le vino luego de hablar con la zarza ardiente. Mucho menos habría sido capaz de “ensuciar sus ideas” con preocupaciones cotidianas y banales (como que estaban perdidos en el desierto y a nadie se le ocurrió llevar un mapa).

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Es como si, luego de una profunda disertación filosófica, nos obligaran a dar nuestra opinión sobre el partido Chivas-Atlante de anteayer; es como si luego de degustar un delicioso foi-grass (copa de champagne al lado), nos sirvieran unos estupendos tlacoyos, rebosantes de crema y salsa verde...

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Quiero pensar que es así, necesito pensar que sólo por razones verdaderamente trascendentales es que los jefes se dan ciertas licencias, como “reconocer” nuestro esfuerzo con una palmada en el hombro y un sencillo: “Buen trabajo, Martínez”. Y digo que necesito pensar que es así, por que si no mañana mismo le renuncio a mi jefe, y ya en plan de franca protesta le agregaré a mi dimisión el carácter de irrevocable.

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Hay cosas que sencillamente no se valen: una es hablar durante una partida de dominó (y, como dicen, “cantar la jugada”); otra, mostrar desdén por el trabajo de los demás. Sobre todo cuando ese desdén va acompañado de una gesto que pretende ser amigable, pero cuyo único fin es cumplir con el protocolo y las formas. Este tipo de felicitaciones me recuerda el tono falsamente amigable o jovial de ciertas personas que, sin conocernos, ya nos hablan de tú y nos prometen que están ahí “para servirnos”. Lo mismo sucede con aquél que reconoce nuestro trabajo con una simple palmada en el hombro, nos dice “Bien hecho, Martínez”, y ahí quedó todo: ni siquiera una carta, una comida, algo que pruebe que nuestro esfuerzo “marcó la diferencia”.

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En realidad, quien nos reconoce de esta forma, no nos reconoce: sólo cumple con la regla inventada por quién sabe qué gurú de los recursos humanos, quien en su best-seller recomienda que es importante “motivar al personal” y que hay reconocimientos que no le cuestan nada a la empresa (como la palmadita en el hombro). ¿A quién pretenden engañar? ¡Yo quiero mi bono anual! ¡Quiero mi paquete de acciones! ¡Quiero que mi prestación de auto de la empresa me la eleven, de un (módico) subcompacto nacional, a un (correcto) subcompacto importado! ¡Ya de perdida, que me den más vales de despensa o de gasolina!

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Y bueno, aquí estoy, el último en abandonar la oficina, con mi carta de renuncia sobre el escritorio, pensando si vale la pena, si me conviene, o si sencillamente el que se ha equivocado “de pe a pa” he sido yo, pues todos sabemos que hay trabajos y empresas en las que, al parecer, la extrema eficiencia parece no tener cabida. Ustedes dirán que exagero; es posible.

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