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Comercio exterior. Modelo para desarmar

El actual modelo exportador ha propiciado el quiebre de cadenas productivas y alentado la concentrac
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Una reforma comercial carente de sentido estratégico, una apertura abrupta e indiscriminada y la falta de un consenso en torno al camino seguido para insertarse en la economía internacional, son algunas de las críticas más frecuentes a un modelo que, buscando colocar al país en la arena de las naciones altamente exportadoras, ha propiciado el quiebre de cadenas productivas y alentado la ya excesiva concentración de las actividades de comercio exterior.

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Lejos del discurso oficial que asigna al sector externo un papel preponderante en el desarrollo nacional, pero lejos también de las voces que reclaman la vuelta al proteccionismo y el retorno del Estado a la vida empresarial, consultores y empresarios parecen compartir una misma inquietud: la desindustrialización de México.

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Y es que si las exportaciones pueden alimentar el furgón de arrastre, un país que no produce, ¿qué va a exportar?

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Para el doctor Víctor M. Godínez Zúñiga, director del área de Economía Internacional de la Universidad de las Américas y socio del despacho Economía y Política Internacional (Ecopi), mismo que edita la Carta Ecopi los arquitectos de la reforma económica y comercial abandonaron la política sectorial confiados en que la apertura, tal como se dio, podría remplazar por sí misma una política general de desarrollo.

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Convencidos de que serían las libres fuerzas del mercado las que de terminarían la reasignación más adecuada de los recursos, olvidaron las distorsiones que el mercado suele presentar y, al confundir estímulo con subsidio, permitieron que las empresas quedaran a su suerte, víctimas no sólo de las ineficiencias que el proteccionismo anterior había alimentado, sino también de una política que dio prioridad al capital financiero, desalentando en cambio la inversión productiva.

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Entrevistado a título personal, Sergio Fadl, coordinador de asesores del Banco Nacional de Comercio Exterior (Bancomext), rechaza las críticas más comunes a la apertura y sostiene que no fue abrupta ni indiscriminada, no privilegió las importaciones, ni dejó en la desprotección a los productores nacionales, y su efecto sobre los precios internos sólo puede repercutir en beneficio del consumidor. Por lo demás, "se dio en un plazo razonable y suficiente para que las empresas hicieran los ajustes necesarios que les permitieran enfrentarse a la competencia internacional" y hubo "varias empresas pequeñas y medianas que inmediatamente pudieron hacer lo que era necesario para ser más eficientes y poder no sólo sobrevivir, sino tener un éxito importante".

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Fueron, sin duda, empresas afortunadas, tal vez ligadas a las cadenas integradoras de las grandes corporaciones globalizadas que, como las del ramo automotriz, vinculan procesos hacia atrás y hacia adelante. Pero no son la mayoría, y en la palabra "varias" Fadl admite en forma tácita esa realidad.

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Por el contrario, para el doctor León Bendesky, también socio de Ecopi y colaborador de la carta citada, "la llamada reforma estructural de la economía ha sido para numerosísimos empresarios un periodo de difícil supervivencia, donde todos sus esfuerzos y capacidad creativa se han centrado en un solo objetivo: evitar la desaparición".

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Si no puedes contra ellos, ábrete. Abrirse se ha convertido casi en premisa para que exista una nación. Quien no se abre, muere. Y hoy hasta la Cuba socialista sabe esto. Pero hacerlo sin ton ni son también puede ser fatal.

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México pasó de ser una de las economías más cerradas del mundo, dice Fadl, a una de las más abiertas. En el curso de los últimos 10 ó 12 años experimentó un importante cambio estructural, al superar su carácter casi monoexportador, cifrado en el petróleo, y orientarse de manera creciente hacia el desarrollo de las exportaciones manufactureras, que hoy son el sector determinante de la balanza comercial.

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Cierto, pero sofocadas entre los escombros del proteccionismo, sin aliento ni estímulos para invertir y recomponerse, con créditos caros y escasos, en medio de una economía ahora inflacionaria, ahora recesiva, sin instrumentos eficaces de promoción y fomento, el grueso de las empresas mexicanas no estaba preparado para enfrentar la nueva demanda ni competir internamente con la nueva oferta internacional. La capacidad exportadora de México no creció al ritmo y en la magnitud en que crecieron las compras foráneas, y la balanza comercial -que había tenido superávit en los años de estancamiento recuperó su tendencia negativa-.

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Godínez señala que "después de siete años de superávit en el intercambio de bienes con el exterior -situación excepcional que únicamente puede ser explicada por el severo ajuste macroeconómico y el estancamiento de la producción que se registraron en el periodo 1982-1988-, la balanza comercial del país, excluyendo las maquiladoras, regresó a su tradicional situación deficitaria", sólo que a un ritmo más acelerado.

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Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el saldo negativo del intercambio de bienes no maquilados quintuplicó su valor real, calculado a precios de 1980, y pasó de 1.4% del Producto Interno Bruto (PIB) en 1989 a cerca de 6% en 1994, "uno de los mayores déficit comerciales registrados en México en el decurso del último medio siglo".

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Fácil lo atribuye a un apremio modernizador: México estaba saliendo del estancamiento. Desde 1982, la inversión había caído año con año hasta descender, en 1988, con respecto al PIB, a la tasa más baja en su historia moderna. La capacidad de producción estaba completamente mermada. "No teníamos los acervos de capital físico que requería la economía" y hubo, pues, necesidad de importarlos. La apertura comercial despejó el camino para que esto ocurriera y desde 1989 las compras foráneas de materias primas y bienes de capital representaron casi 90% de las importaciones totales.

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Bendesky afirma, empero, "que no existe evidencia concluyente de que durante estos años se haya producido -como lo esperaban los estrategas gubernamentales- un desplazamiento masivo de las inversiones hacia la producción de bienes y servicios comerciables susceptibles de compensar los efectos negativos de una importación en constante crecimiento. En lugar de ello, una porción muy importante de la inversión fluyó hacia jugosas colocaciones financieras".

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El papel del dinero. Luis Bravo Aguilera, subsecretario de Comercio en la administración de Miguel de la Madrid Hurtado y actual presidente de la firma Consultoría Económica y Financiera (CEF), es contundente al señalar que los técnicos de la apertura salinista levantaron la bandera del neoliberalismo -"un neoliberalismo de libro de texto", califica-, pero la utilizaron a su antojo, incurriendo en graves incongruencias.

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Ejemplo de ello es que, no obstante las presiones que el mercado ejerció en favor de una corrección oportuna del tipo de cambio, el gobierno mantuvo la sobrevaluación de la moneda, respondiendo al juego político de intereses que nada tienen que ver con la oferta y la demanda.

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Bravo afirma que si entonces se pugnó por una apertura gradual y concertada con todos los sectores, el relevo salinista aceleró su marcha sin crear, empero, el entorno necesario para que las empresas pudieran enfrentar el nuevo reto de la internacionalización.

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Por el contrario, "como el objetivo básico de la política económica no era crecer, ni convertirnos en una nación exportadora, sino abatir la inflación", se obstaculizaron las posibilidades de crecimiento en este sentido y la festinada apertura se convirtió, en realidad, en una "apertura hacia adentro" que, con base en la sobrevaluación, privilegió las importaciones por sobre las exportaciones.

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Economistas de distintos signos aceptan que la liberación de las importaciones puede ayudar, "como en efecto sucedió desde fines de 1985", a reducir las presiones sobre los precios. Pero en el caso de México, al convertirse la política cambiaria en una herramienta casi exclusivamente antinflacionaria, se repercutió de manera adversa sobre la rentabilidad del sector exportador, cuando lo que se requería, dicen los economistas de Ecopi, era promover ajustes en la estructura productiva para acrecentar su competitividad externa.

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Las distorsiones estructurales. Al margen de las circunstancias financieras que debilitaron el saldo externo de México en los últimos años, es conveniente señalar que, dada la preponderancia de la industria manufacturera en la balanza comercial, las propias distorsiones de su estructura obstaculizan el crecimiento y la diversificación del comercio exterior.

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Juan Autrique, presidente de la Asociación nacional de Importadores y Exportadores de la República Mexicana (ANIERM), advierte la notable concentración de las operaciones foráneas: 250 empresas realizan 70% de las exportaciones, mientras el grueso de las importaciones recae en poco mas de 300 compañías; reconoce además -en coincidencia con Godínez- que la mayoría de las compañías exportadoras también son importadoras, y admite que buena parte de estos intercambios son transacciones intrafirma, que están determinadas por los planes globalizadores de las corporaciones a las que pertenecen.

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Según datos de este organismo, acaso Bravo afirma que si entonces se pugnó 60 empresas tienen capacidad para exportar una apertura gradual y concertada portar más de $20 millones de dólares, y con todos los sectores, el relevo salinista del total de las exportaciones 40% corresponden al sector automotriz y de autopartes.

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Aunado a este factor estructural, otros de carácter coyuntural también han jugado un papel decisivo e los déficit comerciales de México. Autrique refiere cómo, junto a la entrada de bienes e insumos intermedios, ingresaron al país importaciones chatarra, a veces incluso por debajo del costo, que desquiciaron ramas completas de la industria. Para ejemplificar la magnitud del desequilibrio que estas operaciones produjeron toma el ejemplo de los intercambios con Taiwán: las exportaciones mexicanas a ese mercado representaron $25 millones de dólares en 1994; las importaciones taiwanesas, en cambio, $1,000 millones de dólares.

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"¿Cómo es posible –se pregunta- que tengamos las fronteras abiertas para todo el mundo, si ello no nos representa ningún beneficio? Si no hay un fair trade, ¿de qué nos sirve la apertura?".

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Y no es que el dirigente empresarial esté sugiriendo clausurar fronteras. Nada más alejado de eso. Es que, como opinan también los consultores privados, sin una orientación estratégica, la apertura puede tomar rumbos imprevisibles.

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¿Devaluación igual a mayores exportaciones? Si bien los resultados del primer trimestre de 1995 revelan una notable mejoría en la balanza comercial -por efecto tanto del aumento en la exportaciones como del reflujo de las importaciones-, las cuentas de fin de año no prometen ser tan espectaculares. Previendo un escenario realista, ANIERM calcula que este año las exportaciones mexicanas crecerán 31% con respecto a 1994, y que el saldo negativo de la balanza comercial se reducirá a unos $4,000 millones de dólares, incluyendo a las maquiladoras.

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Es cierto que un peso barato abre las puertas a los productos mexicanos. Pero una devaluación como la del 20 de diciembre, "generadora de fuertes turbulencias financieras, cuyo primer efecto fue una parálisis virtual de la producción y el cierre de numerosas fuentes de empleo, que ha desatado nuevamente la inflación y que exige el retorno a esquemas ortodoxos de corte recesivo, no puede considerarse como una oportunidad competitiva", advierte Bendesky.

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Peor aún, agrega en el marco de las condiciones actuales no sólo es improbable que la devaluación impulse un crecimiento sostenido de las exportaciones, sino que puede "constituirse en un factor altamente destructivo si no se adoptan medidas duraderas y realistas de promoción y fomento que impidan el aniquilamiento indiscriminado de las empresas".

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Por lo pronto, parece que hay superávit para rato.

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Sin embargo, las cúpulas empresaria-les no han dejado de señalar el carácter coyuntural de este repunte en la balanza comercial, y el propio Fad1 considera que una estrategia exportadora de largo plazo no puede basarse solamente en la subvaluación de la moneda local.

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Lo que ahora se requiere son "salidas menos dogmáticas y más imaginativas". O como dice Godínez, que las autoridades se liberen de sus obsesiones estabilizadoras de la macroeconomía y empiecen a poner atención en eso que hoy precisa el nombre de "economía real".

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Las consecuencias de tal obcecación están a la vista. Godínez menciona, entre muchas, dos fundamentales: se desplomó el coeficiente de inversión y el ahorro interno, históricamente insuficiente, cayó a uno de sus niveles más bajos de este siglo.

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A ellas, Bravo añade la ruptura de cadenas productivas, el descenso en la rentabilidad de las empresas, la pérdida de miles de empleos y los estropicios de una sobrevaluación cambiaria que "forzó a mantener tasas altas de interés, facilitó el endeudamiento en dólares y propició que muchas compañías prefirieran colocar sus excedentes en el mercado de dinero (al grado de que en sus balances registraban producto financiero, en lugar de costo financiero)".

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De no darse un giro radical, las consecuencias pueden ser desastrosas. Una verdadera competitividad internacional "debe tener como contrapartida interna el ascenso en el nivel de vida de la población" y, por ello, "únicamente puede sustentarse en el incremento de la producción, en las mejoras en la calidad de los productos, en las ganancias efectivas de la productividad, en la diversificación de los mercados y en una estrategia nacional de producción, empleo y exportación que consista no en arrojar a las empresas a la competencia internacional y paralelamente castigarlas con amplias distorsiones financieras y monetarias, sino en fomentar el ahorro y la inversión y en establecer líneas de acción estratégicas que amplíen el horizonte y la capacidad de emprendimiento de los agentes económicos", concluye Bendesky, resumiendo de algún modo el pensamiento de empresarios y analistas privados.

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