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De &#34presidencia imperial&#34 a &#34re

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Al llegar al poder en 1920, Obregón impuso un quiebre en la clase política. La Presidencia y los altas responsabilidades gubernamentales exigían como requisito, el generalato. Con excepción de Portes Gil, quienes gobernaron al país hasta 1946 fueron generales de división. Con Alemán llegaron al poder los abogados. Hacia 1982, los excesos de la docena trágica y la reaganomics favorecieron la irrupción de la tecnocracia. A los estudios en Economía, el nuevo funcionariado agregaba especializaciones, maestrías y doctorados en prestigiadas universidades: Harvard, Yale, Chicago, Stanford.

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Con Vicente Fox se da un nuevo quiebre en el perfil de la élite del poder: irrumpen hombres y mujeres cuyas experiencias profesionales se han dado en el sector privado.

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Supremacía regiomontana
De una u otra forma el ganador del 2 de julio es Monterrey. Allí están, en la Secretaría de Educación Pública, Reyes Tamez, rector de la UANL; en la de Energía, Ernesto Martens, ex director de Vitro; en la de Economía, Luis Ernesto Derbez, profesor del Tec y asesor de empresas regiomontanas; en la del Trabajo, Carlos Abascal, ex presidente de Coparmex; en Desarrollo Social, Josefina Vázquez Mota, ex ejecutiva de Maseca; en la Reforma Agraria, la abogada regiomontana María Teresa Herrera; incluso a la dirección del Instituto de la Juventud llega otro regiomontano, Cristian Castaño.

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En las biografías profesionales y en el compromiso de los miembros del equipo hay un mensaje esperanzador. Pero importa advertir los riesgos que entrañan la dificultad para transitar de la lógica empresarial (la rentabilidad) a la gubernamental (el impacto social de las acciones); el precario conocimiento del México real (el de los excluidos, los cacicazgos pueblerinos y el submundo del crimen organizado), y la manera en que resolverán conflictos de intereses.

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Por otro lado, la multiplicación de cargos en la nueva Oficina Ejecutiva de la Presidencia de la República –jefes, comisionados, etcétera–, expresa un verdadero galimatías: deficiente técnica jurídica, duplicación de funciones, confusión respecto a quién reportan. Algunos analistas ven a los “supergerentes” como jefes de los secretarios de Estado, lo que sería una aberración jurídica y política.

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Las expectativas que generó la alternancia han producido un clima de optimismo, pero una visión acrítica poco ayudaría a convertirla en un verdadero cambio de régimen. La cultura cívica no se agota en el sufragio, es preciso que el Congreso, partidos, medios y sociedad mantengan un escrutinio incisivo, maduro, reflexivo sobre el nuevo gobierno, sólo así será posible convertir esperanza en realidad.

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El autor es director general de Grupo Consultor Interdisciplinario

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