El deterioro ambiental y económico que padece México conduce a la sociedad mexicana a una vieja pregunta: ¿cuándo asumirán las autoridades su responsabilidad de orquestadores de soluciones integrales, efectivas y de largo plazo?
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En ambos campos, el ecológico y el económico, el gobierno actual está convirtiendo a México en el país de las contingencias, de las soluciones al final del tubo, precisamente cuando en el mundo se imponen los modelos de producción limpia, de planificación económica y conformación de mercados a plazos prolongados.
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El aire en la zona metropolitana de la ciudad de México sólo mejorará bajo dos condiciones: las corrientes de viento o la ejecución de un plan que incluya a la sociedad, con énfasis en el sector industrial metropolitano, y que a la vez excluya el lastre de la corrupción burocrática que, esa sí, mantiene altos puntajes durante todo el año, no sólo en invierno. Es evidente que la subcultura del “favor”, génesis de la estructura del poder en el Distrito Federal, que nace en Los Pinos y se extiende hasta la última ventanilla pública, está dañando el complicado funcionamiento de la ciudad más grande del mundo.
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No es fácil concebir cómo un país con enormes recursos petroleros no cuenta con gasolinas de calidad, menos ofensivas a la salud humana y al ambiente; cómo, con los tristes precedentes que ofrece cada año en estos días la ciudad de México, las otras dos urbes importantes, Guadalajara y Monterrey, avanzan inexorablemente hacia el mismo lamentable estado de deterioro ambiental; cómo, cuando el cuidado al ambiente es desde hace tiempo una razón de mercado, la mayoría de los empresarios mexicanos desconocen los residuos que se generan en sus plantas y el daño a la salud que producen; cómo, cuando en las urbes más pobladas del mundo se desincentiva el uso del automóvil mediante esquemas de transporte público masivo, aquí se sigue privilegiando al transporte más contaminante; cómo, las organizaciones sociales, tan combativas en temas políticos, se muestran poco imaginativas en la difícil tarea de movilizar a una sociedad con escasa cultura ambiental.
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La desconfianza social hacia la actuación gubernamental sólo puede ser revertida con hechos, no con declaraciones; menos aun cuando éstas son insustanciales y hasta mañosamente ingenuas, como las emitidas por un alto funcionario de la Secretaría de Educación, quien rechazó la propuesta de revisar el calendario escolar aduciendo que los niños tienen plomo en la sangre desde que nacen y que el calendario nada tiene que ver.
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Como en la medicina, las medidas preventivas son siempre más eficaces y menos costosas que los bálsamos y tratamientos cuando el daño está hecho. Si en este país se diseñaran y aplicaran programas integrales, consensados, sin criterios y tiempos políticos, no estaríamos sumergidos en contingencias económicas, sociales y ambientales, impasibles frente a los acontecimientos, y la reclamada confianza saldría del “hoy no circula”.
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Una mirada al exterior
-Trotamundos incansable, Víctor E. Calderón Jacobs se detiene en las páginas de EXPANSIÓN con su análisis crítico de la realidad internacional. Desde el pasado mes de enero, en el que abordó el tema “¿Transición política en Cuba?”, Calderón llevará mensualmente de viaje al lector; en este número, el destino es “La Francia de Chirac”.