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Isidro López Zertuche <br>(1892-1959) <

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Cuando Isidro López Zertuche empezó a hacer pruebas para fabricar cacerolas utilizando hojas de lámina, sus amigos y familiares pensaron que se había vuelto loco, en el sentido literal de la palabra. Les resultaba difícil aceptar que quien hasta entonces había destacado por ser un talentoso empresario, de pronto hubiera perdido la cordura dedicando tiempo y dinero a un proyecto sin sentido. Eran los últimos años de la década de los 20, y en ese entonces nadie se imaginaba que la perseverancia del “Chato” López derivaría en la fundación de la Compañía Industrial del Norte (CINSA), semilla de lo que hoy es el Grupo Industrial Saltillo.

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Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre inquieto que definitivamente no encajaba en la tranquilidad provinciana de hace 50 años, cuando la mayoría de los empresarios se preocupaba solamente por solventar sus necesidades del diario vivir; no tenían la visión de crecimiento y diversificación, que era el rasgo característico del fundador de un consorcio que hoy tiene presencia en el mercado internacional. Cuando una idea lo empezaba a inquietar, no había quien lo pudiera detener: ni siquiera su esposa Ana María del Bosque, quien compartió su vida y sus desvelos durante 35 años.

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Primogénito de una familia de ocho hijos, López Zertuche se convirtió en el sostén de su familia en 1910, justo cuando había cumplido 18 años y el país se convulsionaba por los primeros brotes de la Revolución. Desde entonces su vida estuvo dedicada al trabajo, a su familia, a obras asistenciales y hacer realidad lo que para otros eran simples fantasías. Javier, uno de sus hijos, recuerda muy bien la filosofía que les inculcó: “Hay que estar preparados humana y materialmente para realizar lo que soñamos, porque si no, todo queda en nada”.

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La primera aventura
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López Zertuche hizo sus primeros trabajos en la Casa Comercial Dámaso Rodríguez e Hijos, donde conoció a quienes serían sus amigos de toda la vida: Nazario Ortiz Garza y Segundo Rodríguez Narro. Los tres se encargaron de llevar la contabilidad del negocio hasta 1914, cuando los revolucionarios confiscaron la tienda. Nuevamente sin trabajo, lo único que tenía a su favor era su experiencia, un pequeño capital que había guardado y el firme propósito de iniciar un negocio propio cuando apenas tenía 22 años. Su primera aventura fue una ferretería y tlapalería que compró con sus ahorros y un préstamo de $800 pesos. Inmediatamente incorporó a sus hermanos Carlos y Ricardo en el negocio que desde entonces se llamó “Isidro López y Hermanos”.

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Adelantándose a su tiempo, López Zertuche estaba convencido de las ventajas que ofrecían los negocios en sociedad y fue así como estableció relaciones mercantiles con Vicente Aldape y José García Narro para crecer dentro del ramo ferretero.

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El “Chato” López, como le decían sus amigos, estaba satisfecho de sus logros como comerciante, pero al mismo tiempo tenía la inquietud de empezar a fabricar algunos de los artículos que vendía en el negocio, cuya razón social ya había cambiado a Ferretera del Norte. Junto con Cipriano Martínez, uno de sus empleados más cercanos, fabricó un troquel para moldear tubos y codos de fierro, y después se le ocurrió producir utensilios domésticos de aluminio, como cacerolas, tinas, baños para lavadero, planchas. Viajó a -Michigan para comprar una prensa de la Bliss Company, que era lo más avanzado del momento, pero las ventas eran de riguroso contado. Después de 20 días de insistencia, logró que el director general de la Bliss Company autorizara la primera venta a crédito. Hoy la prensa no está en uso, pero se conserva en una de las empresas de GIS como mudo testigo de la perseverancia de un hombre y del nacimiento de una industria que causó revuelo en Saltillo.

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Al lado de su inseparable Cipriano Martínez trabajó días y noches durante siete meses hasta obtener una olla lisa y perfectamente acabada. A partir de entonces el negocio empezó a crecer: en una antigua y deteriorada construcción arrancó CINSA, compañía que después incursionó en la fabricación de molinos de granos, planchas de hierro, porta­viandas y hasta estufas de gas natural.

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La Segunda Guerra Mundial trajo consigo la escasez de aluminio; sin embargo, nuevamente el “Chato” López supo salir adelante haciendo utensilios de peltre que incluso fueron exportados a Estados Unidos para ser utilizados por el ejército. Después vinieron otros negocios, como Brochas y Cepillos Éxito (1942), el Banco Mercantil de Coahuila (1944), Molinos El Fénix (1947), Compañía Fundidora del Norte (1955) y Moto Islo (1956), que lanzó al mercado la pri­mera motocicleta producida en el país por trabajadores mexicanos.

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Gracias al éxito de sus empresas, López Zertuche disfrutaba de una vida desahogada. Catalogado como uno de los hombres ricos de Saltillo, tenía ideas muy particulares sobre el destino que se debe dar al dinero y así se lo dijo a su hijo Isidro: “Uno como empresario debe vivir bien, procurar a la familia un bienestar, a los hijos un crecimiento sano en un ambiente en el que nada falte para su formación, pero lo demás son lujos y diversiones sin sentido, y eso acaba con los dineros de cualquiera”.

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Las condiciones del “Chato”
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La experiencia más difícil que enfrentó fue la huelga que iniciaron los trabajadores de CINSA el 5 de noviembre de 1946. El mismo gobernador de Coahuila, Ignacio Cepeda Dávila, le aconsejaba ceder a las presiones de los líderes del sindicato, pero esa idea ni siquiera estaba a discusión. Javier e Isidro señalan que jamás habían visto a su padre con tanta pesadumbre y tristeza. Estaba convencido que las órdenes de crear problemas “venían de arriba” y tal parece que de allá mismo llegó la determinación de levantar las banderas rojinegras el 22 de diciembre del mismo año.

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Lo único que López Zertuche pedía a sus empleados era trabajo, puntualidad y honradez. Siempre estaba cerca de su personal y así lo recuerda Sixto Mendoza Charles, quien entró a trabajar a CINSA en 1940: “Cuando hicieron el comedor para empleados, unos siete años después de que yo entré, don Isidro comía con nosotros allí. Comía lo mismo que nos daban a los trabajadores y, cuando terminaba, se fumaba su cigarro y platicaba con nosotros”.

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Felipe Bueno González, quien era el encargado de la fábrica de cepillos, recibió una importante lección de rectitud cuando consultó con López Zertuche lo que debía hacer con una factura que no había sido cobrada por un proveedor y que estaba casi en el olvido. La respuesta no dejó lugar a dudas: “Lo que no es de nosotros, no es de nosotros, Felipe. Llámele a esas gentes y dígales que pueden pasar a recoger su cheque”.

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Hombre estricto
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Cuando era necesario, López Zertuche aplicaba medidas muy rígidas y nadie mejor que su hijo Javier para contarlo. Cuando estaba a punto de graduarse en el Tecnológico de -Monterrey, decidió que no quería continuar y así se lo dijo a su padre, quien le habló sin rodeos: “Las consecuencias de lo que cada uno hacemos, bien o mal, las tiene uno que sobrellevar por sí mismo, nomás que aquí en la casa yo no quiero holgazanes. Si tú no quieres seguir estudiando, tendrás que ponerte a trabajar”. El joven inmediatamente pensó en CINSA, pero nuevamente surgieron palabras poco estimulantes, pues su padre no movería un dedo para favorecerlo y tendría que solicitar empleo, como cualquier otro, en el departamento de personal.

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Isidro y Javier señalan que uno de los valores más importantes de su padre era la unión en la familia y el respeto a la amistad. “Unos cuantos pesos de más o de menos no importan si ése es el precio de la unidad. Los pesos van y vienen —les decía—, pero la unidad, cuando se pierde, se pierde para siempre.” También cuidaba la igualdad entre los hermanos y el respeto al hogar como si fuera algo sagrado, pues no toleraba las mentiras ni la arbitrariedad en los horarios de comida. Ana María piensa que el carácter estricto de su padre “era la parte amarga, pero necesaria, de la convivencia familiar”.

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Desde niño, López Zertuche fue fiel creyente de la Virgen de Guadalupe y fue precisamente su fervor católico lo que lo llevó a comprometerse con obras asistenciales, como la fundación del Colegio México, inaugurado en 1953 para asegurar la educación de los hijos de los obreros, muchos de los cuales eran becados por el propio empresario. También encabezó el patronato del Asilo Maas para niños huérfanos y abandonados.

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En mayo de 1959, tan sólo unos días antes de morir a causa de un padecimiento cardiaco, López Zertuche recibió una de las noticias más gratas de su vida como empresario: Estados Unidos solicitó a CINSA dos vagones completos de estufas de gas natural. Si bien exportar no era novedad para él (lo hacía a Centro y Sudamérica), le relató a un reportero en la última entrevista que concedió: “Me parece estar viviendo una historia fantástica de Julio Verne, porque es motivo de orgullo para México ver que nuestros productos se abren paso en Estados Unidos”.

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