Las culpas del centralismo
El centralismo es el villano favorito de la demagogia política, acusado no sólo por estragos de los que es, indudablemente, culpable, sino también de cualquier otro crimen político-económico del que no se encuentre explicación. El chivo expiatorio perfecto.
- A pesar de que el discurso anticentralista ha existido en México por casi 200 años, ha sido apenas en los últimos 20 cuando se ha empezado a poner en práctica. Hoy, el debate de cómo descentralizar al país es, quizás, el punto más importante de la agenda política. La manera como se resuelva definirá en buena medida el éxito del proyecto de desarrollo nacional.
- Vivimos en un país fragmentado, en donde muy pocos focos de desarrollo viven junto (o mejor dicho, en paralelo) a regiones donde la modernidad ni siquiera se asoma. Nuestra geografía económica crea una situación perder-perder: mientras en las pocas grandes metrópolis la calidad de vida sufre un deterioro abismal, en el resto del país se vive un circulo de pobreza perpetuado por el abandono y la falta de recursos.
- Es esta heterogeneidad, producto de años de miopía en el diseño y aplicación de las políticas públicas, uno de los obstáculos más grandes que enfrentamos. No se puede hablar de un desarrollo sustentable que no esté avalado por estados y municipios prósperos y responsables.
- El que pagaba, mandaba
Durante todo el siglo XX la organización de poder en el país fue clara: al depender los estados casi en la totalidad de sus ingresos de la federación, se debían someter a las decisiones del centro y tomar de él las directrices políticas, económicas, empresariales, sociales y culturales.
- Como particular excepción destacaban los estados del norte, principalmente Nuevo León, que compensaban la falta de poder político con un potente contrapeso económico que les permitía un mayor control de su destino.
- Sin embargo, todo empezó a cambiar en la década de 1980, cuando la grave situación de déficit fiscal y endeudamiento público evidenciaron la incapacidad e ineficiencia del sistema.
- Los poderes estatales y municipales se dieron cuenta que “cada quien veía por su santo” y que el único camino viable de desarrollo era conseguir mayor control, tanto de recursos como de toma de decisiones, que permitiera acortar la distancia entre el origen de los recursos y su destino.
- Sistema que nace torcido.... tarda en enderezarse
Redefinir el régimen de gobierno entre la federación y los estados ha sido una lucha en dos frentes. El directo: cambios constitucionales y operativos enfocados a reubicar la posición de las entidades; y el indirecto: reformas que, a pesar de no llevar el mote de descentralizantes, han contribuido a la mejor distribución del poder.
- Los avances de los últimos años han sido muy importantes, particularmente en los campos de educación y salud, pero el paso definitivo para asegurar un esquema de fuerzas equilibrado apenas se empieza a dar. La unión entre los actores estatales y municipales indudablemente ha hecho la fuerza, estableciendo un contrapeso real y necesario al poder central.
- El poder no es pedir
Es muy importante tomar en cuenta que el status quo no empezó a cambiar por la voluntad y convicción del gobierno federal, sino por el empuje, y hasta cierto punto la ambición, de los poderes de abajo. Hay que tener mucho cuidado.
- Hoy, en el momento que se está redefiniendo el papel de los participantes en el mapa político nacional, es muy importante tomar en cuenta que lo único más dañino que continuar con un esquema concentrado en el centro sería una mala distribución del poder hacia los estados, que en vez de fortalecer a la sociedad perpetúe panales de fuerza: una pulverización de minicentralismos regionales.
- Asegurar una transición exitosa dependerá, principalmente, de tres factores. El más importante es la reorganización fiscal: se debe conseguir que los estados y municipios compartan la responsabilidad del gasto, así como la de la recaudación y el endeudamiento; permitir que las entidades gocen del beneficio de una cartera más profunda e independiente a la vez que asumen el costo político que esto implica (se es popular cuando se gasta más, no cuando se cobra más).
- En segundo lugar, se debe fortalecer el Estado de derecho para que la guía de acción deje de ser la voz del centro y el país se empiece a regir por leyes claras, aplicadas de manera homogénea.
- Asimismo, es preciso enfatizar los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas en todos los ámbitos del gobierno, con el fin de estar en condiciones de legitimar el poder de los servidores públicos en los diferentes escalones políticos.
- Es difícil abandonar los vicios de tantos años y más aún si se intenta hacer con el discurso incorrecto. La vía para solucionar el centralismo, no es el federalismo (semánticamente antónimos, pero a fin de cuentas otra palabra vacía, favorita de la demagogia inservible) sino el enfatizar el camino de la corresponsabilidad entre el poder federal, los estados, los municipios y, sobre todo, la sociedad civil.
- Independientemente de los crímenes que en el pasado se hayan cometido, dolosamente o no, por el centralismo, el peor delito hoy sería cambiar un discurso político errado por otro peor.