Reducir la brecha
Ciertas señales indican que, por fin, desde el ángulo del poder existe una visión distinta de la realidad mundial. En vistas de que el modelo económico imperante durante décadas, de aprovechar mano de obra barata de los países menos desarrollados para mantener a raya los costos en las naciones prósperas ha mostrado sus limitaciones, ahora las reflexiones comienzan a apuntar hacia otro lado: la verdadera conveniencia de reducir la brecha entre ricos y pobres.
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Comienza a triunfar, al menos en el campo teórico, la idea de que a nadie le conviene que exista pobreza en el mundo. La lógica económica establece que es preferible tener más consumidores con poder adquisitivo que muchas manos casi gratuitas que produzcan cosas que muy pocos pueden comprar. Raya en lo obvio, pero no era precisamente la idea que prevalecía en los círculos mundiales del poder, basada sobre todo en la “eficientitis” de las grandes multinacionales.
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Sin embargo, lo importante es preguntarse si esto repercutirá en algún momento en un nuevo equilibrio de fuerzas o, como suele decirse, en un nuevo orden internacional, que de verdad propicie una prosperidad más incluyente y duradera. Baste con imaginarse la realidad de nuestro país: si hoy los mexicanos percibieran 100% más de ingresos, el desempeño del mercado interno sería radicalmente distinto. Por supuesto que este paso no se da con una mera jugada de pizarrón, sino a través de una serie de medidas políticas, económicas y sociales que permitan sustentarlo, lo cual ha sido materia de discusión en los últimos años.
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¿Es una utopía inalcanzable? Difícil responderlo, pero tiene que ver en mucho con el modelo de intentar dejar la responsabilidad completa al mercado. Por ahí no se llegará a ningún lado. La economía mundial requiere, al tiempo que avanzan la globalización, la desregulación y la apertura, matizar los profundos desequilibrios que aún prevalecen. De ahí la trascendencia de lo acontecido en el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), recién celebrado en Davos, Suiza, donde la agenda de discusión se centró en cómo tender puentes sólidos a las divisiones entre países ricos y pobres.
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Hay que entender al WEF para dimensionar las propuestas que de ahí surgen (ver artículo en página 18). Prácticamente todas las reuniones internacionales que se dan están cargadas de tintes políticos o de intereses muy específicos (llámense la ONU, el Fondo Monetario Internacional, la OPEP, la Organización Mundial de Comercio, la Organización Internacional del Trabajo, G-7, etcétera), en las que los participantes representan a sus respectivas naciones y, por ende, defienden causas particulares. En el Foro de Davos, si bien acuden en efecto líderes políticos y los hombres y mujeres de negocios más influyentes del planeta, el diálogo existe al mismo nivel con científicos, líderes sociales, organizaciones no gubernamentales, académicos, periodistas y artistas. Es decir, la pluralidad en su máxima expresión. Si no existiera un foro así, habría que inventarlo, porque el mundo requiere este tipo de comunicación, incluyendo, por supuesto, a las organizaciones que se manifiestan en contra de reuniones de esta índole. Y más aún cuando el espíritu de Davos, ahora con mayor énfasis, unió a la economía con lo fundamental: el ser humano.
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