Hace 20 años, como se muestra en la historia de portada de la edición -número 390 de Expansión (mayo 9 de 1984), los productores mexicanos de vinos -levantaban sus copas para celebrar un feliz acontecimiento: después de mucho -tiempo de tragos amargos, las botellas nacionales empezaban a competir -dignamente contra las bebidas de origen extranjero.
- El primer brindis, según las fuentes consultadas en ese entonces, tenía que -dedicarse a la buena estrella del sector: el momento en que los productores -mexicanos estuvieron listos para presentar un vi-no mexicano de calidad, -coincidió –felizmente– con la época en la que ya no se conseguían -fácilmente las bebidas importadas –que además resultaban muy caras, en -comparación con los $1,200 viejos pesos que llegaba a costar una botella -mexicana– .
- “Los vinos extranjeros han entrado en el terreno del petróleo, por-que son -recursos no renovables. Y esto sucede justamente en el momento en que el mercado -puede disponer de una serie de marcas que, toda proporción guardada, ya es apta -para sustituir a muchos de esos vinos importados; situación que hace 10 ó 15 -años hubiese sido francamente poco probable”, aseguraba el enólogo Julio -Michaud.
- Así, la industria mexicana del vino esperaba una demanda que parecía -inconcebible: 49.9 millones de litros. Una cifra alentadora desde la perspectiva -interna de esos años, pero que palidecía frente a los números de mercados -más desarrollados: Francia con 54 millones de hectolitros y España con 2.6 -millones de hectolitros.