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Tolerancia cero y crecimiento económico

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Si Rudolf Giuliani, ex alcalde de Nueva York y héroe del nine eleven, tiene éxito en la aplicación del programa cero tolerancia para combatir la criminalidad en el Distrito Federal, le habrá hecho a México más de un favor.

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El beneficio más claro y directo sería quitarle de las manos a los delincuentes la ciudad de México, que nos la han robado a todos (capitalinos o no). Pero habría otra ganancia, no menos importante, que tiene que ver con la superación del subdesarrollo mental y el crecimiento de nuestro país. Veamos.

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En buena medida, el atraso económico y social del país se debe a que predomina la cultura de no asumir la responsabilidad de nuestros actos. Un ladrón asalta y sabe que tiene una gran probabilidad de no ser castigado (impunidad judicial). Un empresario fracasa y busca la manera de endosarle sus deudas a quien se deje (Fobaproa). Un líder social desvía fondos ilegales y trata de escapar a la justicia a través de la presión política (Pemex gate). Campesinos y estudiantes cometen toda clase de actos ilícitos y se escudan tras una supuesta protesta legítima (Atenco y CGH). Políticos y gobernantes endeudan a generaciones de mexicanos y, en vez de pagar con cárcel o desprestigio, se dedican a gozar de su riqueza (López Portillo, Echeverría). Un taquero prepara sus alimentos sin higiene alguna, llena de salmonelosis a sus clientes y sigue adelante con su negocio (changarritos de la calle). Un transeúnte tira a la acera su bolsa de frituras, sus colillas de cigarro y su chicle masticado, y no le importa quién tenga que pagar por su limpieza. La lista se extiende, literalmente, al infinito.

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Cero tolerancia es la antítesis de esta cultura. Se basa en la premisa de que, si alguien hace algo mal tiene que pagar por ello, sea grande o pequeño. No hay tolerancia. Si el éxito de Giuliani resulta rotundo, habrá demostrado que este país no tiene otra salida que asegurarse de que cada individuo se haga responsable de sus actos. Si alguien obra bien gozará de recompensa económica y reconocimiento social. Si obra mal, tendrá que enfrentar la ruina, la cárcel y el desprestigio. Es precisamente esta filosofía la que alinea los incentivos para que la gente se empeñe en crear valor (no en usurparlo de los demás, privatizando beneficios y socializando costos). Esta es exactamente la base ideológica del verdadero sistema de mercado, que ha llevado a las naciones civilizadas a alcanzar el desarrollo con el que nosotros, hasta hoy, sólo soñamos.

El autor es maestro en administración de negocios y en administración de empresas por la Universidad de Harvard.

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