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¿Es posible crecer y respetar el ambien

Tampico apuesta a que sí. Las empresas de la región empiezan a poner el ejemplo.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Eduardo Prieto ya está jubilado. No es que esté viejo, enfermo o desganado. Simplemente dijo adiós a su empleo para construir un sueño. Le preocupa el medio ambiente, pero también quiere el crecimiento económico. Después de estar atento a la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992, comenzó a elucubrar su idea. Miraba a su alrededor y constataba los rezagos de México, la falta de tecnología para proteger la atmósfera, los efectos perniciosos de las industrias sobre las comunidades asentadas en su perímetro, la falta de estructuras laborales modernas, la pobreza creciente y la casi nula preocupación de los gobernantes por un  desarrollo sostenible. Un término acuñado a comienzos de los 90, que se traduce en satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la satisfacción de necesidades de las generaciones futuras.

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Prieto es ahora presidente del Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible (Cedes), capítulo Golfo de México, que tiene como objetivo, dice, “lograr un cambio cultural en el empresario mexicano. Que a su función primordialmente económica se una la responsabilidad social hacia el personal con el que labora y la comunidad que le rodea, así como un compromiso de preservación del medio ambiente y los recursos naturales.” Por ahora, su margen de acción está en el sur de Tamaulipas, pero es el principio, asegura.

El proyecto de Tampico, pionero en México, tiene metas para el año 2025. Pero ya va cumpliendo objetivos. Uno de los programas que han puesto en funcionamiento varias de las industrias de la zona es la ecoeficiencia, algo así como ser eficaces económica y ambientalmente. Esta nueva mentalidad respecto al negocio engrosa también sus utilidades. Para llegar hasta aquí, todas las empresas de la Asociación de Industriales del Sur de Tamaulipas (AISTAC) han tenido que cambiar sus estrategias. Ahora aceptan que para que su firma sea rentable a largo plazo tienen que tener en cuenta cuatro dimensiones: la económica (es su objetivo primordial), la social (cuidar al trabajador, contribuir a su desarrollo, apoyar la comunidad en la que están instalados), la ambiental (respeto por el medio ambiente y políticas que contribuyan a conservarlo) y tecnológica (herramientas necesarias para conseguir todo lo demás). Con esta receta básica en la mano, la mayoría comenzó a aplicar la teoría a la realidad. Los empresarios de Altamira, Ciudad Madero y Tampico  empezaron  a utilizar términos inusuales en su vocabulario, como ecoeficiencia y sinergia de producto (lo que para unos es desperdicio para otros puede ser insumo).

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El milagro de Nhumo
Esta compañía, única que fabrica en México negro de humo  para llantas y otras aplicaciones, es un ejemplo modelo de la nueva cultura empresarial ligada al desarrollo sostenible. Cuando la adquirió el último dueño en 1992, la situación de las instalaciones era lamentable. Trabajaba a la mitad de su capacidad y 60% de su producción estaba fuera de especificación, no servía. Había equipos obsoletos, fugas contaminantes, exceso de personal, basura acumulada... El director general de la firma, Jesús Vargas, habla de lo que encontraron cuando llegaron: “Había demasiadas personas, se requerían 180 y había cerca de 500.” Prosigue con la retahíla de despropósitos: “Antes había periodicazos todos los días [que acusaban a Nhumo de contaminar]. Lo primero que hicimos fue parar eso con limpieza, poner instalaciones adecuadas para la gente. Luego vino la competitividad. Teníamos pérdidas y había que revertir eso, invertimos en tecnología.”

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De 1990 a 1999 la organización invirtió un promedio de $8 millones de dólares anuales. Además comenzó a trabajar con la mentalidad de desarrollo sostenible. Uno de sus programas, el Proyecto Vulcano, pronto empezó a dar resultados. La idea era utilizar el gas residual de los procesos de secado del negro de humo y convertirlo en vapor. Así se evitarían las emisiones dañinas de co2 a la atmósfera y se podría echar mano de este nuevo producto como energético. A estas alturas ya convierten en vapor 60% del gas sedimental y parte del mismo lo venden a otras empresas. Este proyecto costó $4 millones de dólares hace casi tres años, pero la inversión ya se recuperó. Y los beneficios ecológicos también están contabilizados: se redujeron 4,000 toneladas al mes de bióxido de carbono y bajo el consumo de gas natural en tres millones de metros cúbicos al mes. Como dice el director general de la planta: “Cuando estás produciendo vapor con un gas que no te cuesta es muy bueno. Esto es lo que ha permitido a la empresa seguir siendo competitiva en el mercado internacional. Sin estos proyectos, seguramente habríamos tenido que cerrar aún con muy buena tecnología de producción.”

Vargas tiene otros planes, como el de aceites gastados. La idea es mezclarlos con su materia prima y hacer negro de humo. Lo mejor, según el directivo, es que “acaba con el problema de la gente para deshacerse de los aceites y nosotros lo podemos convertir en insumos básicos. Hasta ahora lo que hacemos es llevarlo a combustión para los hornos de cemento.”

Los cambios tecnológicos y sociales combinados con utilidades ayudaron a que la comunidad empezara a reconocer los logros. Ahora, personal de seguridad de la compañía visita regularmente a los vecinos para ver cómo están y qué problemas tienen. El agua que sale del proceso ya no se vierte a ningún lado. La usan para regar las áreas verdes, que de cero han pasado a ocupar 50% del terreno total de la empresa.

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Lodos de oro
Otro de los proyectos en los que están involucradas varias empresas de la zona es la recuperación de lodos residuales para convertirlos en fertilizantes. Faltan los permisos de las autoridades, pero la expectativa es que el esfuerzo sea muy rentable. Salvador Muñoz, director general de GE Plastics, explica que el abono sería regalado a quien lo quisiera. Aún así, calcula, su empresa saldrá ganando porque se evita la construcción  cada cinco años de un tanque para residuos no peligrosos que cuesta $200,000 dólares. Esta agrupación, fabricante de resinas plásticas de ABS y que cuenta con 108 personas, también consiguió ahorrar $75,000 dólares empleados en enviar a un cementerio industrial los restos no tóxicos que provenían de la limpieza de sus equipos. Además, los sedimentos fueron clasificados y vendidos a firmas recicladoras que los ofrecen a fábricas de zapatos, juguetes o artículos domésticos de plástico. El reciclamiento de agua tratada también le ha traído ventajas. Ya vuelve a usar 70% del líquido residual y esto les ha supuesto un ahorro de casi $80,000 dólares, frente a una inversión de $54,000. “Si no piensas en términos de desarrollo sostenible estás condenado al fracaso.” Y por esta razón también su empresa invierte $6 millones de dólares anuales en sistemas de prevención de contaminación y seguridad de la planta.

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Wilfredo Arroyo, director general de Petrocel, fabricante de poliéster para telas, películas, botellas y filamentos, entre otras cosas, ha aprovechado también sus desechos para que productores de hule de espuma, aislantes acústicos o térmicos utilicen lo que a  él le sobra. Además, hace referencia a las otras dimensiones del desarrollo sostenible: “Tenemos un plan de involucramiento del personal. La gente recibe aportación en relación a logros y resultados. Saben los planes del año próximo. Medimos residuos, accidentes, tiempo perdido, volúmenes de agua descargada, calidad de las aguas y del ambiente de trabajo. Apoyamos el mantenimiento de dos escuelas, al DIF, Cruz Roja, bomberos, Cáritas.” En el proyecto de lodos, Petrocel contribuirá con 160 toneladas de las 1,000 previstas en principio.

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PYMEs, el gran reto
Eduardo Prieto cuenta que, desde hace dos años, las escuelas de Altamira, Tampico y Ciudad Madero han incluido en primaria, secundaria y preparatoria manuales de desarrollo sostenible. A partir de este nuevo ciclo escolar, todos los colegios del estado de Tamaulipas lo incorporan a sus asignaturas. Además, un grupo de 100 facilitadores instruirán a los profesores en estos contenidos. La intención es hacer lo mismo en Querétaro y extenderse luego a toda la república, hasta vender la idea al extranjero. Todo esto es pionero en México. Cedes también ha sido el responsable de los sistemas de medición que han hecho balance de la primera fase del proyecto Gran Visión 2025. Por el momento han invertido $70 millones de pesos, pero el plan total está estimado en $250,000 millones.

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A partir de ahora el objetivo de Prieto es que las pequeñas y medianas empresas, 95% del total de la zona, asuman procesos de ecoeficiencia: “Vamos a capacitarlos a través de las cámaras. Sabemos por experiencia que no es un cambio rápido. La idea es que un taller mecánico pueda diseñar y actuar con mentalidad de desarrollo sostenible. En un sitio así cambian aceite que luego tiran a la coladera y de ahí al río y al mar. Hay que modificar eso.”

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En diciembre de 2003 se revisará esta segunda fase. Mientras, habrá que hacer frente a algunos obstáculos, según Prieto. “Lo más importante es la falta de infraestructura. Lo que limita es que compites con otras partes del mundo y de México para los proyectos. Cuando tienes falta de carreteras y puertos ineficientes es complicado –afirma–. En agricultura el gran problema es la falta de tecnología, de inversión, de seguridad en la tenencia de la tierra, la desorganización ejidal. No competimos en términos iguales con nuestros similares. En el resto del mundo hay subsidios muy elevados.”

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Alejandro Nosti, director de Primex, fabricante de PVC, también opina: “El gran depredador de la naturaleza es la pobreza. Yo puedo exigir que se cumpla el protocolo de Kyoto pero si tengo miles de personas  muriendo de hambre y no les doy alternativas de sustentabilidad es imposible. No es sólo medio ambiente, también hay que ver lo social. Lo que le pasa al entorno es una consecuencia de la falta de educación y la pobreza.”

Nosti tiene experiencia. Cuando la planta que dirige comenzó a trabajar hace 20 años no existían normas de protección ambiental. Así que no se invirtió en un sistema de recirculación de monómero residual, esto trajo consigo que las consecuencias fueran nefastas para la organización. El ahorro se tornó en doble gasto en cinco años, cuando los secadores se corroyeron con el ácido. Hubo pérdida de producción. Pero esta mentalidad alejada de la sustentabilidad comenzó a cambiar a partir de 1997. El director general de la planta, lo cuenta: “Tuvimos que cambiar desde el procedimiento administrativo hasta inversiones de $300,000 pesos por un recipiente, o una de $100,000 dólares que ayudaron a resolver  un problema de generación de un subproducto.”

Ahora quieren convertir sus emisiones en materia prima para otra compañía que se va a instalar dentro de su planta. El 100% de los gases van a ser lavados y serán el insumo básico del ácido cumárico. Nosti lo explica: “Lo que para mí es un residuo para ellos es una materia prima. Para mí es una responsabilidad con el medio ambiente y para ellos un negocio. La alternativa era quemar esos gases  a un costo de $1.5 millones de dólares y ahora es un costo cero para mí. Yo no le cobraré. Mi principal ventaja es la responsabilidad ambiental de emisión cero; además del costo social, porque se quejaban los trabajadores. Con esto habrá más empleos y derrama económica.”

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