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Y volver, volver, volver

Hay quienes no saben encontrar su lugar
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

No sé qué escritor, al hablar del Infierno, asegura que es circular, pues esa figura le parece el símbolo perfecto de lo interminable. Tampoco sé si exista la eternidad, pero eso de regresar una y otra vez al mismo lugar debe parecerse mucho a ella.

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Como las golondrinas (o como el morboso criminal del dicho), Domínguez (que en realidad no se llama así, pero para el caso es lo mismo) tiene por hobby –de alguna manera hay que decirlo– el regresar (e irse) una y otra vez de esta empresa.

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Para el resto de la humanidad, las cosas se acaban y ya. Católico ferviente (por aquello de la vida futura y la resurrección de los cuerpos), en Domínguez las cosas no se acaban, si acaso se posponen.

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Es bien sabido que nunca hay que conformarse, que hay que superarse continuamente y buscar siempre mejores opciones profesionales y personales. Pero en Domínguez la cuestión resulta ya endémica: no hay vez que no sueñe con vivir otra vida, con tener un mejor trabajo, mejor ingreso o mejor esposa.

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Cuando está aquí se cree que estaría mejor allá y cuando recorre unos metros hacia la anhelada –y siempre más verde– otra orilla del río, de repente emprende la retirada, con o sin justificación aparente. Se regresa, triste y cabizbajo, al seno familiar de esta empresa –o, venido el caso, de su esposa–  para reconocer, la voz grave y temblorosa, que estaba equivocado.

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La primera vez fue hace dos años: no aguantaba más, tenía que explorar nuevas posibilidades. Había un trabajo en una empresa de exportaciones e importaciones recién creada por su cuñado –un pez gordo recién salido del Departamento del Distrito Federal–, un “filón” de esos con el que, a poco que le fuera bien, en cinco años se compraría su primer jet privado. Por supuesto no hubo jet... y ni siquiera quincena al término de su segundo mes de trabajo. Los conectes del ex funcionario no resultaron tan buenos fuera de la dependencia. Resultado: Domínguez fue readmitido en su puesto de gerente de ventas.

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La segunda ocasión quiso explorar nuevos mundos: le propusieron un trabajo para una multinacional de alimentos en Estados Unidos. Ante la perspectiva de ganar en dólares, ir de compras al mall en un flamante coche y sentirse el protagonista de alguna serie de televisión, Domínguez dijo un rotundo “sí quiero”. Se arrepintió en cuanto empezó a trabajar a ritmo frenético en la compañía desde México, en espera de que llegara la visa de inmigración. “El mundo corporativo internacional no es para mí”, se limitó a decir cuando saludamos su regreso.

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¿Y tan indispensable es Domínguez que siempre se le acoje con los brazos abiertos? La verdad, no tanto. Aparte de simpático, Domínguez no pasa de ser un empleado del montón, como lo es un servidor –aunque él sea menos consciente de su medianía–, cumplidor, con cierta experiencia y capacidad, pero tampoco se trata de un talento difícil de reemplazar.

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Conocí la verdadera razón por la que siempre se le admite de regreso durante la fiesta organizada para su primera despedida: al final y en corto, chispeante por los cinco vasitos de plástico con sucedáneo espumoso que se tomó, Domínguez me confesó que su familia y la del director general de la empresa eran íntimas. A él le dieron el puesto para que “tuviera un futuro y pudiera casarse” con quien es ahora su mujer. “En realidad –musitó– yo siempre he pensado que valgo mucho más que para las ventas.” No quise indagar más.

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A mí, personalmente, lo de su “palanca” no me importó: Domínguez cumple bien con su trabajo y tiene una de esas caras risueñas y afables con las que da gusto encontrarse en las mañanas de los lunes. Conozco muchos casos infinitamente peores de “recomendados”, pero este no es el momento para hablar de ellos.

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Hoy fue la nueva despedida de Domínguez –esta vez se va a probar suerte a una compañía de comercio por Internet, por aquello de que “es el futuro”–. Nadie sabe si será la última. Durante el festejo, corrieron las apuestas y yo ya estoy organizando una quiniela. Claro, no le he dicho a nadie que poseo información privilegiada con la que pronostico su eterno retorno a este pequeño y cómodo Infierno, que no tiene círculos de eternidad pero sí de calidad, cálido refugio de su sempiterna frustración.

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