Los desencuentros, el menú, el protocolo: el G-20 más allá de la crisis
Al margen de la crisis europea, de Siria y de los encuentros bilaterales, en la Cumbre del G-20, que se clausura este martes en Los Cabos, Baja California Sur, se han vivido muestras esporádicas de nacionalismo, reuniones de líderes con cara de pocos amigos, y pequeños altercados de la prensa y algunos vecinos de la zona.
Cuando el presidente Barack Obama subió a su limusina en el resort Esperanza rumbo a su cita con Vladimir Putin, se encontró con una manifestación, aunque no era en su contra. Unas 20 personas saludaron a Obama a su salida del hotel, dándole la bienvenida con pancartas que apelaban al líder a tomarse una foto con ellos. El tono alegre cambió más tarde en la rueda de prensa del presidente de EU con su homólogo ruso. Los mandatarios no cruzaron la mirada, Putin se mostró inexpresivo y Obama figuraba ante los medios con las manos cruzadas en su regazo.
A esa misma hora, unas dos decenas de integrantes de organizaciones locales protagonizaron la única protesta en las instalaciones de la cumbre. Los manifestantes desafiaron los 38 grados centígrados y reclamaron una solución a sus problemas de agua, por lo que intentaron cerrar el acceso a vehículos al Centro de Convenciones. Policías federales los replegaron rápidamente.
Horas antes, en la inauguración de la cumbre, los líderes llegaron en camionetas Suburban, en lugar de los habituales automóviles en estas citas de alto nivel. Los mandatarios se reunieron en un enorme salón cuadrado alrededor de una mesa redonda, con pequeños cactus en el centro, vegetación típica de la región. El distanciamiento entre Obama y Putin de nuevo fue visible: ni siquiera se voltearon a mirarse, a pesar de que a ambos solo los separaba Calderón.
La foto oficial tras la primera reunión plenaria fue una muestra de la situación de las relaciones internacionales. En la primera fila, en el extremo derecho, el presidente Putin, y en el izquierdo, el presidente francés François Hollande, con ideas opuestas sobre la solución de la crisis siria. En el centro, figuraba el presidente Felipe Calderon, el anfitrión, flanqueado por Hu Jintao, de China, y Lee Myung-Bak, de Corea del Sur, claves para la economía internacional. En la primera fila, también estaba Obama, justo, delante de la canciller alemana, Angela Merkel. También en la misma línea de Calderón, posaron la presidenta argentina y la brasileña. Ya en el fondo, los presidentes de España, Colombia y Chile.
La cena que siguió a la toma de la fotografía tuvo toques mexicanos y tropicales. El menú, con dos opciones en el primer plato y en el principal, tuvo de entrada un salpicón de langosta con apio y vinagreta de limón o una ensalada pico de gallo con vinagreta de cilantro y tortillas crujientes; mientras que de plato principal, la elección fue entre pollo de leche en adobo con puré de piña y ensalada de tortillas crujientes o pescado a la veracruzana. De postre, los mandatarios disfrutaron de una tarta de dulces mexicanos con gaznate de frambuesa en una base de amaranto.
Tras la cena, los mandatarios disfrutaron de un espectáculo a cargo de los voladores de Papantla, ritual prehispánico de Veracruz, a lo que le siguió una breve sesión de pirotecnia. Durante la velada, dos fotógrafos de EU protagonizaron un enfrentamiento en el que “casi se liaron a golpes”, según la fuente presidencial estadounidense. La escena se vivió en el salón donde los representantes de los medios aguardaban acompañados de música de los 80.
Otro de los desencuentros de la cumbre fue entre británicos y argentinos. El primer ministro británico, David Cameron, rechazó este martes una carta que quiso entregarle la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, sobre su reivindicación de las Islas Malvinas, según la agencia oficial Télam. Cameron dijo a Fernández que debería "respetar los puntos de vista de los habitantes de las Malvinas", que el próximo año celebrarán un referéndum para definir su identidad nacional. El británico se dio la vuelta y regresó a su banca, según Télam.
En el hotel Hola Grand Faro, sede del centro de prensa, localizado sobre la playa a unos tres kilómetros del lujoso Centro de Convenciones, los trabajadores no “viven” la cumbre. “Preferimos el turismo internacional a este tipo de turismo. Son muy pocas propinas estos días”, relata José Ángeles, quien llegó en 2008 a Los Cabos en busca de mejores oportunidades desde el estado de Oaxaca, en el sur de México, y ahora atiende una barra de uno de los bares del hotel.
Jaime Montaño, un vendedor de artesanías frente a la plaza Mijares, la principal de San José del Cabo, sede del evento, asegura que la cumbre “ahuyentó” al turismo, aunque espera que “la buena imagen que se llevan de Los Cabos sirva para fomentarlo”.
La cumbre cierra este martes con una esperada declaración, donde no se esperan soluciones mágicas a los problemas que rondan a Europa y a la economía internacional.