"Hablamos con nuestras familias como si fuera la última vez"
Nueva York es hogar de 150,000 ucranianos. Vivir el conflicto lejos de casa les ha dejado sin dormir y con un miedo constante por no hablar con sus familias de nueva cuenta.
NUEVA YORK.- La última vez que Anna Sirychenko habló con su madre se despidió de ella como si nunca más fueran a establecer contacto. “Te amo. Ucrania será libre”, escuchó por teléfono unos minutos antes de que su madre y su hermana menor, como otros miles de ucranianos, salieran de casa, en Kiev, la capital, rumbo a Polonia para intentar buscar refugio.
Anna le pidió a su madre, Luydmila, que saliera de Ucrania desde hace semanas, cuando las tensiones con Rusia se estaban acelerando, pero en ese momento, dice, nadie dimensionaba lo que vendría después. “Creo que aún no alcanzamos a entender lo que puede suceder. Como ucranianos estamos acostumbrados a lidiar con un vecino difícil. Rusia siempre ha sido como una sombra y sentirse inseguro era costumbre, pero esto es mucho más”, asegura.
Ya han pasado 22 horas y Anna no ha podido escuchar de nueva cuenta la voz de su madre. Lo máximo que ha recibido son mensajes cortos por Telegram. De su padre sabe un poco más, él decidió quedarse en Ucrania. Adaptó el sótano en conjunto con algunos de sus vecinos también de edad avanzada que prefirieron no escapar. Anna dice que también trató de convencerlo de que era necesario salir desde hace algunas semanas, pero no lo consiguió. Dice que es un hombre viejo, educado en la vieja escuela. “Él me responde: es mi casa, por qué me tendría que ir, es mi hogar y me quedaré pase lo que pase. Los ucranianos están listos para morir por su país y mi familia probablemente también”.
Anna es parte de una oleada de jóvenes ucranianos que llegó a Estados Unidos hace cerca de una década. Hombres y mujeres, generalmente con estudios universitarios o de posgrado, que vieron en el país una opción para salir de Ucrania porque ya no se sentían seguros. La invasión de Rusia a Crimea, de 2014, que finalmente terminó en su incorporación a la federación rusa dejó una herida profunda, dice Constatin Kogan, que llegó a Nueva York hace ocho años para dejar atrás esa sensación constante de inseguridad. “Después de eso (de la toma de Crimea) nunca más me volví a sentir bien en mi país, y entonces entendí que las cosas no iban a parar. Y aquí estamos, ocho años después está pasando de nuevo”, dice durante una protesta en Times Square, en el centro de Manhattan.
La última vez que Anna Sirychenko habló con su madre se despidió de ella como si nunca más fueran a establecer contacto. “Te amo. Ucrania será libre”, escuchó por teléfono unos minutos antes de que su madre y su hermana menor, como otros miles de ucranianos, salieran de casa, en Kiev, la capital, rumbo a Polonia para intentar buscar refugio.
Diana Nava
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La invasión de Rusia a Crimea, de 2014, que finalmente terminó en su incorporación a la federación rusa dejó una herida profunda, dice Constatin Kogan, que llegó a Nueva York hace ocho años para dejar atrás esa sensación constante de inseguridad. “Después de eso (de la toma de Crimea) nunca más me volví a sentir bien en mi país, y entonces entendí que las cosas no iban a parar. Y aquí estamos, ocho años después está pasando de nuevo”, dice durante una protesta en Times Square, en el centro de Manhattan.
Diana Nava
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Una oleada de jóvenes ucranianos que llegó a Estados Unidos hace cerca de una década. Hombres y mujeres, generalmente con estudios universitarios o de posgrado, que vieron en el país una opción para salir de Ucrania porque ya no se sentían seguros.
Diana Nava
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Nueva York es hogar de la población más grande de ucranianos en Estados Unidos. Los más viejos llegaron tras la Segunda Guerra Mundial, una segunda ola lo hizo cuando cayó la Unión Soviética y una última generación ha llegado en los últimos 10 años, después de que el gobierno ruso endureció su postura en contra de las naciones independientes que en algún momento fueron parte del territorio.
Diana Nava
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Para ellos quedarse en casa ha sido una tarea imposible, dicen todos los entrevistados. Muchas de las compañías para las que trabajan en la Gran Manzana les han dado días libres para que intenten relajarse en casa, puedan seguir las noticias y tratar de hablar constantemente con sus familiares. Pero la ansiedad que les provoca estar a casi 8,000 kilómetros es demasiada.
Diana Nava
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Han ideado campañas para enviar dinero a Polonia y comprar autobuses para que la gente salga por ese lado de la frontera o adquirir armamento para su Ejército. Todos dicen que están orgullosos de su gente, pero que saben que el Ejército ruso es duro y Ucrania no está preparada.
Diana Nava
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Times Square, la plaza considerada por muchos como el corazón de la ciudad, se ha convertido en su principal punto de protesta. Durante los días laborales de la última semana se han reunido ahí después de las seis de la tarde, este sábado han llegado antes, a medio día. La mayoría lleva pancartas y van vestidos de amarillo y azul, los colores de la bandera.
Diana Nava
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La diferencia de horario entre el este de Estados Unidos y Ucrania es de siete horas. Mientras en Nueva York cae la noche, en el este de Europa está amaneciendo. Pero la rutina y las horas de sueño poco han importado en los últimos días.
Diana Nava
Nueva York es hogar de la población más grande de ucranianos en Estados Unidos. Los más viejos llegaron tras la Segunda Guerra Mundial, una segunda ola lo hizo cuando cayó la Unión Soviética y una última generación ha llegado en los últimos 10 años, después de que el gobierno ruso endureció su postura en contra de las naciones independientes que en algún momento fueron parte del territorio. East Village en Manhattan y Brighton Beach en Brooklyn son los barrios principales de la comunidad de cerca de 150,000 ucranianos que viven en Nueva York.
Para ellos quedarse en casa ha sido una tarea imposible, dicen todos los entrevistados. Muchas de las compañías para las que trabajan en la Gran Manzana les han dado días libres para que intenten relajarse en casa, puedan seguir las noticias y tratar de hablar constantemente con sus familiares. Pero la ansiedad que les provoca estar a casi 8,000 kilómetros es demasiada.
Han ideado campañas para enviar dinero a Polonia y comprar autobuses para que la gente salga por ese lado de la frontera o adquirir armamento para su Ejército. Todos dicen que están orgullosos de su gente, pero que saben que el Ejército ruso es duro y Ucrania no está preparada. Una campaña de Facebook liderada por una serie de organizaciones ucranianas con sede en Nueva York, para donar material médico, táctico y de emergencia, ya rebasaba los 8 millones de dólares en donaciones hasta la madrugada de este domingo.
Pero dicen que eso no es suficiente y muchos han decidido salir a las calles. Y ahí Times Square, la plaza considerada por muchos como el corazón de la ciudad, se ha convertido en su principal punto de protesta. Durante los días laborales de la última semana se han reunido ahí después de las seis de la tarde, este sábado han llegado antes, a medio día. La mayoría lleva pancartas y van vestidos de amarillo y azul, los colores de la bandera. Cantan su himno, se abrazan entre ellos y los gritos en contra de Vladimir Putin, el presidente ruso, se escuchan en repetidas ocasiones.
“Ni siquiera he podido dormir esta noche. Lo único que puedo es estar aquí, mostrando mi postura como ciudadano”, dice Kogan, que trabaja en la industria tecnológica. Acudió a Times Square acompañado de sus dos hijos, ambos nacidos en Estados Unidos. Ninguno de los dos entiende lo que está pasando, pero tienen una bandera de Ucrania pintada en las mejillas. Viajaron hacia allá el año pasado para visitar a la madre de Constatin. El mayor de sus hijos dice que recuerda que en Ucrania comió muchas paletas y que atravesó un gran océano para llegar. Los planes de la familia eran volver este año para visitar a la abuela. Ya no saben si volverán. Y tampoco si la verán de nueva cuenta.
Los padres de Constatin Kogan no han podido salir de su ciudad. Ambos ya son de edad avanzada y le cuentan que la ciudad ya está rodeada y que no hay forma de escapar. Dice que ha logrado hablar con ellos de manera continúa, pero que cada vez es más difícil porque no sabe si habrá una próxima ocasión. “Estoy hablando con él [con su padre] todos los días como si fuera la última vez”.
Vivir con la mente en otro huso horario
La diferencia de horario entre el este de Estados Unidos y Ucrania es de siete horas. Mientras en Nueva York cae la noche, en el este de Europa está amaneciendo. Pero la rutina y las horas de sueño poco han importado en los últimos días. Angelina Dziuba llegó a Manhattan hace 10 años, pero toda su familia continúa viviendo en Ucrania. Dice que los últimos días han sido muy difíciles, que se siente cansada, pero que le ha sido imposible dormir. Que hacerlo le podría significar perderse algo o dejar de saber de sus padres.
“No he podido comer, ni dormir. Los últimos días han sido muy pesados para todos. Ya no sé en qué zona horaria vivo, No puedo dormir, tengo miedo de dormir, tengo miedo de perderme algo. Despertar y entonces enterarme de que algo nuevo pasó o no poder hablar con mi familia”, dice Angelina, que hoy trabaja en la industria de la moda. Su familia habita en una de las ciudades que ya han sido atacadas por el gobierno ruso. Cuenta que al hablar con sus padres se pueden escuchar las bombas y cómo crujen las ventanas, que sus padres están asustados y que está segura que no le cuentan todo porque no quieren preocuparla.
Pero eso no la calma, dice que sabe que las cosas no van bien y que no sabe si podrá verlos de nuevo. “Mis padres están intentando no decirme o compartirme lo que realmente están sintiendo, creo que me están protegiendo de saber demasiado. Yo intento estar con ellos y les envío fotos para que sepan que alguien se preocupa, que el mundo se preocupa. Ellos creen que están solos”.
En los últimos días, la nueva rutina de muchos ucranianos radicados en este lado del mundo consiste en dormir un par de horas, intentar hablar con sus familiares y amigos, leer las noticias, salir a las calles o apoyar iniciativas virtuales y repetir el ciclo. Para mantenerse informados también han creado nuevas estrategias. Se han suscrito a las alertas de noticias de Google, se turnan para monitorear medios y dividen la información por regiones. Crearon un grupo de trabajo de Slack y el número de miembros de sus grupos de Whatsapp y Telegram incrementan rápidamente.
Nadiia Komarnytska dice que los últimos tres días han sido quizá los más estresantes que ha vivido. Llegó a Nueva York hace tres años, pero toda su familia está en Kiev, la capital de Ucrania. Su padre ya es un hombre viejo y enfermo. Dice que él tiene que estar en cama y eso ha hecho que su madre y el resto de su familia se queden en la ciudad.
Sus padres aún tienen conexión a internet y eso ha hecho que continúen el contacto de manera casi ininterrumpida. Pero algunos de sus amigos se han refugiado en las estaciones del metro y ahí la señal es escasa. Explica que le cuentan que muchas familias enteras han decidido dejar su casa y mudarse temporalmente a una de estas estaciones. “Siempre que hablo con ellos se escuchan los llantos de los niños, nadie entiende lo que está pasando”, dice. Hablar con ellos cada vez se vuelve mucho más difícil.
Afirma que han buscado refugio ahí porque no encontraron manera de salir de la capital. No había suficiente transporte y pocos habitantes tienen un auto propio. Y que ahora tampoco hay suficiente agua, ni comida. Cuenta que los víveres han comenzado a escasear en todas las tiendas de la ciudad. Una parte de su familia se ha dedicado los últimos días a improvisar un refugio, en donde están dispuestos a recibir a quien sea que lo necesite. También ya se están preparando para eventuales cortes de electricidad.
Los viejos han decidido quedarse
Hay una generación de ucranianos que nació o vivió su infancia durante la Segunda Guerra Mundial, vio el fin de la Unión Soviética, fue testigo de la independencia de Ucrania y ahora atestigua el conflicto con Rusia. Y esa generación, la de los más viejos, es la que ha decidido quedarse por el amor a su país, por los deseos de permanecer en casa o por la imposibilidad de moverse. Los abuelos de Katya Bilonog, quien llegó a Estados Unidos cuando tenía solo tres años, no pudieron salir de casa en Kiev, uno de los epicentros del conflicto.
Katya carga un letrero que dice “Ayuda a mi familia. Dejen de matarnos ahora”. El cartel es peculiar porque está ilustrado con tres fotografías, de sus abuelas, la amiga y el esposo de una de ellas. “Están a salvo ahora, están en Kiev. Solo están intentando beber agua, comer y dormir y mantener todo lo más simple ahí. Están intentando estar tranquilos, pero están aterrados. No pudieron salir y ahora solo están intentando mantenerse a salvo”, dice Katya.
Recuerda poco del lugar donde nació. Pero se siente igual ucraniana como estadounidense. Llegó a Estados Unidos cuando tenía tres años. Sus padres buscaban un lugar más seguro para criar a sus hijos y ella cree que lo consiguieron. Su acento al hablar no arrastra ninguna señal del ruso, la lengua que se habla en casa y el idioma en el que recuerda que desde niña se ven películas o series de televisión en la casa donde creció. Hasta ahora ha podido comunicarse de manera diaria con sus abuelas, pero al igual que el resto no sabe cuándo las verá de nuevo.
Pero mientras muchos de los más viejos no han podido salir de Ucrania, en Estados Unidos una nueva generación con ascendencia ucraniana va perdiendo la posibilidad de regresar o conocer el lugar donde nacieron sus padres. Ivanka y Jacob fueron llevados por sus madres, Iryna Zhukova y Nataliya Hauser, a la protesta de Times Square. Pero ninguno de los dos entiende qué hace ahí. La gente les pide tomarles fotos y algunas veces posan con un poco de aburrimiento ante la cámara.
“Estamos en shock, pero también orgullosos de todos los ucranianos y tenemos fe de que vamos a ganar esta guerra injustificada en contra de Ucrania”, comenta Nataliya mientras Jacob dice repetidamente que no entiende qué hace ahí y que ya quiere irse a casa.
Los restaurantes abarrotados y la iglesia abierta
Las calles de East Village, el barrio ucraniano en Manhattan, tienen una combinación que en tiempos de conflicto podría parecer totalmente contradictoria: en los edificios y algunos comercios se han colocado decenas de banderas de Ucrania, letreros en contra de Vladimir Putin y mensajes de apoyo al país del este de Europa. En la otra cara, los restaurantes están más llenos de lo habitual, decenas de personas se forman enfrente de la iglesia católica de St. George para tomarse una fotografía frente a un letrero que dice “Reza por Ucrania” y el número de peatones se ha incrementado en las últimas semanas, dicen los dueños de algunos de los negocios.
“Creemos que es una manera en la que nos demuestran su apoyo”, dice la mesera de un bar sobre la inusual fila que hay fuera del establecimiento. East Village es una zona popular en Manhattan. Si bien es el hogar de tradición de muchos ucranianos, su cercanía con la Universidad de Nueva York y una oleada de restaurantes latinos, que se ha instalado en el barrio en los últimos años, lo ha convertido en un centro usual de reunión.
Pero lo que se ha visto en la última semana es inusual, dice una mesera de Veselka, uno de los restaurantes ucranianos más famosos de East Village. Pese al frío del invierno, los comensales esperan fuera más de una hora para poder ingresar. El restaurante es famoso, explica, pero la cantidad de comensales que ha tenido en los últimos días es sorprendente. El sábado por la noche, la fila para entrar al recinto daba vuelta a la esquina.
Y en un restaurante ubicado dentro de la Casa Nacional de Ucrania, ubicada en la misma avenida que Veselka, ocurre algo similar. Las filas son más largas de lo habitual. Pero este recinto tiene un perfil de comensales diferente. Mientras que al primero la mayoría que se acercan son adultos jóvenes que retratan la multiculturalidad de Nueva York, el segundo es un centro de reunión de ucranianos. En los últimos días se ha convertido en un centro de discusión y de intercambio de información sobre lo que acontece en el país.
Pero no solo los restaurantes registran más afluencia. La iglesia católica de St. George también luce más llena de lo habitual, dice uno de los visitantes. El recinto regularmente cierra a las 5 de la tarde, pero en los días recientes ha decidido extender su horario y ofrecer tres diferentes horarios para asistir a orar en una misa guiada. Valeria Luik dice que su religión es protestante, pero que ahora mismo eso no le interesa. Su cuñada y sus tres sobrinos lograron cruzar a Polonia la mañana de ayer sábado. Pero su hermano, de 36, no pudo pasar la frontera y tuvo que quedarse en Ucrania. Acudió a la iglesia a orar por él.
Ella dice que es mejor prepararse para lo peor, pero que desea que pronto todo pase, como la mayoría de quienes tiene familia en el país del este de Europa. Los mensajes de la comunidad, cuenta, han sido muy importantes. “No esperábamos este apoyo, pero ahora necesitamos que nuestros gobiernos sean los que actúen”.
Y a las afueras de la iglesia, Petro Savkanitch y Yaroslav Herin, dos jóvenes ucranianos, sostienen un letrero con fotografías del ejército. Están recaudando fondos para enviarlo a Ucrania y que eso pueda financiar a las fuerzas de seguridad de su país. Petro también trabaja en un proyecto para crear playeras y destinar todos los fondos a la frontera con Polonia; dice que hace falta transporte para mover a todos los que aún están dentro.
Mientras tanto, los turistas continúan con su dinámica habitual en Times Square, se toman fotos, disfrutan del arte urbano, caminan apresurados. Pero exactamente en la esquina de la Séptima Avenida y la Calle 46 se observa un tumulto de gente vestidos de azul y amarillo. Son los ucranianos residentes de Nueva York.