Pero de acuerdo a pactos firmados meses antes, 12,500 soldados extranjeros —9,800 estadounidenses— se quedaron en Afganistán para entrenar a las tropas afganas y llevar a cabo operaciones puntuales antiterroristas.
“Después de los sacrificios hechos, queremos preservar lo ganado y asegurar que Afganistán nunca más ataque nuestro país”, señalaba Obama.
ISIS y el regreso de la amenaza terrorista
La seguridad en Afganistán volvió a empeorar con la nueva expansión de la insurgencia talibán, y la aparición del grupo yihadista Estado Islámico (EI) a principios de 2015.
Obama reduce el ritmo de retirada de tropas en julio de 2016 y anuncia que 8,400 seguirán en Afganistán hasta 2017.
“Quiero que el pueblo afgano entienda: Estados Unidos busca un fin a la guerra y al sufrimiento. No tenemos interés en ocupar su país”. Barack Obama.
En abril de 2017, ya bajo el gobierno de Donald Trump, Estados Unidos lanza la mayor bomba convencional jamás utilizada en combate contra una red de túneles y cuevas del EI en el este de Afganistán. Según responsables afganos, mató 96 yihadistas.
Trump canceló canceló en agosto de 2017 el calendario de retirada de tropas y volvió a mandar miles de soldados. A mediados de noviembre de 2017, unos 3,000 soldados llegaron para reforzar la tropa de 11,000 militares ya presentes.
Los ataques contra fuerzas afganas se multiplicaron, algo que Estados Unidos respondió con un gran aumento de ataques aéreos.
“Si quisiéramos pelear una guerra en Afganistán y ganarla, podría tener la victoria en una semana, solo no quiero matar a 10 millones de personas”, aseguraba Trump.