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México enfermo de ‘reformitis’ aguda

Las reformas de la presidencia durante este sexenio han topado con pared, dice Sergio Negrete; el sistema político no deja que propuestas en materia fiscal, energética, o laboral transiten.
mar 06 abril 2010 06:04 AM
De aprobarse la reforma los contribuyentes ya no tendrían retribuciones. (Foto: Archivo)
Reforma (Foto: Archivo)

Hace una semanas el Secretario de Hacienda anunció que buscará la aprobación de una reforma fiscal con el Congreso. Será por lo menos el quinto intento en una década. También por estas fechas el Secretario del Trabajo ha presentado una reforma laboral . Esta tiene una virtud, aparte de ser ambiciosa: es la primera vez que se presenta algo concreto después de años (por lo menos desde el sexenio de Ernesto Zedillo) en que se habla reiteradamente del tema.  Desde fines del año pasado el presidente Calderón planteó una amplia reforma política, mientras que el PRI está afinando la propia en el mismo campo. Al menos no se está hablando, por el momento, de intentar de nuevo una reforma del sector energético, que lleva intentándose más de 10 años. Ahí los intentos han sido más modestos en número: uno por sexenio, todos fracasados.

Esa lista de fracasos incluye "éxitos". La reforma del sector petrolero que propuso Calderón fue aprobada, después de circo, maroma y teatro (mucho teatro) legislativo, y tan disminuida en sus pretensiones que precisamente se habla de que se necesita otra. El mismo cuento en torno a la reforma fiscal, sobre todo el Impuesto al Valor Agregado (IVA) generalizado. Es como el tratar de cobrar colegiaturas realistas en la UNAM: muchas veces se intentó y en todas las ocasiones las autoridades se estrellaron (varias incluso orilladas a la renuncia), tanto que desde hace años han dejado el asunto por la paz. Ha sido mucho más sencillo pedir un enorme subsidio al Gobierno federal (en ese caso los legisladores han sido mucho más receptivos).

En cierto modo, la historia de la reformitis inútil la inicia el presidente Zedillo en su Tercer Informe de Gobierno. Habló de la necesidad de reformas de Estado. Desafortunadamente optó por lanzar esa iniciativa justo cuando su partido había perdido la mayoría en la Cámara de Diputados, y toda la oposición se había unido en bloque. No fue casual, sino causal, que muchos intentos de reformas se han visto derrotados entre los muros de un Congreso fragmentado, del que van ya 12 años más lo que pueden acumularse en 2012. Una ironía es que la reforma política calderonista pretende lograr que un partido político alcance una mayoría clara en el Congreso.

Dados los repetidos fracasos, ¿qué se pretende? Puede especularse que los titulares de Hacienda y Trabajo saben, perfectamente, que no llegarán muy lejos en sus pretensiones. ¿Se trata de hacer puntos como suspirantes a la candidatura presidencial blanquiazul? ¿Creen que tienen dotes negociadoras superiores a las de sus predecesores?

Es más probable lo primero que lo segundo. Agustín Carstens es un reconocido negociador internacional, una mezcla rara de tecnócrata con excepcionales dotes de político. Pero en el Congreso de la Unión se topó con pared. Lo mismo puede decirse de Felipe Calderón. Con su amplísima experiencia como legislador, así como líder partidista, era de esperar un porcentaje de bateo muy superior al alcanzado. Y esperar que lo mejore sustancialmente durante la segunda mitad de su sexenio es pecar de ingenuo. Pero, ciertamente, no puede descartarse que la ingenuidad campee entre la cuatocracia que constituye al actual gabinete presidencial.

El problema no es sólo el Congreso fragmentado, sino la actitud que tienen muchos políticos y sus partidos a (no) negociar. En la mejor tradición de la oposición transigente de un sistema parlamentario, los partidos políticos mexicanos se oponen a todo lo que viene del otro lado. Pero en un sistema parlamentario se gobierna con mayoría o coalición, y la oposición es por definición minoritaria. En el caso mexicano se tiene un presidencialismo débil. Es de suponerse que los panistas tuvieron tanto placer en rechazar la reforma energética de Zedillo como los priístas en pagarles con la misma moneda durante el sexenio de Fox. Y en los casos en que se negocia, y se llegan a acuerdos, en muchas ocasiones se les presenta o percibe como algo vergonzoso. El reciente circo protagonizado por PAN, PRI y altos funcionarios calderonistas sobre lo acordado en torno a ciertas alianzas electorales fue un ejemplo tan notorio como poco edificante.

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El camino del infierno puede estar empedrado de buenas intenciones. El correspondiente a México sin duda lo está de intentos de reforma que no llegarán a ningún lado. Si no se puede avanzar en negociaciones, lo menos que se puede hacer es aceptar la realidad y dejar de perder el tiempo. 

 *El autor es un investigador asociado del CEEY y profesor de Tiempo Completo del ITESO . También es Doctor en Economía por la Universidad de Essex.

 

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