OPINIÓN: ¿Como sociedad, estamos canonizando a Steve Jobs?
CNN cuestionó a cuatro especialistas en religión y tecnología sobre si el cofundador de Apple, Steve Jobs, está ganando una especie de santidad. Aquí están sus respuestas:
Steve Jobs, candidato a la santidad
Gary M. Laderman es presidente del departamento de religión de la Universidad Emory, director de la revista en línea Religion Dispatches (Dosis de religión) y autor de Sacred Matters (Asuntos sagrados).
La cara. La cara está en todas partes ahora.
Steve Jobs, el hombre, está muerto. Pero Steve Jobs, el mito, crece en estatura y como un punto cultural de referencia, como modelo de inspiración para emprendedores, una historia de éxito convincente con compromisos morales desconcertantes, y como un icono atractivo cuya vida, muerte y productos, para muchos, cruzarán la línea de lo profano a lo sagrado.
En una reseña de USA Today sobre el nuevo libro de Walter Isaacson, Steve Jobs, el autor sugiere acertadamente que ninguna figura del Silicon Valley ha alcanzado el "estado mítico" de Jobs, y destaca su "fervor casi mesiánico" para el trabajo.
¿Por qué utilizar el lenguaje religioso para caracterizar su vida y su muerte? ¿Cómo un simple mortal se convierte en un héroe cultural superhumano y glorificado?
Jobs ha sido objeto de numerosos homenajes; tributos —más de un millón— están siendo publicados en el sitio web 'Recordando a Steve', de Apple , como condolencias y testimonios sobre cómo él y sus productos transformaron la vida de innumerables personas.
Pero no nos equivoquemos, la veneración que estamos viendo a raíz de la muerte de Jobs es religiosa hasta la médula; no 'un poco' religiosa, o 'pseudo' religiosa, o 'equivocadamente' religiosa. Es una expresión genuina de sinceros y sagrados sentimientos de pérdida y glorificación.
No están ligados a ninguna institución (como una iglesia) o a una tradición diferenciada (como el budismo). Están ligados a una cultura religiosa que crecerá en importancia e influencia en los próximos años: el culto a la celebridad.
A medida que más personas se alejan de las religiones convencionales y se identifican como 'sin religión' (quienes optan por esta clasificación en las encuestas y sondeos) el culto a las celebridades y a otras formas culturales de compromiso y significado sagrado adquirirán una mayor participación en el mercado espiritual.
En vida, Jobs fue una especie de enigma que mantuvo su privacidad, y en general estuvo fuera de la luz pública. Tras su fallecimiento, es una celebridad inmortal cuya historia de vida, increíble riqueza, rostro familiar, y igadgets servirán como piedra angular para quienes buscan dioses significativos y maneras de trascender.
Se ha dicho que la muerte es el gran igualador: ricos y pobres, exitosos y fracasados, poderosos y desposeídos no pueden escapar del único hecho inevitable de la existencia humana.
Jobs y otras celebridades no pueden huir de esta realidad, pero a diferencia de nosotros, viven en el recuerdo de sus fanáticos, y se convierten en luces que guían en la oscuridad mundana de nuestra vida cotidiana.
Revaluando la elevación de Jobs a la santidad
James Martin, SJ, es un sacerdote jesuita y autor del libro My Life with the Saints (Mi vida con los santos) y Between Heaven and Mirth: Why Joy, Humor and Laughter are at the Heart of the Religious Life (Entre el cielo y la felicidad: Por qué el júbilo, el humor y la risa son el corazón de la vida religiosa).
Preguntar si hemos convertido a Steve Jobs en un santo es diferente a preguntar si era un santo. La primera cuestión se refiere a cómo la sociedad ve al genio de la era digital, lo cual es un asunto de percepción. La segunda se refiere a cómo el señor Jobs vivió su vida. Eso es más una cuestión de realidad.
La primera es fácil de responder, la segunda, no tanto.
Sobre la respuesta fácil: Sí, hemos convertido a Steve Jobs en un santo, de la misma manera que a menudo proyectamos cualidades de santidad en cualquier celebridad por la que sentimos afecto.
Las reacciones por su muerte, las cuales me sorprendieron y me conmovieron, reflejan la manera en que muchos responden al fallecimiento de personajes venerados como santos vivientes, como la Madre Teresa.
Pero no es difícil saber por qué la gente reaccionó con muestras de un afecto cuasi religioso, dejando mensajes escritos a mano en las tiendas de Apple, ofreciendo sentidos homenajes en Twitter y publicando fotos de adoración en Facebook.
Después de todo, él tenía varias cosas en común con los santos. Steve Jobs era —y los escritores de obituarios parecían obligados a utilizar la palabra— un visionario. (La palabra originalmente describía a los místicos, que fueron visionarios literales)
Jobs es objeto de una 'secta' en el clásico sentido cristiano: alguien que evoca una gran devoción, cuyas palabras y acciones son anticipadas, catalogadas y estudiadas.
Como los santos, era a la vez mundano (evidentemente humano en sus debilidades) y de otro mundo (sobre todo por su creatividad). Nos dio algo que no sabíamos que necesitábamos. Era misterioso.
Finalmente, Jobs fue —como muestra su famoso discurso en Stanford — un hombre espiritual, a su manera.
Sin embargo, hay una diferencia clave entre los santos y el señor Jobs que no podemos pasar por alto. A pesar de su talento, Jobs no parecía ser —diciendo esto con la mayor delicadeza posible— el hombre más bueno del mundo, un requisito para ser un verdadero santo.
La nueva biografía de Walter Isaacson, Steve Jobs, está llena de incidentes que muestran su comportamiento no tan caritativo. Y a pesar de que los santos no siempre actúan con amor, un requisito base serlo es la bondad.
Y aquí entra una tercera pregunta: ¿Es correcto hablar de Steve Jobs como un santo? Probablemente no.
Hay muchas otras personas dignas, aunque menos conocidas, que no solo han logrado grandes cosas, sino que lo han hecho sin una —como la columna del New York Times dijo acerca del señor Jobs— "incorregible intimidación, denigración y mentira".
Personas que fueron a la vez creativas y amables. Exitosas y caritativas. Trabajadoras y capaces de perdonar.
Tal vez el señor Jobs está, como todas aquellas caricaturas lo han representado, en el cielo, mostrando a San Pedro cómo utilizar un iPad. Espero que sí.
¿Pero un santo? Para responder a esa pregunta analicemos no cuán exitosa era una persona, y tampoco lo mucho que cambió al mundo, sino lo mucho que amó. Incluso si pasas más tiempo con iPods que con íconos, santo no es una palabra para ser aplicada a la ligera.
Cómo la santidad de Jobs se descarriló
Leander Kahney es director y editor de CultofMac.com , un sitio de noticias que realiza un seguimiento de Apple y de las personas que utilizan sus productos.
Steve Jobs avanzaba velozmente en el camino para ser canonizado cuando ocurrió algo extraño. La biografía autorizada de Walter Isaacson llegó a los estantes.
Después de su muerte, a principios de este mes, el flujo de lamentos por Jobs era enorme y sin precedentes. En todo el mundo, la gente sentía un agudo sentido de pérdida. No había existido una muestra tan grande de duelo público desde la muerte de Michael Jackson. Y nunca antes había sido prodigada a un presidente ejecutivo de una corporación de las 500 de Fortune.
Pero Jobs no era un simple líder de negocios. Él era una figura cultural de primer orden. Era un artista cuyo medio fueron los negocios y la tecnología.
Creó productos supremos que tuvieron gran impacto en nuestras vidas. Sus dispositivos, o las copias, son casi universales en Occidente. Todos tenemos computadoras, iPods y iPhones. Son imprescindibles para trabajar y para jugar. Están bien diseñados. Antes del iPhone, la gente odiaba sus teléfonos celulares.
La historia de vida de Jobs también conmovió a mucha gente. Era una persona adoptada, desertora de la universidad, que disfrutó de gran éxito y luchó contra reveses y fracasos casi devastadores. Se convirtió en una inspiración para muchas personas distintas, desde aspirantes a empresarios hasta pacientes de trasplantes.
Él es un buen candidato para ser santo. Había algo de otro mundo a su alrededor. Estaba claro que no era como el resto de nosotros.
Su estética severa, su aspecto serio, su intimidatoria seguridad en sí mismo, su complejidad: Era un budista antimaterialista que fabricaba los productos más deseados del mundo.
Un multimillonario de izquierda que amaba a Bob Dylan, pero tercerizaba su producción a China. Un solitario elitista cuya ambición declarada era democratizar la tecnología compleja y hacer que cualquier tipo pudiera usarla.
Él se vio truncado en su mejor momento. Realmente, apenas estaba comenzando. Durante la mayor parte de su carrera, Jobs fue visto con escepticismo o desdén. La prensa de negocios lo consideraba un loco voluble que era bueno en la mercadotecnia y tuvo un golpe de suerte con el iPod.
Pero cuando el iPhone despegó y Apple se convirtió en la empresa mejor valuada del mundo, fue súbitamente reconocido como el mejor CEO del mundo.
Siempre existió el problema de su horrible reputación como gestor, por supuesto. Todo el mundo sabía de sus rabietas legendarias, de sus explosiones, insultos y humillaciones. Eso a menudo era escondido bajo la alfombra. Era solo Steve siendo Steve.
Sus peculiaridades y singularidades eran el precio pagado por hacerse un hueco en el universo. Nadie parecía hablar de su falta de filantropía , o de los talleres clandestinos chinos que hacían sus productos.
Y la biografía de Isaacson muestra que la mezquindad de Jobs es mucho peor de lo que jamás sospechamos. Página tras página, el libro detalla cuán malo podía ser. Es realmente agotador y un poco deprimente leer sobre el torrente incesante de explosiones y humillaciones acumuladas sobre sus desafortunados colegas, incluso sobre aquellos a quienes apreciaba.
La primera reacción es de un impacto silencioso: a la gente no le gusta lo que está leyendo. Y titulares como Jobs, el Imbécil no están ayudando al proceso de canonización.
Pero todavía es el primer momento. El libro ha estado disponible sólo unos días. La vida de Jobs y su carrera estuvieron marcadas por etapas de recuperación. Tal vez su reputación sobrevivirá a su propia biografía, después de todo.
Steve Jobs era un santo. Al menos en parte.
Gerardo Marti pertenece a la Asociación de Profesores de Sociología L. Richardson King de Davidson College y autor de Worship across the Racial Divide (Veneración a lo largo de la división racial) y Hollywood Faith (La fe de Hollywood)
El fallecimiento de Steve Jobs provocó una avalancha de aprecio por un hombre que, francamente, la mayoría de la gente no conocía muy bien.
Al admirar su empresa, sus diseños, y los dispositivos que promovió, la simpatía masiva dio lugar a una idealización de la persona detrás de los productos.
La reciente acumulación de montones de notas en Post-its en las ventanas de las tiendas de Apple es uno de los muchos testimonios de su condición de ícono convertido en fetiche.
¿Deberíamos estar idolatrando a este verdadero genio empresarial?
Seamos honestos. Steve Jobs no era un santo, eso está claro. Cada día sabemos más acerca de su carácter, más recientemente, a través de las sorprendentes revelaciones de la biografía best-seller publicada por Walter Isaacson .
Jobs podía ser insensible y frío. Rechazó la paternidad de su primera hija. Negó a muchos compañeros de trabajo la riqueza que representaban las opciones sobre acciones de la empresa. Se consideraba más inteligente que casi cualquiera que hubiera conocido.
Si la 'santidad' se mide por las virtudes de bondad extraordinaria, generosidad o humildad, Jobs no pasa la prueba.
Sin embargo, la 'santidad' en la práctica religiosa es menos medida por la perfección moral de una persona, que por su capacidad de servir como mediador entre lo ordinario y lo trascendente.
En la experiencia religiosa vivida, un santo no siempre es admirado como una persona justa que hay que imitar. Un santo es siempre confiable como negociador, constructor de puentes, un esotérico 'intermediario' que elimina los obstáculos, facilita el progreso y promueve las bendiciones.
Fundamentalmente, un santo es un intermediario que hace accesible y fácilmente disponible lo intangible.
Jobs tenía una inquebrantable visión sobre los distintos dispositivos que diseñó: hacer que la complicada tecnología fuera sumamente accesible. Él promovió su propio genio mientras se esforzaba por sacar a la luz el genio de los demás.
Al hacerlo, Jobs logró lo que pocos habían sido capaces de hacer: conectar con la vida cotidiana, enriquecer la estética de las personas con la evidencia de la belleza y ofrecer herramientas para ejercer los dotes y el talento personal.
Steve Jobs no era un ser de otro mundo similar a un dios que luchaba con espíritus inmateriales en un reino de justicia o gloria mayormente invisible.
En cambio, vemos a Jobs como un mortal imperfecto que diseñó un software que estimula nuestra imaginación junto con máquinas que motivaron una perfección entre ideas y objetos, haciendo lo elusivo tangible, disminuyendo la distancia entre nosotros y nuestros ideales.
Jobs está siendo canonizado como una santidad laica, como un visionario defectuoso y carismático que transforma cables y plástico en herramientas sofisticadas, sumamente útiles que se ajustan alternativamente a las demandas y a los sueños de la vida cotidiana.
Sí, él alteró la trayectoria de toda una industria, pero para el creyente común, Jobs alivió nuestras frustraciones y nos permitió ir más allá de ellas al cultivar palabras, objetos y entornos completos que nos dan un sentido de realización mientras transforman al mundo.
Las opiniones expresadas en estos comentarios son únicamente de los autores