OPINIÓN: La obra de Fuentes va más allá de los cánones generacionales
Nota del editor: Rossana Fuentes-Berain es vicepresidenta editorial de Grupo Expansión, que edita en México 17 revistas y siete sitios de internet, entre ellos CNNMéxico.com. Puedes seguirla en su cuenta de Twitter @RossanaFB
(QUIÉN) — La relación entre los intelectuales y la vida pública en México es una constante. Una realidad más cercana a la tradición francesa de activismo político que a la anglosajona de vida académica, civilizaciones ambas de las que Carlos Fuentes abrevó y a las que alimentó como escritor, ensayista, diplomático y personalidad indispensable, recurrente, en el ámbito internacional de la generación de la mitad del siglo XX.
El martes 15 de mayo Fuentes falleció a los 83 años a causa de una hemorragia abdominal que se lo llevó súbitamente. La rapidez, sin embargo, le permitió despedirse no sólo lúcido, sino combativo. Ese día se publicaron de un lado y otro del Atlántico una entrevista y una colaboración suya, declarando que no apoyaría a ningún precandidato presidencial en México porque no estaban a la altura de los desafíos del país.
En su último texto, escrito seguramente como solía hacerlo, con su pluma fuente sobre un block de papel que después traduciría al universo digital Silvia Lemus, su inseparable Silvia, Fuentes lanzó un ¡viva! a la nueva Francia socialista, donde él fue embajador de México de 1975 a 1977. En correspondencia, el primer acto oficial del flamante presidente Françoise Hollande fue emitir un comunicado lamentando profundamente su muerte.
El escritor no siguió, ni antes ni después, la carrera diplomática de su padre, Rafael Fuentes Boettiger, cuyos puestos hicieron que el primogénito naciera en Panamá y creciera en varias capitales de América Latina y en Washington.
Fuentes vivió la errancia desde otra trinchera, la literatura. Mexicano siempre adelantado a su tiempo, invita desde Gringo viejo a una mirada distante y distinta, que lo mismo ve a la Revolución Mexicana que a La región más transparente o a un Cristóbal Nonato desde una identidad nacional diferente a la de Las buenas conciencias, que miran siempre hacia dentro. Él no. Él ve más allá de su propia generación, la del 'Boom' Latinoamericano (lleno de Cono Sur y exilio mediterráneo) y de las que siguen: la de La Onda, tan psicodélica y urbana, y los del Crack.
Fuentes es parte de La gauche divine, la izquierda exquisita en el mundo entero. Gabriel García Márquez y él abrían los salones de Martha’s Vineyard en la costa este de los Estados Unidos para que personajes literarios como William Styron, Susan Sontag y Joyce Carol Oates, y políticos, como Bill Clinton, se acercaran a la herida abierta de América Latina: a la Cuba de Castro, que dividió a generaciones de latinoamericanos. De un lado, a la derecha, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa; del otro, Carlos y Gabo. De estos cuatro ciudadanos “de la patria de la eñe”, como describe Consuelo Sáizar, la presidenta de Conaculta, a la república castellana de las letras, Fuentes fue el único que no logró el Nobel de Literatura.
No sólo la literatura era lo suyo, también el cine. Del cineclub del IFAL (Instituto Francés de América Latina) iba con sus amigos a bailar a los cabarets del Centro de la Ciudad de México: Las Catacumbas, El Quid. Las fotos en blanco y negro del momento lo muestran en todo su esplendor a él y los ojos, ¡qué ojos!, de Rita Macedo, actriz y madre de la única hija que le sobrevive, Cecilia. Los otros dos, Carlos y Natasha, murieron. El primero por complicaciones de una enfermedad genética, la segunda por complicaciones de una vida en la que nunca encontró su camino.
Carlos y Silvia lloraron inconsolablemente a sus hijos, pero Carlso y Silvia eran tan para ellos, tan ellos dos, que la vida siguió con la convicción de que tenían que situarse en un mundo que ya se había hecho a su cadencia de pareja: Londres para escribir; Francia y Nueva York para ver amigos y dictar conferencias, y México para recargarse de imaginación.
La última vez que los vi fue un domingo, en el restaurante El Cardenal. Veníamos de un homenaje en Bellas Artes a otro grande de la cultura del siglo XX, Fernando Benítez. Estaba en la mesa Carlos Slim Helú, el hombre más rico del mundo, pero la gente rodeaba a Fuentes, siempre el más guapo, el más divertido, el más articulado.
Tuvo razón la escritora Elena Poniatowska cuando escribió que Carlos era uno de esos que iban por ahí como si la vida no se lo mereciera. ¡No lo merecía! Pero por fortuna la vida nos permitió tenerlo durante ocho décadas en pleno uso de sus facultades físicas y mentales. Estoy segura de que no le molestó haber partido así, entero, en el año del centenario de Dickens, uno de sus escritores favoritos, capaz de narrar una vida como fue la suya: la Historia de dos ciudades y la existencia de Grandes esperanzas.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Rossana Fuentes-Berain.
Este texto fue publicado originalmente en el número 266 de la revista Quién, correspondiente a mayo de 2012.