OPINIÓN: Cuando los candidatos de EU decían "no" a los debates
Nota del Editor: Bob Greene, colaborador de CNN, es un autor de éxito entre cuyos 25 libros están Late Edition: A Love Story; Duty: A Father, His Son, and the Man Who Won the War; y Once Upon a Town: The Miracle of the North Platte Canteen.
(CNN) — ¿Quién puede olvidar la electrizante serie de debates presidenciales de 1964 en los que Lyndon B. Johnson, al esbozar su programa de la Gran Sociedad, enfrentó al candidato republicano Barry Goldwater, quien con audacia se mantuvo firme en sus ideales favorables a un gobierno pequeño?
O los debates de 1968, de los que Estados Unidos no pudo apartar los ojos: Richard Nixon, quien intentaba llegar una vez más a la Casa Blanca, en una carrera cerrada contra el vicepresidente Hubert Humphrey.
Luego, los debates presidenciales de 1972 —cuando Nixon intercambió golpes verbales con su rival demócrata George McGovern, en el contexto de la guerra de Vietnam— fueron similares a un combate de lucha libre profesional, donde los aficionados alentaban a su favorito.
¿Qué? ¿No recuerdas esos eventos?
Tienes razón. No ocurrieron.
Es una fascinante nota al pie para la historia política moderna. Los debates presidenciales televisados —el primero de las elecciones generales de este año se celebrará el próximo miércoles en Denver, Colorado— se han convertido en una parte de tal peso en la estructura de las campañas de otoño, que muchas personas asumen que los famosos encuentros de 1960 entre John F. Kennedy y Nixon iniciaron una cadena ininterrumpida.
Pero, de hecho, tras los cuatro debates entre Kennedy y Nixon, pasaron 16 años antes de que hubiera otro encuentro entre un candidato republicano y uno demócrata.
Durante un largo periodo, Kennedy-Nixon fue la anomalía, la excepción a la regla.
Antes que ellos, ninguno de los candidatos presidenciales había debatido en radio o televisión. Había encuentros internos en los partidos, durante las primarias, pero no después de las convenciones de verano.
Es parte de una tradición política en la que un Nixon de aspecto pálido y sudoroso sufrió ante las cámaras de televisión frente al bronceado y seguro Kennedy. O dicho de otra forma: Nixon no entendió del todo el relativamente nuevo medio y rechazó utilizar maquillaje.
Pero hay más al respecto. Frecuentemente se olvida que Nixon estuvo hospitalizado durante dos semanas en agosto de ese año, en un momento en el que esperaba hacer campaña en la calle.
Se había golpeado la rodilla al salir de un automóvil en un evento en Carolina del Norte y desarrolló una infección grave.
Así, mientras Kennedy se presentaba ante el electorado en todo el país, Nixon estaba en una cama de hospital y los noticieros lo mostraban en pijama, durante una visita del presidente Dwight D. Eisenhower.
Eso, contrario a las tomas de su rival de aspecto saludable y vibrante frente a multitudes, no le favoreció.
Cuando Nixon salió del hospital estaba debilitado.
Llegó al primer debate en Chicago con gripa y fiebre, además de que había perdido mucho peso. Permitió que sus asistentes le aplicaran un producto farmacéutico llamado Lazy-Shave para atenuar su barba de dos días, pero su pálido aspecto y el sudor eran las principales consecuencias de sus problemas de salud.
Perdió. Y en 1964, el presidente Johnson —quien asumió el cargo tras el asesinato de Kennedy y competía para un segundo periodo contra el republicano Barry Goldwater— decidió que no había razón para debatir.
Estaba muy por delante en las encuestas y sentía que un debate no le ayudaría mucho, pero podría dañarlo si no le iba bien. Mandó a decir que no estaba dispuesto a participar.
Durante 16 años, hubo otro factor en contra de los debates tras los encuentros Kennedy-Nixon: la disposición equitativa del tiempo según la Comisión Federal de Comunicaciones, que ordenaba la inclusión de todos los candidatos, desde los marginales hasta los nominados de grandes partidos. (Fue suspendida por un año, en 1960, cuando Kennedy y Nixon debatieron).
Así que los principales candidatos podían utilizarlo como pretexto, por si preferían no participar. En 1968, Hubert Humphrey quiso debatir con Nixon, pero éste (aún afectado por lo ocurrido en 1960) dijo que no.
Y en 1972, cuando Nixon era presidente y tenía mucha ventaja en las encuestas, apenas se dignó a mencionar a McGovern durante la campaña de otoño; mucho menos debatiría con él.
Pero en 1976 llegó la solución a la norma de igualdad de tiempos: Si los debates eran patrocinados no por las cadenas de televisión, sino por grupos externos que fijaran sus propios criterios, podrían ser considerados como eventos de noticias, y por lo tanto no sería necesaria la inclusión de los candidatos de los partidos minoritarios.
Ese año, el presidente Gerald Ford, quien asumió el puesto tras la renuncia de Nixon, aceptó debatir con Jimmy Carter. Quizá deseó no haberlo hecho.
En uno de esos encuentros, Ford dijo: "No hay dominación soviética en Europa del Este", un paso en falso que cambió el curso de la elección.
Actualmente, los debates entre los candidatos —aunque uno sea el presidente en turno— son casi obligatorios. Un aspirante a la presidencia sería visto como 'gallina' si no aceptara debatir. (Si pensabas que la silla vacía de Clint Eastwood en la Convención Nacional Republicana de este verano dio de qué hablar, solo imagina qué diría un candidato sobre un oponente que rechazó debatir).
Incluso después de 1976, algunos aspirantes probaron los efectos de no acudir a los debates. En 1980, el presidente Carter decidió no participar en el primer encuentro porque el candidato independiente John Anderson fue incluido.
Su rival, Ronald Reagan, sí se presentó. Y si bien Carter acudió al siguiente debate de aquel otoño, Reagan ganó.
Hace cuatro años, el candidato republicano John McCain dijo que quería posponer el primer debate en Oxford, Mississippi; en lugar de eso, propuso que él y su oponente, el senador Barack Obama, fueran a Washington para ayudar en la crisis financiera.
Obama dijo que estaría en Mississippi independientemente de que McCain estuviera o no: "Será parte del trabajo del presidente hacer frente a más de una cosa a la vez".
McCain cedió y fue al debate, pero aparentemente su vacilación inicial le restó equilibrio a su campaña.
Es poco probable que haya otro otoño sin debate presidencial, pero nunca se sabe.
Sin embargo, es seguro que al caer la noche de este miércoles en Colorado, Obama y Mitt Romney estarán en sus lugares designados en el escenario. Es la forma como hacemos las cosas ahora.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Bob Greene