OPINIÓN: Las desapariciones forzadas en México, una muerte sin cadáver
Nota del editor: Javier Valdez Cárdenas recibió en 2011 el Premio Internacional a la Libertad de Prensa, del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), y es autor de cinco libros, el más reciente Levantones, de editorial Aguilar. Colabora en el semanario Río Doce , del que es fundador, y es corresponsal en Sinaloa del diario La Jornada.
(CNNMéxico) — Desaparecer en México, o ser 'levantado' —expresión empleada para referirse a la desaparición forzada—, muchas veces equivale a morir: una muerte multiplicada que alcanza a los más cercanos de las víctimas, familiares o no, por el vía crucis desolador ante el escenario de impunidad, injusticia y de frialdad del gobierno.
La privación ilegal de la libertad, como la llama la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es una muerte sin cadáver , pero también una vida sin vida. Y los funcionarios públicos de los distintos niveles de gobierno, me parece, están más preocupados por hacer negocios desde el poder o proteger o ser cómplices de los delincuentes —sean narcotraficantes o no— y hacen las veces de una agencia funeraria, de involuntario panteonero, al dedicarse, en el mejor de los casos, a buscar cadáveres.
En muchos casos las autoridades no encuentran a los secuestrados aun teniéndolos a la vuelta de la esquina, bajo sus escritorios o dentro de sus archiveros, muy cerca, del lugar en que fueron vistos por última vez.
Datos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) indican que en el país, en los seis años de gobierno de Felipe Calderón, las desapariciones sumaron poco más de 24,000 . Pero me parece que la cifra es mayor, debido a que muchos familiares de las víctimas se niegan a acudir a denunciar porque no confían en el gobierno o consideran que sus funcionarios están al servicio de los criminales.
No solo eso: la tragedia que las víctimas y sus parientes padecen, ese dolor hondo, ese pasaje oscuro, el calabozo desesperanzador y filoso, inundado de acechanzas y riesgos y desolación, no tiene números y ningún texto, ni la mejor crónica, ni juntando las historias mejor contadas, logran retratar este infierno; los únicos que buscan justicia y encontrar a sus familiares, vivos o muertos, son los parientes, la madre, el padre, el hermano, el hijo, la esposa, y en muchas ocasiones tienen que acudir a los sicarios o capos para que les ayuden, informen o investiguen qué pasó, dónde están, quién se los llevó; son ellos, los cercanos, quienes realizan las indagatorias, y empujan, insisten, terquean en oficinas gubernamentales, para que éstas actúen. Aunque el resultado suele ser el mismo, en este país donde parece que no pasa nada.
Las cifras, igual que en los homicidios, no cuentan nada. O muy poco. Es tramposo asumir, como me parece que hacen las autoridades a través del discurso oficial, que si no hay asesinatos no hay violencia. Creo que en muchas regiones de México el miedo es el primer y único sentimiento, y ese no se mide con números.
Y es que no es solo un asunto de datos. Si se quiere uno aproximar a lo que pasa en las calles, las banquetas, plazuelas, panteones, bares, intersticios del chapopote y los caminos vecinales y surcos de predios agrícolas, lo mejor es que los periodistas dejen de cubrir edificios, oficinas públicas, siglas de partidos políticos y dependencias gubernamentales, y gasten suelas, enloden el calzado, abran y ejerciten sus sentidos, y hablen con los involucrados, sobre todo con las familias.
Este abismo doloroso y apocalíptico que debemos contar, está ahí, en la calle, los latidos, el torrente sanguíneo, los esfínteres apretados y la esperanza derrumbada.
Por eso, desaparecer, sufrir un levantón, es sinónimo de muerte. Y es también la peor de las muertes: sin cadáver, ni exequias, ni tumba, ni luto, en un camino lleno de espinas y cañones oscuros de fusiles automáticos. Es entonces la muerte sin descanso, inmedible, multiplicada, profunda y sin fin.
Los servidores públicos de los estados y el gobierno federal insisten en que han logrado disminuir las cifras de homicidios. Y así es, pero lo atribuyo a que hay muertos que no encuentran, porque no los buscan. Me parece que la desaparición es usada como estrategia para presumir de esta disminución de asesinatos, aunque las cifras sigan siendo escandalosas.
Un reportero me dijo recientemente que mi libro, Levantones, que contiene 33 historias de desapariciones, está inconcluso. Las crónicas y reportajes que incluye, acotó, no están terminadas, porque no hay cadáveres ni victimarios aprehendidos Creo que es porque no hay justicia, en un país que, me parece, se desmorona, que se ha convertido en un inmenso páramo, donde desaparecer es morir muchas veces y es la peor de las muertes.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Javier Valdez Cárdenas