OPINIÓN: La protección legal, asignatura pendiente de la familia gay
Nota del Editor: Debora L. Spar, presidenta del Barnard College, es autora de El negocio del bebé: Cómo el dinero, la ciencia y la política determinan el comercio de la concepción, (2006). Su próximo libro, Mujer maravilla: Sexo, poder y la búsqueda de la perfección, se prevé que sea publicado en septiembre.
(CNN) — De todos los argumentos que giran en torno a la legalidad de los matrimonios entre personas del mismo sexo, queda claro que una de las principales inquietudes es, como siempre, la de los niños.
Quienes apoyan la causa argumentan que los padres del mismo sexo deben proporcionar a sus hijos un hogar estable y servicial, además de las protecciones legales proporcionadas por las parejas heterosexuales casadas. Quienes se oponen, afirman que los niños educados por padres del mismo sexo, están de alguna manera en desventaja, ya que no cuentan con los beneficios "normales" de tener tanto una madre como un padre en casa.
Lo que, notablemente, se deja a un lado en estos dos argumentos, es la ciencia, que posibilita a las familias encabezadas por parejas del mismo sexo a existir plenamente.
Hasta hace poco, las familias tenían que estar compuestas, por lo menos al principio, por una mamá y un papá, cada uno biológicamente necesario para traer a los niños al mundo. Incluso si la madre moría en el parto o el padre desaparecía poco después, las bases fisiológicas de la familia nuclear permanecían intactas: una madre, un padre y un niño concebido de su unión.
A partir de este hecho biológico invariable vinieron milenios de normas y estructuras sociales. Las madres se quedaban con sus hijos para brindarles alimentación y crianza en los primeros días de la infancia; los padres se quedaban, generalmente, para asegurar que su retoño genético tuviera posibilidades de llegar a la edad adulta y mantener la línea familiar.
El amor no contaba mucho en el matrimonio, históricamente hablando, ni tampoco había un sentido de propósito que se extendiera más allá de procrear hijos. Y debido a que dichos hijos sólo podían nacer por medio del sexo heterosexual, no existía ningún modelo de matrimonio fuera de estas normas biológicamente determinadas.
Sin embargo, todo esto cambió, con la llegada de las tecnologías de reproducción asistida, comúnmente conocidos como ART (Assisted Reproductive Technology), por sus siglas en inglés.
En pleno siglo XVIII, hubo reportes de casos de inseminación artificial con esperma del marido. Sin embargo, el primer caso de inseminación con esperma de donante ocurrió en el siglo 19, cuando un médico de Filadelfia utilizó esperma de uno de sus estudiantes de medicina más atractivos para fecundar a una mujer supuestamente estéril. La técnica funcionó, nació el niño y la mujer (a quien le dijeron que tenía que someterse a una operación para curar la infertilidad) nunca se enteró del cambio.
Después de dicho episodio, mientras la palabra se extendía rápidamente, los médicos comenzaron discretamente a experimentar la inseminación artificial con esperma de donante, trabajando solo con parejas heterosexuales infértiles, recurriendo a los amigos de la pareja o —una vez más— a los estudiantes de medicina.
Sin embargo, con el tiempo, en la medida en que la práctica se hacía más generalizada y comercial, mujeres solteras y lesbianas comenzaron a aprovechar las mercancías vendidas abiertamente en los bancos de esperma como el California Cryobank y Cryos International. Por unos cuantos cientos de dólares, las mujeres comenzaron a concebir familias que antes no podían haber imaginado; familias concebidas, desde un principio, sin un padre.
Todavía más radical fue la invención, en 1978, de la fertilización in vitro, o FIV, técnica ahora común en la cual el óvulo y el espermatozoide se unen por medio de una Placa de Petri en un laboratorio y crean un embrión que se implanta en el útero de quien será la madre.
Una vez más, los primeros usuarios de la FIV fueron parejas heterosexuales infértiles; y una vez más, la tecnología pronto ingresó a círculos sociales más amplios, permitiendo a las personas convertirse en padres, en una amplia gama de formas previamente inimaginables. Siempre existió la adopción, sin embargo ese medio fue en gran parte denegado a las parejas homosexuales. Ahora, empleando la FIV y un portador sustituto, un hombre gay podría ofrecerse, tanto legal como socialmente, para procrear un niño.
Empleando la FIV, un sustituto y óvulos donados, una pareja gay podría mezclar y combinar su esperma con las características deseadas de una donante de óvulos, procreando niños con, por ejemplo, los verdaderos genes de un cónyuge y las características remedadas del otro. Actualmente, los datos anecdóticos indican que los hombres gay se encuentran entre los usuarios más asiduos de los servicios de alquiler de vientres. Cryobank reporta que en 2009, una tercera parte de sus clientes fueron parejas lesbianas. Hace diez años, la cifra era del 7%.
La tecnología ha permitido lo que la biología no podría hacer, creando así millones de niños para padres desesperados por concebir. La mayoría de esos otrora padres infértiles son heterosexuales; pero muchos, y en números cada vez mayores, son gays. Son las familias creadas con el apoyo de los avances tecnológicos, familias cuya situación jurídica aún no se ha puesto al parejo de sus vidas.
La tecnología siempre avanza más rápido que la ley. Sin embargo, en estos casos, los productos de los avances tecnológicos no son vehículos más rápidos o mejores widgets. Son niños, cientos de miles de ellos, creciendo en familias que ya no se encuentran limitadas por el dictado original de la naturaleza.
Son niños que dan forma a distintas normas de crianza de los hijos y a distintos tipos de custodia. Y son los niños quienes merecen los mismos derechos otorgados a sus amigos y compañeros de clase, el derecho a crecer en una familia legalmente autorizada, sin importar quiénes son sus padres y la forma en que fueron concebidos. Tratarlos de otro modo sería verdaderamente inconcebible.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Debora Spar.