OPINIÓN: ¿Quién es responsable de la crisis en Iraq?
Nota del editor: Derek Harvey fue agente de inteligencia de alto rango y trabajó en Iraq entre 2003 y 2009; tuvo varias misiones en Bagdad. Michael Pregent fue oficial del Ejército estadounidense y analista sénior de inteligencia en Iraq entre 2003 y 2011; tuvo misiones en Mosul (entre 2005 y 2006) y en Bagdad (entre 2007 y 2010).
(CNN) — Los observadores de todo el mundo están atónitos por la velocidad y alcance de los ataques que perpetró el Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés) esta semana en todas las ciudades importantes del valle del alto Tigris, incluida Mosul, la segunda mayor ciudad de Iraq. El derrumbe de las tropas iraquíes en Mosul y otras ciudades del norte frente a los militantes de la resistencia sunita fue la predecible culminación de un deterioro prolongado que el gobierno provocó con la politización de sus fuerzas de seguridad.
La politización de las fuerzas armadas iraquíes
Durante más de cinco años, el primer ministro, Nuri al Maliki, y su gabinete se encargaron de llenar a las fuerzas armadas y la policía iraquíes con chiitas leales —tanto en la tropa como en los altos mandos— e hicieron a un lado a muchos comandantes eficaces que dirigieron a las tropas iraquíes en las victorias bélicas que se obtuvieron entre 2007 y 2010, periodo en el que al Qaeda en Iraq (antecedente del Estado Islámico de Iraq y Siria) estuvo al borde de la extinción.
La chiitización de las fuerzas de seguridad iraquíes ocurrió con el fin de garantizar la seguridad de Bagdad y su régimen más que la seguridad de Iraq. Incluso antes de que Estados Unidos dejara de enviar soldados , en 2008, al Maliki emprendió un esfuerzo concertado para reemplazar a los sunitas y kurdos —que eran eficaces comandantes y oficiales de los servicios de inteligencia en las zonas multiétnicas de las provincias de Bagdad, Diyala y Salahedin— para garantizar que las unidades iraquíes se concentraran en combatir a los insurgentes sunitas y que no se metieran con las milicias chiitas leales, además de aplacar los temores infundados de al Maliki sobre un golpe militar contra su gobierno.
Al Maliki empezó a reemplazar en 2008 a los comandantes y soldados kurdos eficaces en Mosul y Tal Afar con chiitas leales al régimen procedentes de Bagdad, del partido Dawa del primer ministro e incluso con milicianos chiitas del sur. Obligaron a varios comandantes que no eran partidarios del régimen a renunciar con base en acusaciones falsas o los asignaron a labores administrativas para reemplazarlos con partidarios de al Maliki. Esto se hizo para marginar a los chiitas y a los kurdos en el norte y apuntalar al régimen de al Maliki y al partido Dawa antes de las elecciones provinciales y nacionales de 2009, 2010 y 2013.
El desmembramiento del movimiento Despertar
No fue casualidad que actualmente casi no haya una resistencia popular sunita a ISIS, más bien es el resultado de una política que al Maliki implementó conscientemente para marginar al movimiento tribal sunita Despertar, que desplegó a más de 90,000 combatientes sunitas para enfrentar a al Qaeda entre 2007 y 2008.
Estos 90,000 Hijos de Iraq hicieron contribuciones importantes a la reducción del 90% en la violencia sectaria entre 2007 y 2008 y ayudaron a las fuerzas de seguridad iraquíes y a Estados Unidos a asegurar el territorio que va de Mosul a los enclaves sunitas en Bagdad y sus alrededores. Conforme la situación se estabilizaba, el gobierno iraquí accedió a integrar al Ejército y la policía iraquíes a ciertos sunitas Hijos de Iraq para que esas corporaciones representaran mejor a la población de Iraq.
Sin embargo, esta integración nunca cuajó. Al Maliki estaba muy cómodo presumiendo su apoyo a los Hijos de Iraq en regiones no chiitas como las provincias de Anbar y Nínive, pero se rehusó a integrar a los sunitas a las filas de las fuerzas de seguridad en las zonas chiitas-sunitas inestables del centro de Iraq.
Al Maliki consideró que los Hijos de Iraq, que contaban con el respaldo de Estados Unidos, eran una amenaza en las zonas pobladas con chiitas (o cercanas a ellas) y se dispuso a desmantelar sistemáticamente el programa durante los cuatro años siguientes. Conforme se desarrollaba este proceso, pudimos ver sus efectos en las interacciones de las autoridades iraquíes con los líderes tribales de Bagdad: quedó claro que tanto el gobierno como al Qaeda presionaban cada vez más a los Hijos de Iraq. Para 2013, los Hijos de Iraq prácticamente habían desaparecido y miles de sus antiguos miembros eran neutrales o simpatizaban con el Estado Islámico de Iraq y Siria y su guerra contra el gobierno iraquí.
La desaparición de los Hijos de Iraq significaba que solo unos cuantos sunitas en el oeste y el norte de Iraq tenían injerencia en la defensa de sus propias comunidades. Se desmanteló el vasto sistema de fuerzas de seguridad y de auxiliares tribales sunitas que habían transformado las provincias sunitas del país en territorio hostil a al Qaeda.
Los triunfos militares en Mosul y otras ciudades del norte de Anbar son el resultado directo de la remoción de los comandantes de las fuerzas de seguridad iraquíes y de los líderes locales de los Hijos de Iraq que dificultaron las cosas para al Qaeda entre 2007 y 2008. Esos comandantes tenían razones para asegurar y conservar los territorios del norte, pero los reemplazaron con partidarios de al Maliki procedentes de Bagdad, a quienes no les interesaba morir por el territorio sunita y kurdo cuando las balas empezaron a volar. Cuando los comandantes abandonaron el campo de batalla esta semana, sus tropas también se desintegraron.
¿Qué puede hacerse?
El problema solo empeorará en los próximos meses. Ahora que se ha evidenciado la debilidad del gobierno iraquí en los territorios sunitas, los otros grupos extremistas sunitas se están aliando con ISIS para aprovechar la ocasión. Se dice que el Ejército Naqshbandi (de ideología baathista) y el ejército salafista Ansar al-Sunna participan también en la ofensiva y atraen a la población sunita que cree que el gobierno de al Maliki los persigue y los ha desposeído y se sienten amenazados por las milicias chiitas, aliadas políticas del primer ministro.
Desde hace seis meses, el gobierno ha permitido o incitado a los militantes chiitas a que ejecuten limpiezas sectarias en las zonas multiétnicas de los alrededores de Bagdad, particularmente en la provincia de Diyala, ubicada entre Bagdad y la frontera con Irán. Estos acontecimientos motivaron a los sunitas que han tomado las armas o que accedieron con reservas a la ofensiva de ISIS.
Aunque la marea de ISIS viaja hacia el sur por el río Tigris, hay pocas probabilidades de que Bagdad y otras zonas chiitas caigan en manos de los insurgentes. Las tropas chiitas que no estuvieron dispuestas a luchar para conservar Mosul estarán mucho más motivadas para proteger los territorios chiitas del centro y el sur de Iraq y defender las zonas de inestabilidad sectaria.
Este es su territorio, tienen la ventaja de conocerlo y de haber luchado en él contra la insurgencia sunita desde hace muchos años.
Sin embargo, al Maliki tiene dos opciones militares en el norte: puede volver a consolidar a sus fuerzas destrozadas en las zonas de inestabilidad sectaria para defender a los territorios chiitas del centro de Iraq y ceder las zonas sunitas a los insurgentes o puede reagrupar a sus fuerzas de seguridad en las bases del norte de Bagdad y emprender expediciones de "acordonamiento y reconocimiento" en las zonas sunitas que cayeron en manos de ISIS.
Si al Maliki decide reagrupar y avanzar sobre los poblados sunitas que están bajo control de ISIS, es probable que los soldados chiitas que no conocen los vecindarios sunitas recurran a tácticas agresivas y ataquen directamente a los varones sunitas de entre 12 y 60 años que no están afiliados a los insurgentes, con lo que agravarán las tensiones sectarias tal como ocurrió en muchas partes de Iraq entre 2005 y 2006.
El problema central no es solo la seguridad, sino la política. El Estado Islámico de Iraq y Siria y sus aliados no habrían tenido la oportunidad de tomar territorios de las provincias sunitas de Salahedin, Nínive y Anbar si hubiera habido un acercamiento político más incluyente y sincero con la comunidad árabe sunita predominante.
Al final, la solución a la amenaza de ISIS es cambiar fundamentalmente el discurso político en Iraq —que ha quedado en manos de una secta y un hombre— e incluir a los sunitas y a los kurdos como socios del Estado.
Si al Maliki realmente quiere que el gobierno recupere el control de las provincias sunitas, debe acercarse a los líderes sunitas y kurdos y pedirles su ayuda; debe reinstalar a los antiguos líderes de los Hijos de Iraq, a los comandantes militares excluidos y a los combatientes peshmerga kurdos para recuperar el territorio que alguna vez defendieron en colaboración con el gobierno iraquí.
Sin embargo, al Maliki ha demostrado que no está dispuesto a hacerlo. En este punto, al Maliki no tiene las armas para abordar el problema de Iraq… porque él es el problema.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Derek Harvey y Michael Pregent